Capítulo 34

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El grupo de Intermedios que Patrick había contratado era el mismo que había dado captura al forastero semanas atrás, por lo que conocían perfectamente su aroma a tierra mojada y podían rastrear el lugar del que vino. Sin embargo, al llegar a la capital tuvieron que dividir el grupo en dos por órdenes de Patrick, esto con el fin de confundir la visiones de su tío, el profeta de Hoffmann, y así evitar que descubriera sus planes.

Mientras Patrick y su grupo se mantenían en la capital, el segundo grupo liderado por Kellen y Robert continuó con la búsqueda. El débil rastro de ese chico de ojos bicolor pronto los llevó hasta un remoto y pequeño pueblo abandonado cerca de la frontera con Polonia. Kellen alzó la cabeza al cielo y olfateó el aire, percibiendo el aroma a humo, y luego con un gruñido ordenó a todos que se dispersaran en busca de cualquier cosa que pudiera decirles algo del chico con olor a tormenta.

Kellen continuó avanzando despacio apoyado sobre sus cuatro patas y con la nariz a ras del suelo. A medida que se iba acercando a un templo dedicado a la luna, el olor a humo se hacía cada vez más fuerte. Se irguió una vez que llegó a las puertas del templo y volvió a olfatear el aire; había algo más que solo el rastro de un devastador incendio, tomó su forma humana y entró.

El lugar no era muy diferente a una iglesia convencional: con un altar al fondo y el mismo tipo de bancos largos perfectamente alineados. Debió ser un lugar muy agradable para rezar a la Diosa en su momento. Kellen divisó algunos bancos hechos pedazos sobre el altar, formando un gran montículo como si hubieran armado una fogata ahí mismo. Se detuvo en seco cuando vio que entre los escombros se asomaban algunos cadáveres, en cuyos rostros quedó plasmado el horror que sintieron al haber sido quemados vivos. «¿Qué demonios pasó aquí?» se preguntó.

Observó detenidamente cada uno de los cuerpos, a algunos el fuego casi los carbonizó por completo mientras que a otros solo causó quemaduras horribles. Se detuvo frente al cuerpo de un pequeño niño que sujetaba un libro abierto contra su pecho. Robert entró al poco tiempo y se paró en medio del recinto poniendo los brazos en jarras.

—¿Y bien? — preguntó Robert, mientras echaba un vistazo a su alrededor — ¿Qué es lo que piensas?

—No lo sé — respondió, sin apartar la vista del cadáver — No creo que encontremos nada en este lugar.

Robert soltó una pequeña risa burlona y se puso a caminar por entre las bancas. Kellen, por otro lado, se sintió atraído hacia el libro de cuentos al que ese calcinado niño se aferró hasta la muerte por lo que se inclinó a tomarlo, cuidando de que no fuera a desbaratarse, y removió la ceniza de las páginas para poder ver su contenido.

—Erase una vez — leyó en voz alta — en un remoto bosque, un solitario y hambriento lobo salió de su cueva en una fría noche sin luna a cazar. Al cabo de unos minutos de haber iniciado su búsqueda, vio la silueta de una joven doncella caminando cerca del río…

—El lobo y la luna — interrumpió Robert, recibiendo una mirada extraña de parte de Kellen — ¿Qué? Así se llama el cuento. Mamá se lo leía a… Ya sabes, era uno de los tantos cuentos para antes de dormir.

—Ajá. ¿Y cómo lo sabes?

—Ah… Eh… — carraspeó un poco y bajó la mirada avergonzado — Me… me gustaba escucharlo también.

Era lógico, Robert solo era tres años mayor que Nova, era obvio que tuviera gusto por esa clase de cosas. Kellen gruñó muy bajo y volvió su vista al libro, notando que en algunas partes el texto era indescifrable debido al fuego, pero los últimos párrafos estaban casi intactos.

—El lobo lleva en sus ojos el brillo de los astros y en su cuerpo las marcas que las llamas dejaron en él…

«Que montón de basura.» Gruñó y arrojó el libro al montón de escombros y cadáveres. Se limpió la ceniza en los pantalones y con solo una mirada le indicó a su hermano que era momento de retirarse.

Al salir del templo, los Intermedios ya los esperaban. Todos estaban en su forma lobuna a excepción del hombre de mayor edad entre ellos, que dio un paso al frente para dar su informe.

—Un incendio acabó con este lugar y con la mayoría de sus habitantes. Los sobrevivientes no parecen ser más de veinte y su rastro, aunque es débil y viejo, nos indica que cruzaron la frontera y que posiblemente fueron a Breslavia.

Kellen se mostró pensativo.

—También encontramos esto en la casa Alfa — añadió el Intermedio, tendiendole unas arrugadas hojas amarillentas y rotas de los bordes — Es parte de los registros de los habitantes. Solo eso pudo rescatarse, el resto estaba destruido.

Robert tomó los papeles y les dio una rápida revisión, deteniéndose a observar minuciosamente una fotografía donde aparecía un grupo de niños delante de una casa de dos pisos. Dio una palmadita a su hermano para llamar su atención.

—Mira — dijo, al tiempo que señalaba a alguien en la fotografía — Creo que es él.

Kellen tomó la fotografía y entrecerró los ojos acercándose demasiado a la imagen para mirar detalladamente a un niño de aspecto sombrío.

—Aquí hay algo — continuó Robert, revisando un documento — Su nombre es Rigel Kölher. Al parecer lo encontraron vagando en el bosque cuando tenía nueve años. Vivió en el albergue poco tiempo antes de que la pareja Alfa, Emily y Roland Kölher, lo adoptará.

—Carajo, eso no nos sirve — gruñó Kellen con fastidio.

Robert arrojó los papeles al suelo y encendió un cigarrillo.

—Creo que solo venimos hasta aquí para descubrir que es un maldito huérfano de mierda.

De nuevo Kellen gruñó y guardó la fotografía en el bolsillo trasero de su pantalón. Tomó su forma lobuna y emprendió camino hacia aquella ciudad polaca siendo seguido por los demás.






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