Miedo

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Estacionó el auto afuera de su casa y entró a ella cargado de adrenalina. La sonrisa que portaba en ocaciones se convertía en risa.

Dejó las cuerdas en el piso y se sentó en el sofá, para tratar de recuperar el aliento que sentía que perdía con tanta emoción.

Estaba preocupado por que de nuevo, se había dejado llevar por sus instintos, y le había pasado el auto encima a ése tal Erick.
Sin embargo, no sentía algún tipo de culpa, remordimiento o tristeza por lo que él acababa de hacer. Había matado a una persona. Bueno, en realidad no lo sabía, pero con las tres veces que se aseguró de pasarle el auto encima, era obvio que vivo, no estaba. Pero el caso es que le había arrebatado la vida a alguien, y no era la primera ni segunda vez.

Eso, alimentó con creces las ganas de Hirving por seguir eliminando a la competencia. De tan sólo imaginar que, cómo resultado, tendría a Kevin en sus brazos, y solo para él, las ganas de seguir derramando sangre incrementaron.

Rió por lo bajo, aunque reprochandose, porque, con este último deceso, ya todos estarían a alerta. Desde ahora, tenía que ser más cuidadoso.

Agarró las cuerdas que había dejado en el suelo y abrió la puerta del sótano con un fuerte ruido metálico.

Bajó las escaleras de piedra con rapidez y dejó las cuerdas en la mesa de madera que tenía pegada a la pared. Ya todo estaba listo.

Lo que estaba a punto de hacer, sería emocionante. No quería ni esperar un minuto más, pero ya, falta poco.

Observaba las herramientas y todo el desorden que tenía en la mesa, cuando de pronto, oyó algo caer al suelo detrás de él. <<¿Otra vez?, ¿ahora qué?>>

Esta vez, lo que se había caído, era la silla. Silla donde había estado atado el pobre de Santiago antes de morir. Cuando Hirving vio la silla ahí, se dio cuenta, que de nuevo no tenía sentido que se hubiera caído.

-¿Pero qué...?
Su voz fue interrumpida.
-Ayúdenme -oyó una voz baja.-. Por favor. Ayúdenme.
Hirving prestó atención a lo que a duras penas podía oír...
-. ¿Qué? Un momento...
Le dio un escalofrío.
-, ¿Santiago...?

Esta vez cayó al suelo una de las cuerdas que había dejado descansando sobre la mesa.

-. Santiago -sorprendido retrocedió. Luego, una risa salió de sus labios-. Sigues aquí. Sigues enfadado conmigo por lo que te hice.

Luego, negó con la cabeza. Santiago estaba muerto. Los fantasmas no existen, y no tenía sentido. Sí, quizás ya estaba alucinando, después de tanto estar solo en esa enorme casa.

-Qué tontería -le dijo a ¿Santiago? (Sí es que estaba ahí, claro) -. Debo estar muy mal ya, cómo para estar imaginándome cosas.

Se dio la vuelta y abandonó el sótano, seguido de un escalofrío doloroso por la espalda.





-Mhg -le dolía la cabeza, su cuerpo se sentía demasiado débil. Abrió los ojos y parpadeó mucho.

Estaba acostado en su cama, aún con la ropa puesta de la fiesta de anoche. ¿Cuánto había tomado?

-Perdón, papá -murmuró negando con la cabeza, mientras se incorporaba en la cama, sintiendo el aire pesado llegandole a los pulmones.
-. Vaya...

Al despertar recordó lo de anoche. Sobre todo la declaración de Alejandro. No recuerda haber sentido tanta pena y vergüenza en su vida.

La puerta de su habitación se abrió lentamente. Vio a su padre entrar, con un rostro serio. Inmediatamente pensó que se trataba por lo de su estado después de la fiesta.

Letal Love (Kerving)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora