Capítulo 29

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Mondlicht era el albergue del pueblo destinado a dar cobijo a los licántropos que habían sido expulsados de sus hogares por haber recibido el rango de Omega. Actualmente, estaban alojados seis niños de entre doce y catorce años, y nada era diferente del día anterior: los niños se levantan temprano, comen, hacen sus deberes y toman algunas clases; nada fuera de lo ordinario. Lo único que había cambiado era la llegada de aquel forastero de ojos bicolor y cabello a los hombros.

Rigel pasaba la mayor parte del día caminando por el pueblo o en el bosque para no perturbar la monotonía del lugar con su presencia y volvía después de que los niños y el personal se habían ido a dormir, entonces se tomaba la libertad de hacer uso de las regaderas o del cuarto de lavado, pero esta noche no. Cuando iba de camino al albergue dispuesto a tomar una ducha y descansar, dos licántropos Intermedios lo interceptaron y le pidieron que los acompañara hasta la casa Alfa.

Lo hicieron entrar en la misma sala a la que lo arrojaron la noche de su captura. Estaba mucho más iluminado esta vez, lo suficiente para dejar ver con claridad las grotescas cicatrices que cubrían la cara del licántropo Alfa, que se encontraba de pie frente a una chimenea.

—Ya no puedes seguir aquí — anunció sin rodeos el Alfa — Debes irte.

Rigel frunció el entrecejo y gruñó disgustado.

—Su esposa dijo que podía quedarme el tiempo que quisiera — objetó — Deseo hablar con ella.

—Ella no desea ver a nadie.

Un nuevo gruñido salió de la garganta de Rigel, que prefirió no insistir pues vagamente recordaba el crecido vientre de la loba. Sabía que en ese estado las hembras solían aislarse de la manada durante los últimos meses de gestación.

—Si lo que quieres es quedarte — continuó Memphis — tendrás que pasar por un ritual en dónde se te asignará un rango. Si te niegas deberás irte mañana a primera hora.

—No creo que sea necesario. Aquella noche quedó más que claro el rango que me corresponde.

—Pero eso no basta para que tengas un lugar aquí — replicó tajante — No tienes derechos dentro de la manada y sin embargo te hemos dado un buen trato.

—No estoy seguro de querer formar parte de su manada, señor.

—Entonces vete — señaló la salida con un leve cabeceo — Allá afuera eres libre de seguir siendo un lobo solitario.

Rigel endureció la mirada y se mostró desafiante. Todos los sentidos del Alfa se pusieron en alerta y sintió una fuerte tensión en el ambiente. ¿Acaso ese chico estaba retando al Alfa? Memphis pareció incrédulo ante esa posibilidad; los únicos con los que en algún momento sintió semejante tensión fue con la mitad de sus ocho Betas más cercanos, aquellos con altas probabilidades de convertirse en Alfa una vez que él ya no pueda desempeñar tal cargo. Sin embargo, cada uno de ellos lo aceptaba como líder y aunque tenían el poder suficiente para desafiarlo ninguno ha mostrado intenciones de disputarle el liderazgo de la manada.

Los ojos marrones del Alfa brillaron con intensidad y un gruñido de advertencia hizo eco en la sala, dejando en claro que estaba dispuesto a defender su puesto. Rigel no tenía temor del Alfa, podía destrozarlo en segundos, pero eso solo dejaría al descubierto la clase de monstruo que era, además corría el riesgo de perder a su Omega de aroma tan dulce.

El joven macho debía tranquilizarse y mostrarle al Alfa que no era una amenaza, aún si eso iba en contra de lo que sus instintos dictaban, pero en el momento que estuvo por aceptar ser un miembro más de la manada Hoffmann, un angustiado Omega irrumpió en la sala.

—¡Mi señor! — gritó — ¡Venga rápido, es la Alfa!

La tensión del ambiente se disipó y una punzada en el cuello de Memphis se hizo presente: su amada compañera estaba agonizando. El Alfa se olvidó del ahora confundido extranjero frente a él y corrió detrás del Omega hasta la pequeña habitación donde Anna se había enclaustrado para tener y criar a su lobezno.

Dos Omega hembra atendían lo mejor que podían aquel parto prematuro, rodeadas de gritos y sangre que no dejaba de manchar el montón de almohadas y cobijas que conformaban el nido que su Alfa había tardado todo un día en construir.

—Mi bebé… — musitó Anna sin fuerzas una vez que todo terminó — Quiero verlo…

—Lo siento — dijo el médico, al que la loba no había visto llegar — El cachorro… nació muerto.

La loba palideció y sintió cómo todo su mundo se le venía abajo, la desgracia que la ha venido persiguiendo desde hace seis años se repetía. No entendía por qué después de haber traído a Nova al mundo sus siguientes hijos estaban destinados a morir, este era el tercero que perdía. No pudo soportarlo y comenzó a gritar de desesperación exigiendo ver el cuerpo de su cachorro, negándose a creer que estaba muerto. Memphis la sostuvo fuerte contra su pecho para evitar que se hiciera daño y el médico le inyectó un sedante que lentamente la hizo caer en un profundo sueño.

A las afueras del pueblo, bajo el cobijo de la noche y el bosque, alrededor de veinte licántropos Intermedios se miraban entre sí con extrañeza una vez que el Beta Patrick Klein terminó de explicar el trabajo que estaban por realizar. Hubo algunos murmullos, pero no tenían derecho a cuestionar las órdenes de un licántropo de rango superior por lo que el lobo de mayor edad entre el grupo dio un paso al frente, se llevó un puño al pecho y bajó la cabeza en señal de que estaban listos para comenzar.

—Este trabajo es confidencial — recalcó el Beta — Si alguno habla, ellos… — señaló a dos lobos Beta que estaban a sus espaldas — tienen todo el derecho de arrancarles la lengua. ¿Está claro?

—No se preocupe, señor Klein — respondió el Intermedio, sin alzar la mirada — esta reunión nunca existió.

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