Capítulo 6

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Caminó deprisa hasta conseguir salir de la casa, solo para empezar a correr tan rápido como sus piernas le permitieron, saliendo de la propiedad y adentrándose en el bosque mientras cientos de preguntas y dudas empezaban a bombardear su mente.

No entendía nada de lo que acababa de pasar en esa habitación, el señor Demian nunca había mostrado ese tipo de actitudes hacia ella, apenas si volteaba a mirarla o le dirigía la palabra, ¿Por qué ahora estaba pasando esto? ¿Acaso hizo algo como para que su señor pensará que podía disponer de ella de ese modo? Estaba tan confundida que no fue capaz de fijarse por dónde iba, tropezando y rodando cuesta abajo hasta que un enorme árbol detuvo su caída. Se incorporó y se recargó en el tronco del árbol con el que se había estrellado y luego solo cerró los ojos para poder poner en orden sus pensamientos y dar profundas respiraciones para calmarse antes de tener que volver a esa casa.

—¿Estás bien? — preguntó una voz a su lado.

Dirigió la mirada a quien había hablado e inmediatamente se echó para un lado, queriendo alejarse.

—Lo siento, no quise asustarte — la voz del extraño era gentil y calmada — ¿Estás bien? ¿Te duele algo?

—Es… estoy bien — susurró y volvió a apoyarse en el árbol.

El extraño se puso en cuclillas para mirarla mejor, parecía confundida, perdida, y su cuerpo temblaba. Cómo deseaba poder ayudarla.

—Me llamo Rigel — presentarse fue lo mejor que se le pudo ocurrir. «Estúpido.» — ¿Y tú?

La chica no respondió, lo miró con indiferencia un momento y luego se abrazó a sus piernas, ocultando su rostro para volver a adentrarse en su mente. El olor de aquel extraño le hizo saber que también era un licántropo, uno que venía de muy lejos, esto no le sorprendió, pues sabía que en el mundo había otras manadas establecidas, de preferencia, en lugares alejados de las poblaciones humanas aunque eso no impedía que los avances del mundo moderno los alcanzará. Cómo sea, no le interesaba tener ningún tipo de interacción con un desconocido al que no podía verle la cara debido a la capucha y cubrebocas que llevaba.

—¿Segura que estás bien? — volvió a preguntar el extraño.

—Déjame en paz — dijo tajante y se aferró más a sus piernas.

—Al menos dime tu nombre.

—¡Aléjate de mí, lobo estúpido! — gruñó furiosa y lo empujó.

—Perdona — murmuró y se puso de pie.

El chico entendió que esa pequeña lobita necesitaba un momento para liberarse de eso que la atormentaba, tal vez estando más calmada podría tener una conversación con ella, mientras tanto se mantendría cerca, cuidándola. Apoyó la espalda en el árbol que estaba delante de la lobita y se retiró el cubrebocas para colocar un cigarrillo en su boca, aunque no se molestó en encenderlo.

—Nova — musitó entre dientes la joven.

—¿Disculpa? — sí había escuchado, pero quería estar seguro.

—Mi nombre es Nova.

«Nova.» repitió en silencio el joven lobo mientras cerraba los ojos un momento, como queriendo hacer suya esa palabra, y dejándose llevar por el delicioso aroma que venía de ella, gruñó muy bajito y luego se acercó para tenderle la mano. Ella lo miró dudosa unos segundos y luego tomó su mano para poder levantarse, quedando muy cerca de él, lo suficiente para notar lo alto que era y sus intensos ojos de diferente color.

—Azul y verde — susurró.

—¿Qué?

—No… nada — negó ligeramente con la cabeza.

Nova se apartó de él y bajó la mirada a su uniforme, trató de quitarle la tierra para mejorar su aspecto sacudiendolo un poco con las manos, aún sabiendo que era inútil, en especial por la rotura en su falda, tendría que cambiarse una vez que volviera y gimió molesta por esto. Aquel gesto que la hizo ver adorable ante los ojos del extraño que no pudo evitar soltar una risita nerviosa.

—¿De qué te ríes? — gruñó Nova — Estoy cansada de que todo el mundo se burle de mí.

—No, no me malinterpretes.

La Omega gruñó de nuevo y luego comenzó a caminar de regreso mientras él esbozaba una leve sonrisa al ver sus pasitos tan apresurados que solo le daban cierta ternura.

—¡Oye! — llamó al poco tiempo, y casi corrió para alcanzarla — ¿Te molestaría mostrarme el pueblo?

—Lo mejor es que te vayas — dijo sin perder el paso — No nos gustan los extraños.

Entonces el lobo se detuvo y la dejó marchar. «No… no voy a irme, mi dulce lobita — ladeó una sonrisa traviesa y sus ojos brillaron — Vas a ser mía.»

OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora