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Sofía.

El fin de semana se me pasó mucho más lento de lo que me hubiera gustado, estuve la mayor parte de este encerrada en mi pieza sin hacer mucho.

El viernes después de llegar del carrete llore hasta no dar más, solo me estire en mi cama y me quede ahí. Pero no estaba del todo sola, las chiquillas se habían venido a quedar conmigo, aunque en todo momento dijeron que preferían darme mi espacio, no las dejé.

Sentía que si estaban conmigo no me sentiría tan mal, aunque no fue así, el sentimiento fue igual o tal vez peor, pero su compañía alivió un poco. Durante la noche no hablamos mucho, ella solo se dedicaron a escuchar mi llanto, el cual era bajo. Cada una se estiró a mi lado, acariciándome a ratos el brazo o tratando de subirme el ánimo y aunque no dijeron mucho, para mi eso fue más que suficiente.

El día siguiente me sentí peor que el anterior. Una vez que desperté deseé que todo lo que había pasado solo fuera un mal sueño, pero cuando sentí la presión en el pecho sabía que no lo era. Y así fue como decidí quedarme encerrada en mi pieza el fin de semana.

Mi mamá no se demoró en darse cuenta que algo pasaba y no tuve de otra, así que le conté. Me hizo compañía lo más que pudo, trato de subirme el ánimo con cualquier cosa o con algo rico de comer. Y por un momento logro que me despejara.

Pero ya era lunes y había que volver a la realidad. De malas ganas me levante y camine hacia al baño, una vez que me mire en el espejo hice una mueca de disgusto, me veía como el hoyo. Así que de una me metí a bañarme, para tratar de quitarme la cara de muerta que tenía. Cuando ya estuve lista baje al primer piso para irme.

—Hola hija —mi mamá trato de sonar animada.

—Hola mamá —. traté de sonreír—. ¿El Felipe ya se fue?

Vi que esta negó con la cabeza.

—Te estaba esperando —me respondió.

Y ahí fue cuando lo vi salir de la cocina.

—¿Lista?

Lo mire unos segundos para después asentir. Escuché como se despidió de mi mamá y salió.

—Chao mami —le di un beso en la mejilla.

—Chao mi amor.

Estaba por irme pero su voz me detuvo.

—Sofi —me giré—. ¿Estás segura de que quieres ir hoy?

Tenía su mirada era preocupada, la misma que desde que le tuve que contar. Me quede callada por unos cortos segundos.

—Si mamá, no te preocupes.

Vi como me observo no muy convencida.

—Cualquier cosa me llamas. ¿Ya? —asentí—. Te amo hija.

—Y yo a ti mami —y después de eso salí de la casa.

El Pipe aún estaba a fuera esperando y tengo que admitir que esperaba que me diera alguna huea por demorarme, pero solo se limitó a sonreírme y caminar.

Mentiría si dijera que tengo ganas de ir al liceo, bueno en realidad la pregunta es. ¿Cuando tengo ganas?

Pero ahora esas ganas eran mucho menos, no quería ir, no quería ver a los hueones cahuineros del liceo. Pero sobre todo, no quería ver al Amaro.

Después de un rato no te que estábamos por llegar y el dolor de guata me invadió al igual que los nervios. Y aunque intentaba caminar lento sabía que en algún momento debía entrar.

Una vez que estuvimos al frente del liceo mi hermano se giró, poniendo la vista en mi.

—Si necesitas algo me hablas Sofi —sonó preocupado.

¿Otra vez tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora