André

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Alargó su suspiro y se revisó la cara en el gran espejo que tenía en una esquina de la habitación.
  Se mordió el interior de las mejillas acomodándose el cabello pese a que no lo necesitaba.

Luego se revisó la ropa que traía puesta. Gracias a que no se decidió por ningún atuendo de su armario, su padre tuvo que elegir para él.
  Al menos no estaba mal; traía puesta una camisa de vestir blanca, con un saco negro encima, un pantalón de vestir negro y unos tenis blancos.
  Quizá una combinación simple pero bonita, además todo estaba bien planchado y limpio.
  Según su padre, pues seguía insistiendo que lo que usaba Ángel era demasiado vago.

Rezó porque se viera decente para su próximo esposo (odiaba tener que llamarlo así, pero de esa forma eran las cosas).

Corroboró meticulosamente hasta el más mínimo e insignificante detalle. Suspiró, no muy convencido y se dio la vuelta para irse antes de que su padre lo llamara, cuando se sobresaltó por ver a su hermano entrar.

—André ya está aquí —anunció lo obvio, pasando a la habitación de Luis Ángel.—. Ya es hora.
Apenas con verlo le notó lo nervioso y asustado que estaba. No lo culpaba.

—Me asustaste —rió con nerviosismo Ángel, tallando sus manos y respirando hondo.
No quería bajar a conocerlo, pero si era sincero, le generaba curiosidad.

—Padre ya quiere que bajes —avisó Óscar acomodándole el pelo (una vez más) y sonriendo.
—¿Sí me veo bien, verdad? —preguntó ansioso.
—¡Mírate!, ay, Luis Ángel, te ves guapo, en serio.
—¿Tú crees?
—Síííííí. Anda, baja ya —insistió—. Pensé que deberías estar nervioso y por eso subí, para acompañarte.
—Gracias.
Óscar le tendió la mano.
—¿Listo?










El corazón se le aceleró de sobre manera al entrar a la sala y ver a ese hombre sonreírle.

—Te dije que bajaría —comentó su padre—. Dísculpalo, a veces es tímido.

Luis Ángel no iba a sonreírle, pero al sentir la presión de su padre y darse cuenta que eso sería algo grosero, se forzó a sonreír penoso, y con toda timidez por delante le dio la mano a André, que lo puso nervioso con esa sonrisa de caballero.

Venía vestido bastante elegante, de traje y bien perfumado, tanto que el olor a su perfume le invadió las fosas nasales a Luis Ángel con olor del perfume más caro.

—Señor André, es un gusto conocerlo.
Ángel tendió su mano, que fue tomada por André con suavidad.
—El gusto es mío, jóven Luis Ángel —
Saludó con un acento francés.
  Sonrió, para entonces atraer la mano a sus labios y besar sus nudillos.

Ángel sufrió de un escalofrío. El roce fue lo que lo provocó en un inicio, la suavidad de las manos de André fue el detonante para que se retorciera por un segundo.

—Encantadores ambos jovencitos —halagó André a los hermanos Valdés.

Se sentó en uno de los sofás de la sala, con una sensación rara al tener a ese ya no tan desconocido André.
  Mentiría si dijera que no se encontraba más tranquilo, ahora que lo conocía y lo tenía en frente, sin parar de sonreír.

Con valentía, habló antes de que su padre lo hiciera por él.
—¿Llegó aquí desde Francia? —cuestionó con cierta curiosidad, tomando con velocidad una de las tazas de té que estaban en la mesita de enfrente.

André casi cambió su sonrisa solamente para Ángel.
—En realidad, tuve que resolver asuntos de negocios con un colega mío en Chicago hace unas semanas —respondía sin dejar de mirarlo a los ojos—. Llegué aquí ayer por la noche —André sonrió al notar que la mano de Ángel temblaba descontrolada y la tacita que sostenía tiritaba.

Letal Love (Kerving)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora