Me levanto entre sábanas de seda negras, suaves y que huelen muy rico. Dejo de pensar en cualquier tontería cuando mi costado me pincha de dolor, y es entonces, cuando me acuerdo de todo.
Miro la habitación en la que estoy y no dudo de que es la de Dario. Todo meticulosamente ordenado, todos los muebles de color negro, el techo es de cristal y tiene una persiana movible. No hay fotos, ni color. Su olor está impregnado en todos lados y su almohada no es menos, así que acaricio mi mejilla contra ella sin descaro ninguno.
Se escucha un ruido en la puerta que hay al lado y me pongo a la defensiva hasta que sale Dario.
Tiene la barba más larga, el agua gotea de su pelo, sus ojos verdes parecen de un gato y os juro que cualquier mujer que quiera tener hijos, desearía que Dario les diese ese gen, son impresionantes. No lleva camiseta y tan solo se pasea con unos pantalones de chándal oscuros.
Tiene un pecho fuerte y elevado, la tabla de 8 que tiene marcada es para rayar el queso. Intento no babear viendo sus hombros firmes y fuertes, pero pierdo la batalla cuando veo el vello que tiene en el final de su V, sus caderas acentuadas y delgadas es todo para parpadear y volver a mirar a sus ojos.
—¿Cómo te sientes?— caliente, pero no le digo eso, obviamente.
—Bien, me siento algo cansada, pero estoy bien— digo intentando recordar que me han disparado y que sigo respirando probablemente por él.
Se acerca a mí y pienso que se va a sentar como lo hacíamos en mi casa, cerca y en la cama, pero toma una de las sillas que tiene y se acomoda en ella abriendo sus grandiosas y largas piernas.
—Has dormido 12 h seguidas, te había sedado, pero no despertaste incluso después de su efecto y te he dejado descansar. No has tenido fiebre, así que de momento estás bien, aunque debes tomar antibióticos— dice con su voz grave y yo asiento a todo sin apenas filtrar la información que me está dando de mi propia salud.
—Gracias—digo y no dejo sus ojos, no me atrevo. Empiezo a ponerme nerviosa y mi nariz pica, él mira hacia dónde me rasco y veo un atisbo de sonrisa, pero nunca aparece.—Necesitaría un teléfono y avisar a alguna de las chicas.
Uno de los lados de sus labios, se eleva y sus cejas se fruncen.
—¿No creerás que te irás tan fácilmente no? Me debes muchas respuestas— no muevo ni un músculo y trago seco. Se levanta y se acerca tanto a mí que siento su calor, pero tan solo lo hace para tomar una botella de agua de la mesita.
Abre la botella y me la posa en los labios, me fijo en como su mano ocupa casi toda la botella de 1 litro y empiezo a beber. Se me escapan algunas gotas por la barbilla y él las limpia con su mano, como si lo hiciese cada día. Vuelve a su sitio y yo sigo cada uno de sus pasos.
—¿Qué hacías con Chris Anderson?— no le debo explicaciones, pero sé que no me dejará ir.—Contesta.— me dicta y yo me miro la muñeca buscando el objeto que necesito para salir de aquí.—Tu reloj THE7 está enterrado en otra ciudad, por si tus amigas se ponen intensas y te buscan, llorarán mientras desentierran ese chisme a 3 metros bajo tierra, pensando que van a encontrar tu cuerpo. Ah, y tu móvil le hace compañía. Estás sola.— toda esta información me pega en la cara y un pequeño escalofrío pasa por mi nuca, pensando que estoy sola y que nadie sabe dónde me encuentro.
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Srta.Colt
RomanceTodos los derechos reservados en el Registro de la Propiedad Intelectual ©. Libro II de la serie THE 7. La princesa de Las Tríadas, una mujer imposible para el Capo de Chicago. Un miembro imprescindible de THE7 que se tambalea con la aparición de D...