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La mañana se presentaba con un sol radiante que se metía sin permiso por la ventana, iluminando toda la habitación. Me moví entre las sábanas con pesadez y desánimo. Mis ojos, aún cerrados, percibían la claridad exterior, provocando en mí cierto malhumor. Era raro que me despertara tan tarde, pero después de lo que ocurrió, no me sorprendía sentirme así. La falta de sueño y las emociones encontradas parecían haber drenado toda mi energía.

Finalmente, decidí levantarme, pero cada movimiento parecía un esfuerzo monumental. Me dirigí al baño, donde el agua fría de la ducha no hizo más que acentuar mi letargo. Mientras el vapor se elevaba, no podía dejar de pensar en lo que me esperaba hoy.

El café recién hecho y los huevos revueltos reposaban en mi plato, pero no sentía hambre. Movía la comida con el tenedor, distraída, mientras mi mente navegaba en recuerdos. El sol iluminaba la cocina con un resplandor casi insoportable. A pesar de las horas de descanso, el malestar y la pesadez no me abandonaban.

El timbre del teléfono interrumpió mis pensamientos, su sonido agudo y repentino provocó un leve sobresalto. Me levanté con lentitud, dejando el desayuno a medio terminar, y me dirigí hacia el aparato que descansaba en la pared de la sala. Sabía quién sería, y me preparé mentalmente para la conversación.

—¿Sí?

—Señora, soy Jean. —La voz de Jean al otro lado de la línea era directa, sin rodeos—. Daniel ya despertó. Está en condiciones de hablar, aunque no ha dejado de gritar desde que abrió los ojos.

Tomé aire profundamente, procesando la información. Las palabras de Jean solo confirmaban lo que ya esperaba, pero eso no hacía que la situación fuera más fácil de manejar.

—Estaré allí en una hora —respondí, mi voz firme a pesar de la incomodidad que sentía en mi interior.

—Bien. Te esperamos —respondió Jean antes de colgar.

Colgué el teléfono con un leve clic, dejándolo en su lugar mientras me dirigía hacia mi habitación. Con movimientos automáticos, me vestí con unos pantalones cómodos  y me envolví en mi infaltable gabardina y bufanda. No importaba cuánto intentara parecer indiferente; sabía que la máscara que llevaba puesta era solo eso, una fachada para ocultar lo que realmente sentía.

Decidí caminar hasta la casa de Jean. Necesitaba caminar, sentir el aire fresco en mi rostro y obligar a mi cuerpo a moverse, a activarse. Sabía que la situación que me esperaba requeriría toda mi atención, y no podía permitirme vacilar.

El trayecto fue tranquilo, pero cada paso resonaba en mi mente como un recordatorio de lo que estaba por venir. Necesitaba mantenerme centrada, enfocada en la tarea que tenía entre manos. Cuando finalmente llegué, fui recibida por Jean, quien, como siempre, mantenía una expresión seria. A su lado, Harper estaba apoyado en el marco de la puerta de la cocina, con una taza de café en la mano, observándome con una mezcla de curiosidad y algo más que no pude descifrar de inmediato.

—Jean —saludé con un leve asentimiento, antes de dirigir una mirada a Harper—. Harper.

Él me devolvió la sonrisa, pero no respondió, limitándose a observarme mientras daba un sorbo a su café. En ese momento, los gritos desde la habitación se hicieron más fuertes. El sonido era agudo y desesperado, como un animal acorralado. Me llevé las manos a las sienes, tratando de bloquear el ruido, pero era imposible.

Harper, notando mi incomodidad, se acercó un poco más y comentó con calma:

—Ha estado así toda la mañana. No ha dejado de gritar desde que despertó.

—Lo imaginaba —respondí, sin ocultar el malestar en mi voz.

—¿Quieres un café? —ofreció Harper, con una sonrisa que parecía querer aliviar la tensión—. Lo hago yo, con un toque especial.

Sinfonía de la muerte (Alastor x Tn)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora