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—Pasemos a la mansión. —Ordena Alessandro, su mirada fijada en la ventana donde su esposa nos apunta con su arma, esperando que el padre de Ann camine a su lado.
Siendo los dos jefes de sus respectivas mafias, es un acto de respeto andar uno al lado de otro. Y no uno delante, y otro detrás.
Luca, Benelli, Mauro, Kosta, Ak, Mauser, M, Ann y yo les seguimos en un silencio tenso.
Los hombres de Mauro y los de La Tríada, permanecen fuera, custodiando toda la zona, mientras que un pequeño grupo recoge los cuerpos y los llevan a los coches, y otros limpian el desastre.
Siento el enfado de Ann como un látigo; me ignora por completo, creando en mí una inquietud desagradable. Aunque sé que cuando descubra lo que realmente hice, probablemente me quiera cortar el cuello.
Perdido en mis pensamientos, de pronto, noto que Mauser va dejando un rastro de sangre al caminar. Sin pensarlo, me acerco a Ann, para avisarle.
—Tu amiga está herida. —Le digo, señalando a su compañera. Ann reacciona de inmediato con preocupación en su rostro.
Aprieta el paso hasta llega a su amiga, sin dudar, la agarra del brazo y la jala hacía ella. Con un gesto decidido le arranca el pasamontañas, revelando un rostro pálido y desorientado. El brillo de sus ojos se van apagando con el paso de los segundos. Antes de que pueda reaccionar, M la levanta en brazos, evitando que se desplome en el suelo.
—¡Mierda! —Sisea Luca, atrayendo la atención de todos.
La llevamos rápidamente al interior de la mansión, y Ann se apresura con destreza a desatarle el chaleco antibalas. No hay heridas de bala ni tampoco ningún impacto visible. Entonces, saca una navaja y le rasga la camiseta térmica para analizar sus costillas. En ese momento, descubrimos una herida bastante grande y profunda, posiblemente causada por una katana.
—Tenemos lo que necesitas en el sótano. —Nos dice Ak, limpiando el sudor de la frente de Mauser, mientras que M corre hacia abajo a tomar un par de maletines.
—Llevémosla a una habitación privada. —Propongo ante todas las miradas preocupadas.
Kosta toma a Mauser con cuidado en sus brazos y la lleva a una pequeña habitación, donde hay una mesa lo suficientemente larga para tender su cuerpo .
—Puedo encargarme de la cirugía, si no te sientes lista. —Le ofrezco a Ann acercándome a ella con un tono calmado y suave.
Se vuelve para mirarme, su hermoso rostro iluminado por una mezcla de determinación y ansiedad.
—Es mi amiga. Claro que estoy preparada. Siempre lo estoy para ellas. —Responde, frunciendo las cejas.
Entonces, me doy cuenta de que a pesar de todo el caos que nos rodea, su lealtad no conoce límites, su convicción ilumina como un faro de esperanza en medio de la oscuridad. Ella es la esperanza de The 7; sin su presencia, no hay luz. No hay segundas oportunidades ni fe que las sostenga. Cada vez que una de ellas embarca en esas misiones, lo hace con la seguridad de que hay alguien que vela por ellas con cuerpo y alma. Salen sin miedo, sabiendo que Ann tiene el poder de sanar cualquier herida que les causen sus enemigos. Ann es la columna vertebral.