Capítulo 41

771 55 11
                                    

Kellen se mantuvo escéptico a que una leyenda antigua estuviera cobrando vida. Para él era una completa locura; que no eran más que palabras escritas por un escritor anónimo para entretener a los niños. Sin embargo, no desaprovechó la oportunidad de reclutar a esos lobos para la guerra que estaba próxima a desatarse en Hoffmann, prometiendoles que una vez que todo terminara y que su hermano mayor haya tomado posesión de la manada él mismo les entregaría a Rigel Kölher para que le hicieran pagar lo que les había hecho. Aquella manada aceptó sin dudarlo y en cuanto se hubo cerrado el trato, inmediatamente se reunieron con Patrick en Berlín para explicarles el plan que llevaban meses perfeccionando; un plan que por fin daría fin al reinado de Memphis y Anna Klein.

Mientras tanto, el tercer hijo de los Klein, fue enviado de regreso a Hoffmann para advertir a los aliados que estuvieran listos, que el día que tanto habían esperado estaba por llegar. Pero para entonces empezaba a tener sus dudas respecto al plan y de que Patrick resultará ser un mejor líder de lo que sus padres han sido, y todo comenzó cuando esa profeta habló de esa leyenda en la que él mismo creía fervientemente al igual que muchos otros licántropos. Su madre le había contado historias que escuchó de su abuela sobre el lobo que venía del cielo, decía que poseía un poder similar al de un dios y que vencerlo sería casi imposible, que era un lobo destinado a la grandeza.

Nada podría hacer para detener el derramamiento de sangre. Sus hermanos y los demás lo tratarían como a un loco y se reirían de él, quizá la antigua manada de Rigel Kölher le darían la razón y desistirían de pelear pero estaban cegados por la venganza y el rencor que de nada serviría hablar con ellos. ¿Qué podría hacer? ¿Traicionarlos y hablar con su padre aunque eso le costará la vida?

—¿Qué te preocupa, cariño? — preguntó Sibyl, su amada compañera de ojos verdes y rizado cabello rojizo.

Robert, recostado bocabajo sobre la cama que compartían, abrió los ojos y la miró de pie en la entrada de la habitación. La luz del atardecer entrando por la ventana la hacían ver como un hermoso ángel.

—¿De qué hablas? — respondió al cabo de unos minutos.

—No intentes ocultarlo — sonrió y fue a sentarse a su lado, y removió suavemente sus cabellos azabaches — No olvides que ahora estamos enlazados, cariño.

Su tono era burlón, y hasta travieso, y lo único que Robert pudo hacer fue un retorcido gesto con la boca como queriendo seguirle el juego con una sonrisa pero pareció más un gesto de dolor. No podía engañar a Sibyl, ya no, en el momento en que se unieron de por vida por medio del lazo, no solo podrían comunicarse cuando se encontrarán en su forma lobuna, también podían conocer los sentimientos y las emociones del otro sin importar que tan lejos estuvieran. Con el lazo no existían las mentiras ni los secretos, pero existía el temor de perderse ya que si uno muere el otro se hundiría en la más profunda y dolorosa de las penas.

Exhaló un largo suspiro y volvió a cerrar los ojos para disfrutar de las suaves caricias de Sibyl. Luego respondió lanzando una simple pregunta con aire algo distante, reservadose a revelar sus preocupaciones.

—¿Está todo listo?

—Por supuesto, solo estamos a la espera. Nos hemos movido con la mayor cautela posible para que el profeta no nos descubra. Además, otros más se nos han unido, ¿sabes? Todos estamos de acuerdo en que el Alfa se ha vuelto demasiado benévolo desde el día en que tu hermana adquirió su rango.

Robert no pudo evitar sentir una punzada en el pecho, su pequeña hermana era quien más saldría perjudicada de esta guerra. ¿Por qué hasta ahora estaba sintiendo algo de remordimiento por todos los malos tratos que le ha dado?

—¿Ella te repugna? — se aventuró a preguntar, con algo de temor ante la posible respuesta.

—Tú sabes que no — respondió Sibyl con gentileza y se inclinó a susurrarle al oído — Y yo sé que tú piensas igual. Ahora dime, cariño, ¿qué es eso que tanto te preocupa?

El joven suspiró con pesar, en definitiva ya no podía ocultarle nada a la pelirroja.

—¿Te sabes la leyenda del lobo y la luna?

—¿Y quién no? — sonrió de lado y apoyó la cabeza sobre su espalda.

—¿Recuerdas cómo termina?

Sibyl rio un poco, pero con cariño, y le dio un pequeño beso detrás de la oreja a su compañero.

—No estarás pensando que ese chico es ese lobo, ¿o sí? La leyenda dice que debería tener marcas en la piel, y ese chico no las tiene. Tiene la piel más pulcra que he visto y lo sé porque estuve ahí.

Era cierto, Sibyl era una de las enfermeras que estuvieron cubriendo el turno nocturno esa noche en la clínica. El extraño muchacho de ojos bicolor y aspecto salvaje fue llevado ahí para que atendieran sus heridas luego de que el Alfa decidiera dejarlo vivir y quedarse un tiempo en Hoffmann.

—Esa profeta se equivocó — aseguró.

—¿Entonces por qué ella diría que la estrella ha regresado?

La pelirroja lo pensó un momento.

—Quizá sus visiones no eran del todo erróneas — dijo — quizá solo se equivocó de persona.

—¿Quién podría ser?

Ella volvió a susurrarle al oído.

—Solo hay una persona en todo Hoffmann que tiene unas extrañas manchas rojas en la piel y cuyos ojos brillan como las estrellas.

—¿En serio? — sonó interesado — ¿Quien?

—¿Recuerdas al Beta que fue el gran amor de mi hermana Viveka?

La mente de Robert rápidamente volvió a aquellos años a cuando era un muchachito y de vez en cuando veía a la hermana mayor de Sibyl paseándose por el pueblo tomada de la mano de un joven, y cuando recordó de quién se trataba se incorporó de golpe y Sibyl tuvo que hacerse a un lado para que el brusco movimiento no la fuera a lastimar.

—No estarás hablando en serio — exclamó Robert con desconcierto, casi perturbado — ¿Él?

—Así es, cariño, justamente estoy hablando de Demian Richter.





OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora