Felicidad incompleta

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Bien, pues ahora no había de qué arrepentirse.

Diego ya estaba ahí; en el piso, sobre un charco enorme de su propia sangre, sin vida.

Hirving, quien estaba sentado, mirando la escena, sin creer aún lo que había hecho, no sentía, ni un poco, -de verdad, ni un poquito -, de culpa, o siquiera, algún indicio de arrepentimiento.

Se lo merecía, ¿no?

Lo que hizo estaba bien.

El problema no era ser un enfermo, un asesino, un psicópata, un criminal..., no. El problema era que su impulso fue tan sanguinario que ahora la escena de crimen era... extravagante, sí, eso.

Para una película de terror.

Para la realidad, era horrible.

Entonces, ahora, el problema era buscar una manera de deshacerse de tal <<extravagante>> -si así se le podía llamar a un empalamiento - muerte.

Al menos, no era tanta sangre como lo había sido con Santiago, pero esto, sin duda, no era lo mismo.
O no con exactitud.
Si lo movía el líquido aumentaría y eso era lo que quería evitar.

En realidad, su importancia no era para Diego. Si por él fuera, volvería a matarlo, si le dieran la oportunidad. En sí, se encontraba absorto de lo que él mismo había hecho. Era increíble. Su deceso, había sido tan lento.

Con lentitud, el pecho de Diego se fue perforando, con la pala atravesada desde su espalda hasta el pecho, y caía la sangre a río, mientras que el pobre, no podía ni pronunciar una sola palabra, pareciera que el aire le faltaba y desesperado, no podía recuperarlo,
pero no fue necesario, sus ojos decían más que las palabras, dejaban en claro lo tan sorprendido que estaba al darse cuenta que su asesino era Hirving.

Fue increíble ver cómo Diego, se rendía ante la muerte, y aceptando su final, dejaba de luchar por aire. Entre cerró los ojos, dejó caer la cabeza, de manera que su largo cabello le cubrió la cara, y cómo último esfuerzo, dijo, con la voz baja y ya casi sin vida:

-¿Qué fue lo que hice?

Hirving no le respondió.

Se encogió de hombros.

Diego, conociendo ya que moriría sin respuesta, terminó de cerrar los ojos, y esperó a su muerte.
Fue entonces, cuando el terrible dolor que sentía fue desapareciendo, que se enteró que ya no había vida por vivir.



Los gritos y risas en aquel parque, acompañado del sol brillante, el cielo vivo y el sabor del helado tan delicioso, hacían de ese día, uno simple, pero especial.

Uno simple, porque era otro día común, especial, era, porque estaba fuera de casa con su padre. Extrañaba salir de casa y pasar el tiempo con él.

-Gracias, papá. Ya extrañaba estar aquí contigo -agradeció algo apenado, jugando con la cuchara de su helado.
-No agradezcas, hijo, lo merecías después de tanta ausencia de parte mía.

Rafael abrazó a Kevin con cariño, como debía de ser.
-Por cierto, debería conocer más a mi hijo, ¿Ya tienes novio?

Kevin rió nerviosamente.
-Claro que no -recordó la primera vez que le explicó a su padre sobre sus preferencias y no tuvo problema en aceptarlo, tal y como era.

-. No me interesa nadie por el momento.
-Bueno..., pero si lo tienes, insistiré en que venga a cenar a la casa. Si te hace algo, yo me encargo de ponerlo en su lugar.
-Ay, papá, no exageres. Nisiquiera conozco a alguien todavía. Además, prometo que me conseguiré a alguien de bien.
-Yo sé que sí.

Letal Love (Kerving)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora