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Estoy en una reunión con Luca por videollamada, cuando mi móvil vibra y veo el nombre de quién plasmado en la pantalla. Mi corazón acelera como si yo no fuese su dueño y mis manos pican por cogerle la llamada.
—Tengo que dejarte.
—Dime que no me abandonas con todo este trabajo para ir a follar— su risa explota y lo ignoro.
—Es urgente, te llamaré más tarde— cuelgo con rapidez como si algo me dijese que esta llamada no tiene nada de bueno.
—Dario— su voz apagada tiembla en cada letra.
—¿Ann?
—Estoy en Chicago, me han disparado— mis piernas ya están dirigiéndose por sí solas por mi casa. Cojo el primer maletín que encuentro y corro mientras la escucho intentar coger aire y terminar la frase.
—Venga, mi pequeña Ann, tan solo dame la ubicación— su inspiración y expiración son duras hasta para mis oídos.
—Estoy en los terrenos de Chris Anderson— su voz cada vez suena más suave y deduzco que se está quedando desmayada.
—Ann, cariño, dime de qué terrenos hablamos, no te duermas, dame algo— quiero gritarle, pero no la quiero alterar.
—Los que hay detrás de la universidad. Tengo una hemorragia y me estoy enfriando— siento una furia nacer desde lo más profundo de mi mente y me muerdo los labios para no rematarla por estar en mi territorio y no avisarme.
—Está bien, no tardaré. Intenta no dormirte, ¿puedes hacer eso?— la línea se queda en silencio y sé que se ha desmayado. O eso espero si nadie quiere que arruine mi propia ciudad y le prenda fuego.
Grito a Karl y él aparece de inmediato.
—Me voy en moto, han disparado a Ann. Prepara a los hombres y seguidme, estaré en los terrenos que tiene Chris detrás de la Universidad de Chicago y haced redada hasta que os avise. Manda mi helicóptero para trasladarla. Ya.
Karl no me contesta y simplemente trabaja y hace lo que le he ordenado.
Cojo mi moto y vuelo por las calles, hasta que subo la colina y veo unos cuantos cuerpos. Corro hacia la masacre que tengo delante con mi pistola preparada y solo la bajo cuando la veo, está abrazada a un hombre.
Cuento hasta diez, antes de sacarla debajo del cuerpo del hombre y tocar su pulso. Y cuando noto sus latidos, respiro.
Le arranco la camiseta y examino su herida en el bajo de su abdomen y por cada gota de sangre que sale, juro que los que la han disparado van a sentirlas salir de sus ojos.
Tapo la herida con las gasas y la levanto para llevarla al primer coche que veo. La poso en el capó y saco el desinfectante y mi material para proceder a sacarle la bala.
Su herida no es muy profunda, le dispararon desde lejos y por eso la hemorragia no es muy intensa. Trabajo durante 30 minutos, hasta que la saco y le cierro la herida con gasas, la coseré en casa, para evitar dejarle mucha cicatriz a su preciosa piel.