Capítulo 47

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Las miradas de Ak y Dario me lo dicen todo: creen que esto se acabará pronto

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Las miradas de Ak y Dario me lo dicen todo: creen que esto se acabará pronto. Yo no comparto su optimismo, ni de cerca estamos para terminar.

—Haz que Ryu Shinoda y Alessandro De Marchetti vengan a hablar conmigo—me ordena mi padre con voz grave y firme, como un eco retumbando en las paredes.

Conozco a mi padre lo suficiente para saber que no llamaría al jefe de La Yakuza y al Don de La Cosa Nostra sin tener un plan cuidadosamente trazado, es un estratega desde que nació. Si los convoca, es porque ya está dispuesto a negociar, a tejer uno de esos acuerdos sombríos que son su especialidad. Avanzo entre los soldados de mi padre y me acerco a Ryu que está lleno de sangre junto a Alessandro que está poniendo un nuevo cargador en su pistola.

—Mi padre desea hablar con vosotros—anuncio, primero mirando a Ryu, luego a Alessandro.

El rostro de Ryu se endurece, sus facciones esculpidas. La última vez que se encontró con mi padre, la atmósfera fue tan tensa que cada palabra era una chispa que amenazaba con incendiarlo todo, estuvieron horas negociando y deliberando para frenar el derramamiento de sangre entre los chinos y japoneses. Alessandro, en cambio, parece más relajado. Pero no me engaña. Veo la preocupación en sus ojos cuando lanza una última mirada hacia la ventana donde Millan, su mujer, apunta con un rifle francotirador, el láser rojo brillando sobre el pecho de mi padre, una silenciosa promesa de protección. El rey y la reina de los italianos, siempre juntos, sin importar dónde.

Los dos me siguen de cerca, sus pasos resonando como un eco de la guerra que apenas acaba de cesar. Mauro y Luca escoltan a Alessandro, mientras que Gatling y sus hermanos siguen de cerca a Ryu como sombras. La desconfianza y el odio entre los soldados de mi padre y los japoneses es palpable, flotando en el aire como humo tras un incendio, y yo rezo para que nadie levante una pistola. Las miradas de desprecio no pasan desapercibidas, pero lo que realmente los deja atónitos es ver a la alta jerarquía de La Cosa Nostra sin sus pasamontañas, mostrando sus rostros al descubierto, como un gesto de desafío.

Ryu se detiene frente a mi padre, y lo que sucede a continuación me toma por sorpresa. En lugar de palabras venenosas o miradas asesinas, Ryu inclina levemente la cabeza, un gesto de respeto que parecía imposible minutos atrás. Luego, alza la mano, mano llena de tatuajes con la historia clara de La Yakuza, ofreciéndosela a mi padre. A pesar del odio, de las décadas de sangre derramada y de la guerra que apenas ha terminado, mi padre le sostiene la mirada antes de estrecharle la mano con firmeza.

—Me han llegado rumores sobre tu salud —dice Ryu, su voz profunda y controlada como siempre—. Espero que encuentres paz al final de tu camino.

Mi padre sonríe, aunque la frialdad está grabada en sus arrugas.

 —Acabas de matar a decenas de mis hombres, pero no pierdes el respeto por un viejo moribundo como yo.

—Fui educado por alguien que te conocía bien —responde Ryu, con una chispa de diversión en sus ojos, sin maldad—. Me enseñó que los enfermos y los ancianos merecen respeto, incluso en la guerra.

Srta.ColtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora