Capítulo 46

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Los aullidos de angustia de la loba alfa se escucharon por todo Hoffmann, despertando e inquietando a sus habitantes que salieron de sus casas llenos de incertidumbre. Y con las dudas incrustadas en la mente de todos, se tomó la decisión de enviar a los niños y a los ancianos a Mondlicht, el albergue para omegas, pues debajo se había construido un búnker tiempo atrás por temor a otra guerra, ahí estarían seguros hasta que se supiera qué es lo que iba a suceder; aunque por la expresión en el rostro de algunos de los ancianos podría sospecharse que se trataba de algo malo, sin embargo guardaron silencio.

El grupo de intermedios que acompañaban a Memphis esa noche iban con la mirada al frente, perdida, mientras ibanrumbo a la casa alfa. El resto de la manada los siguió poco después. Los aullidos de la alfa dejaron de escucharse una vez que todos terminaron de instalarse en la plaza principal y algunas mujeres empezaron a rezar a la luna, pero pronto guardaron silencio cuando las puertas de la casa alfa se abrieron de par en par y Anna salía a toda prisa buscando a su esposo, ignorando el terrible dolor en su pecho.

—¡Memphis! — llamó.

Robert la alcanzó y la sujetó del brazo antes de que se metiera entre la multitud.

—Madre, no.

Anna lo miró con lágrimas en los ojos, negándose a creer lo que el lazo y la triste mirada de su propio hijo le decían.

—Tengo que verlo.

—No vayas — suplicó Robert — no podrás soportarlo.

La mujer casi no hacía uso de su verdadera fuerza ni de su voz de mando, pero esta vez era necesario para escapar de su hijo, necesitaba ver por sí misma lo que ya sabía, lo que todos sabían, así que gruñó con furia para recordarle a Robert su lugar y lo empujó tan fuerte que lo mandó de espaldas contra el suelo y después corrió hacia la manada, quienes la dejaron pasar sin atreverse a mirarla.

Ahí estaba, en medio de todos, recostado sobre una manta blanca y con las manos descansando sobre su vientre, cubierto de múltiples heridas que seguían sangrando, el rostro desfigurado y la garganta al rojo vivo a causa de una mordida. Anna palideció, deseando que todo fuera una horrible pesadilla, su hijo tenía razón al decir que no podría soportarlo, y se dejó vencer por el dolor cayendo de rodillas ante el cuerpo soltando al cielo un grito tan desgarrador que erizó la piel de todos los presentes. El macho alfa de la manada Hoffmann había muerto.

¿Qué iba a pasar ahora? Anna tendría que cargar con la manada sola, y no es que no pudiera hacerlo, ella era capaz de eso y mucho más, pero el dolor de haber perdido a Memphis era insoportable. Ya había perdido pedazos de su alma con cada uno de sus amados cachorros que murieron poco después de haber nacido, pero esto iba más allá, el lazo era sumamente poderoso y al romperse también terminó por destruir lo que le quedaba de alma. Se aferró con fuerza al maltrecho cuerpo de su esposo y lloró desconsolada a la vista de todos. Se había quedado sin su compañero y necesitaría tiempo para lidiar con su pérdida antes de retomar las riendas de la manada.

—¡Lo tenemos! — gritó un hombre desde la distancia —¡Tenemos al asesino!

Inmediatamente la atención de todos se centró en aquellos licántropos que iban llegando. Llevaban con orgullo a su presa recién capturada, habían luchado con fiereza y valor para lograr someterlo y llevarlo ante su alfa, pues ella tenía todo el derecho de ver la cara del homicida. No fue extraño para la mayoría ver que aquel que llevaban atado con cadenas de plata y portando un grotesco bozal que le impedía hablar era el chico de piel trigueña y ojos bicolor.

Rigel miraba para todas partes, sin mostrar emoción alguna, observando detalladamente el rostro de los presentes que lo miraban con rabia. Iba arrastrando la pierna izquierda a causa de las balas que terminaron incrustadas en su carne y que lo estaban quemando por dentro; al menos eso era lo que estaba haciéndoles creer a todos esos lobos, en realidad la plata no le hacía ningún daño, y no solo porque era producto de la unión entre un licántropo y una humana si no que además estaba bendecido por las estrellas.

—¡Homicida! — gritó alguien.

Rigel giró la cabeza en dirección a quien había gritado pero un muchacho lanzó una piedra que lo golpeó en el rostro, lastimando su ojo verde, causando algunas risas que rápido callaron una vez que lo mandaron de rodillas contra el suelo, quedando delante de la alfa que lloraba en silencio.

—¡Fue él, señora mía! — anunció el lobo intermedio que aún sujetaba a Rigel — ¡Este forastero es el causante de su dolor!

Anna levantó la mirada y siendo incapaz de contener su rabia se levantó de un brinco y rasgó la cara del chico con sus garras.

—¡¿Es así como pagas nuestra hospitalidad?! — rugió.

La sangre obstaculizaba ligeramente la visión del chico, apenas era capaz de distinguir el rostro de la desdichada mujer; sin embargo era incapaz de mostrar algún tipo de emoción.

—Las leyes de Hoffmann son muy distintas a las leyes humanas o a las de otras manadas — continuó diciendo la alfa — por lo que pagarás muy caro lo que has hecho.

Inmediatamente se escucharon los gritos de apoyo de los lobos que los rodeaban, algunos incluso sugirieron alguna especie de tortura, pero sería la mujer de largo cabello azabache quien decidiría su destino.

—¡Encierrenlo! — ordenó Anna sin apartar la mirada del joven — ¡Mañana a la media noche se decidirá tu castigo!

La euforia de los presentes se hizo más evidente al tiempo que tiraban de la cadena que llevaba al cuello para que se pusiera de pie y empezará a caminar hacia su encierro. Fue ahí cuando la vio, a su pequeña lobita de aroma tan dulce, de pie oculta detrás de un hombre alto y ojos como el sol, mirándolo con profunda tristeza y decepción.

«No, tú no — pensó — Por favor, tú no...»

En ese momento Nova desvío la mirada y se aferró al hombre de ojos dorados que la acompañaba, tomándolo discretamente de la mano, hiriendo los sentimientos de Rigel y llenándolo de celos.

«¡Maldito!»

Gruñó de rabia y trató de soltarse, dispuesto a pelear por su hembra, pero fue sometido rápidamente por una bala que fue directo a su pierna sana, lo que lo hizo caer y ser atrapado por varios licántropos que pronto lo llevaron a su celda.






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