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Mi amor.

Esa frase resonaba en mi mente mientras caminaba de regreso a casa, envolviéndome como un eco persistente, donde no tardé en relacionarlas con lo que Renard me había insinuado anteriormente.

¿Realmente estaba comenzando a verme con otros ojos?

La idea me tomó por sorpresa. Nunca habría imaginado que un hombre como él, con su porte impecable y su aura siempre tan impenetrable, pudiera siquiera contemplar ese tipo de sentimientos. Siempre lo había percibido como alguien ajeno a las complicaciones emocionales, enfocado únicamente en sus propios propósitos y misterios.

Pero, por otro lado, no podía negar la calidez que se filtraba en mi pecho ante esa posibilidad. En el fondo, muy en el fondo, había algo en mí que lo encontraba... tentador. Y eso me asustaba tanto como me atraía.

—Querida, ¿me estás escuchando?

—Eh... sí. Por favor, continúa —respondí rápidamente, intentando borrar de mi rostro cualquier evidencia de los pensamientos que me habían invadido durante el trayecto.

El resto del camino lo llenó con una conversación que empezó siendo sobre su trabajo. Era entendible; parecía que su única oportunidad de desahogarse era cuando alguien le preguntaba directamente. Si no, prefería guardar silencio, aunque eso implicara cargar con el peso de todo.

Durante los primeros diez minutos, se quejó de los titulares repetitivos, de las historias aburridas y de la presión constante de encontrar algo nuevo que mantuviera la atención de los oyentes. Su frustración era evidente, pero eventualmente la conversación dio un giro, como solía suceder con él, y de alguna manera terminamos hablando de un tema completamente diferente.

—Mi tía tenía un Hush Puppy. Era odioso. O más bien, él me odiaba a mí, ¿puedes creerlo? ¡A mí! —exclamó, soltando una de sus manos del volante para golpearla contra la otra con dramatismo teatral.

Lo miré de reojo, conteniendo una sonrisa. Era difícil no encontrar cierto encanto en su manera de exagerar cada detalle.

—¿Un Hush Puppy? —pregunté, tratando de sonar neutral, aunque la idea me parecía bastante ridícula—. ¿Cómo puede un perro odiarte?

Alastor giró ligeramente la cabeza hacia mí, arqueando una ceja con fingida indignación. Sus ojos, siempre llenos de ese brillo travieso, parecían estudiarme por un breve instante, como si evaluara mi reacción. Luego, volvió a mirar al frente, pero no antes de regalarme una sonrisa, pequeña y sutil, que dejó entrever algo no podía descifrar.

—¡Eso es lo que yo me pregunto! —dijo finalmente, volviendo a centrarse en el camino mientras su tono adquiría un toque aún más teatral—. Ese pequeño demonio estaba decidido a arruinar mi vida. Mordía mis zapatos, ladraba como si hubiera visto al mismo diablo cada vez que me veía y, un día, incluso intentó robar mi almuerzo. ¡Mi propio almuerzo!

Solté una carcajada, incapaz de contenerme. La historia era absurda, pero la manera en que la narraba la hacía aún más divertida.

—Tal vez tenía buen ojo para los humanos —bromeé, lanzándole una mirada divertida.

Alastor giró los ojos dramáticamente, pero no pudo evitar que su sonrisa se ensanchara.

—Oh, querida, si tan solo hubieras conocido a esa bola de pelos... —dijo con un suspiro exagerado.

Me sorprendió sentir cómo sus ojos volvían a posarse en mí, de forma fugaz pero evidente, cada que el semáforo nos detenía. No fue solo una mirada casual; parecía más una especie de pausa, como si quisiera asegurarse de algo. Cuando nuestras miradas se encontraron, me ofreció otra sonrisa, más cálida, más genuina, antes de que con una rapidez que casi pasó desapercibida, su índice y dedo medio tomaron mi mejilla, apenas sujetándola por un momento breve.

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Sinfonía de la muerte (Alastor x Tn)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora