Capítulo 25

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Entro al garaje y Jun ya está desempaquetando lo que le he pedido

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Entro al garaje y Jun ya está desempaquetando lo que le he pedido.

—Demasiado tiempo sin vernos— dice avanzando hacia mí con los brazos abiertos.

Antes de enganchar sus brazos a mis hombros, la empujo con la máxima delicadeza para no ofenderla.

—No me gusta el afecto físico— solo el de una persona es el que quiero, y no es ella.

Se ríe y retrocede para presentarme todo lo que ha traído.

—Desde granadas hasta metralletas, lo tienes todo. Sé discreto e intenta que no te vuelen la cabeza.

Me lanza las llaves de una de sus propiedades junto con las de un coche y me indica la dirección.

—Llámame si necesitas algo más— asiento y analizo lo que usaré hoy.

Me cambio y uso unos pantalones negros cargo, una camiseta térmica que tapa cualquier cicatriz o tatuaje por el que pueda ser reconocido, me ato el arnés a mi pecho y aseguro el cinturón en mis caderas. Ato mis botas y añado algunos cuchillos, y por último mi pasamontañas que solo deja ver mis ojos.

Llego a la mansión de los Qing y espero pacientemente al cambio de turno, 50 hombres por otros 50 soldados, cada 4 horas. Si me atrapan, estoy muerto.

El cambio de turno se realiza como yo había deducido y me meto en la casa por el túnel que pocos conocen. Por eso, siempre debes quemar los planos de tu casa, incluso si la has reformado de arriba abajo, siempre habrá una grieta por donde alguien, como yo, puede meter sus narices.

Escucho las pisadas de los soldados encima de mi cabeza y sigo avanzando por los pasillos oscuros, hasta que llego a donde se supone que está la mujer del jefe de La Tríada. El padre de Ann no permite que haya muchos hombres a su alrededor, así que puntazo para mí. Tan solo tiene 2 guardias en la puerta de su cuarto, en el resto de la planta, no hay nadie más. 

Salgo por un pequeño conducto que da a la despensa de la cocina de esa planta.

Saco los tranquilizantes y avanzo por el pasadizo, mi pecho está cargado de armamento, pero mi cintura no tiene nada que envidiar, incluso el cinturón me pesa en las caderas.

Añado el silenciador a mi Glock y la adrenalina se dispara por mis entrañas. Las ganas de jugar y saber que puedo ser atrapado hace que la aventura sea más placentera y divertida.

Cuando giro por el pasillo, el primer guardia que me ve ya está levantando su arma, pero me arrastro con velocidad por el suelo y le barro las piernas, clavándole el tranquilizante en el muslo. El segundo guardia se pone en defensa y lo apunto desde el suelo, ha sido muy lento para sacar la pistola, es lo que tiene que te entretengas con el móvil.

Muevo la Glock de arriba abajo, indicándole que se tire al suelo. Niega con la cabeza, intentando ganar tiempo para sacar cualquier tipo de información de mí, pero no soy tan imbécil como para hablar y darle indicios de mis orígenes. 

Srta.ColtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora