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Maldita seas, Inari. Ya habías hecho lo correcto al ignorarnos a Ann y a mí, al dejarnos vivir nuestra historia sin interferir en nuestros caminos... Y ahora vienes con esto. ¿Estar con Cloe Russo? Por favor, esto parece una broma de mal gusto.
Mauro finalmente retrocede, pero no del todo. Sus ojos permanecen clavados en Inari, una amenaza muda que se siente más pesada que cualquier palabra que pudiera pronunciar.
—Esto no ha terminado —gruñe, su voz baja, casi gutural, mientras ajusta los guantes con movimientos que parecen rituales de guerra.
Inari, en cambio, se levanta con una calma que resulta desconcertante. Es un movimiento lento, deliberado, como si el ataque no hubiera sido más que una ligera incomodidad. Su rostro está inexpresivo, pero sus ojos oscuros y profundos parecen hablar de una tormenta contenida.
Antes de que alguien pueda hablar, un sonido rompe el silencio: el timbre del teléfono de Inari. La vibración resuena en la habitación, haciendo que todos lo miremos con una mezcla de sospecha y expectación. Sin prisa, saca el móvil de su bolsillo y responde la llamada.
"Cloe... Sí, estoy bien. No, no he matado a nadie."
Su voz, habitualmente fría, se suaviza apenas un matiz al pronunciar su nombre, un gesto que no pasa desapercibido ni para mí, ni Mauro ni para mis primos. Pero mientras sigue hablando, su tono vuelve a endurecerse, cargado de determinación.
"¿Estás segura de eso? Porque si no lo estás, él y toda tu maldita familia pueden irse a la mierda"
Un silencio breve, luego un asentimiento casi imperceptible por parte de Inari, como si estuviera respondiendo a algo que sólo él puede escuchar.
"Está bien." Añade antes de quedarse mirando la pantalla por un instante antes de girarse hacia Mauro. Con un gesto decidido, extiende el móvil hacia él. Por un momento, Mauro duda. Es casi imperceptible, un ligero temblor en la mano que rápidamente elimina al alargarla para tomar el dispositivo.
La expresión de Mauro se endurece al llevarse el teléfono al oído.
"¿Cloe?" Lo que sea que escucha al otro lado, lo paraliza. La tensión en sus hombros se desploma apenas un milímetro, pero suficiente para que todos los presentes lo noten. Sus labios se tensan en una línea fina, y su mirada se oscurece mientras escucha, sin interrumpir. La habitación queda en un silencio sepulcral, cada segundo que pasa se siente como una eternidad. Sale del despacho y nos tiene en tensión durante veinte largos minutos, hasta que vuelve a entrar con el móvil todavía contra la oreja. No nos relajamos hasta que finalmente, Mauro baja el teléfono. Sus ojos, tormentosos y llenos de una furia contenida, se clavan en Inari.
—Si algo de lo que me ha dicho es mentira, conozco quinientas maneras de matar, y te aseguro que practicaré cada una de ellas contigo antes de dejarte morir.
Inari sonríe, una curva apenas perceptible que no llega a sus ojos.