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Jeongin fue mi primer amor, el que hacía que me despertara temprano todos los días solo para poder verlo entrenar en las mañanas.

Una Izumi de catorce años se encontraba sentada en el muro de su ventana, observando el césped verde que se extendía más allá. El campo estaba invadido por los sicarios de su padre, entrenando con sus armas, disparos resonando uno tras otro en una cadencia rítmica y mortal. El paisaje violento contrastaba con la calma que ella sentía al estar en su lugar seguro, lejos de la crudeza de esa realidad. Desde su puesto elevado, veía todo sin ser vista, como una observadora silenciosa del caos.

De repente, su mirada se iluminó cuando lo vio a él. Jeongin, con su cabello largo y negro con reflejos rubios que resplandecían bajo el sol, destacaba entre los demás. Su melena se movía al compás del viento, dándole un aire casi celestial. Cada vez que fallaba un tiro, se reía de sí mismo, y su risa era como una melodía que cortaba la tensión del ambiente. La luz del sol capturaba su sonrisa, haciendo brillar el hoyuelo en su mejilla, una característica que siempre le había parecido encantadora.

Izumi no pudo evitar sonreír también. Recordaba cómo, en esos momentos, se llenaba de una ilusión pura y simple. Jeongin tenía una forma de transformar incluso los entrenamientos más duros en algo soportable, casi agradable. Cada vez que lo veía reír, su corazón se aceleraba y un suspiro escapaba de sus labios. Su joven amor se alimentaba de esos pequeños momentos de felicidad compartida a distancia, donde ella podía admirarlo sin interrupciones.

Habían momentos en los que él me sonreía cada vez que me veía merodear por los campos de entrenamiento. Esos instantes estaban llenos de una calidez indescriptible.

¿La primera vez que tuvimos una conversación? Fue muy agradable, una mezcla de nerviosismo y emoción que dejó una huella imborrable en mi corazón. Y cuando perdí mi primera vez con él, también lo fue. Fue un momento íntimo y especial, lleno de ternura y conexión.

Jeongin era un hombre dulce, tan dulce que podías sumergirte en su esencia como una abeja en su propia miel, y eso me encantaba. Había una magia en su dulzura, un hechizo que me atrapaba sin remedio. Tenía el poder de hacer que yo apretara mis piernas por lo rico que hacía palpitar mi clítoris solo con susurrarme las cosas que me haría al oído. Su voz, suave y seductora, era un susurro de promesas que despertaban cada fibra de mi ser.

Tenía el poder de hacer que me arriesgara saliendo de mi habitación e ir a la suya. Cada vez que me aventuraba hacia él, era como un viaje hacia lo desconocido, cargado de emoción y deseo. No importaban las consecuencias, solo el momento presente, solo la necesidad de estar juntos. Su influencia sobre mí era tan fuerte que desafiaba cualquier temor o duda, impulsándome a buscar su calor y su amor en cada rincón prohibido de la casa.

Había algo en Jeongin que me hacía sentir viva, más viva de lo que había sentido nunca. Su dulzura, su voz, su toque, todo en él era un canto de sirena que me atraía irremediablemente, hasta ese día.

Era una tarde de otoño cuando Izumi se había despertado tarde, justo en la puesta de sol. La luz dorada se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación de un resplandor cálido y tranquilo. Había pasado la noche en vela, esperando ansiosa la llegada de su amado Jeongin, quien había estado lejos de la mansión durante días debido a las órdenes de su padre. El cansancio la había vencido en algún momento de la madrugada, pero ahora, al despertar, sentía una energía renovada y una emoción palpitante en su pecho.

Con una sonrisa llena de alegría y cariño, Izumi se dirigió a la habitación de Jeongin, su corazón acelerándose con cada paso. Abrió la puerta de su habitación con entusiasmo, pero para su sorpresa, no había nadie allí. La habitación estaba vacía y silenciosa, como si él nunca hubiera regresado. La sonrisa en su rostro se desvaneció momentáneamente, reemplazada por una expresión de confusión y preocupación.

WALLS┃HYUNJIN. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora