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Finalmente, logré reunir algo de fuerza y me dirigí al baño. Al encender la luz, la imagen en el espejo me golpeó con brutalidad. Mi ceja estaba hinchada y parcialmente partida, el labio inferior sangrando, y un hematoma grande se extendía en mi mandíbula. Mis ojos estaban hinchados y llorosos, reflejando la angustia que me embargaba.

Me despoje de mi remera con movimientos bruscos, y al mirar mis brazos, vi las marcas moradas de la violencia que había sufrido. Eran recuerdos visibles de una brutalidad que no podía borrar. Me sentía sucia, enferma, y la sensación de repulsión era casi insoportable. El dolor físico era un recordatorio cruel de mi estado emocional desolado.

Sin pensarlo, me lancé a la ducha, el agua caliente corría sobre mi piel, casi como un intento de purificarme de todo el mal que sentía dentro. El vapor y el calor parecían ofrecer una breve distracción del tormento interno. Me quedé bajo el agua hirviendo, dejando que el líquido quemara las heridas físicas y, en un intento vano, limpiara el dolor emocional que me atormentaba.

Cada gota que caía era un grito ahogado, un intento de liberarme de la desesperación que me envolvía. Aunque no había escape fácil, no había alivio verdadero en esta lucha solitaria. Simplemente me dejé estar bajo el agua, esperando que en algún momento, el dolor, tanto físico como emocional, se desvaneciera y me permitiera enfrentar el próximo desafío con una fuerza renovada.


Pero cuando las lágrimas se agotaron, me quedé vacía, con un peso en el pecho que casi me impedía moverme. Aun así, me obligué a salir de la ducha. El agua seguía goteando de mi cuerpo, pero ya no sentía el calor ni el frío, sólo una profunda indiferencia. Me vestí y peiné de manera automática, casi mecánica, como si mi cuerpo se moviera por cuenta propia, ajeno a la voluntad que lo dirigía. Pero la sensación de suciedad, de repulsión, permanecía latente, enraizada en lo más profundo de mi ser.

Sin más preámbulos, me dirigí hacia la calle. La fría noche me recibió con un abrazo gélido, pero en lugar de retroceder, una energía desconocida me impulsó a caminar firmemente, con la cabeza en blanco. Mi cuerpo se movía con una determinación que no reconocía, como si cada paso me acercara a un destino ineludible.

No pensaba en nada, no sentía nada más que un vacío inmenso en el pecho que lentamente se llenaba de ira pura. Era algo en mí que se negaba a desaparecer, algo que me empujaba hacia adelante hasta alcanzar mi objetivo, Daniel Kerter.

Al llegar, toqué la puerta tres veces, cada golpe resonaba en la noche oscura. Después de unos momentos, Jean apareció. Por primera vez, vi un cambio drástico en su rostro, pasando de su habitual seriedad a una preocupación palpable.

No intercambiamos palabras. Entré de manera automática, dirigiéndome directamente hacia la puerta de la habitación de Daniel. Jean me siguió en silencio, sus pasos resonando detrás de mí. Al oír que alguien había entrado, Harper salió de la cocina, sus ojos encontrándose con los de Jean antes de mirarme. Al ver mi rostro, completamente lastimado e hinchado, se acercó con pasos rápidos y firmes.

Tomó mi rostro con una delicadeza innata, sus ojos llenos de sorpresa y preocupación, pero me aparté de su agarre con un movimiento brusco. La determinación que había en mi pecho me llevó a que de un golpe seco, abrí con fuerza la puerta, dejando que la oscuridad del cuarto nos envolviera a ambos.

Entré con una sombra de mi antigua yo, mientras Daniel parecía despertar asustado, acurrucado en una colchoneta en una esquina. Sin esperar un segundo, lo agarré fuertemente y lo arrastré al centro de la habitación, sin delicadeza alguna, dejando que su cuerpo golpeara el suelo con un ruido sordo. La primera patada en el estómago fue un estallido de mi ira reprimida, y la segunda, en su cabeza, fue un reflejo de mi rabia pura.

Por primera vez en la noche, hablé, mi voz gélida y seria cortó el aire.

—Fuiste tú, ¿verdad? —le pregunté, mi tono cargado de una ira helada mientras le propinaba otra patada en el estómago—. ¡¿Fuiste tú quien llamó a los policías?!

Cada palabra se acompañaba de un golpe, cada sílaba era una condena. Daniel, encorvado y adolorido en el suelo, levantó brevemente la cabeza. Sus labios formaron un simple "sí", cargado de un orgullo que encendió una chispa en mi furia. Esa chispa se convirtió en llamas incontrolables. Pateé su cabeza, su estómago y su entrepierna, mis movimientos eran precisos y brutales, guiados por una necesidad insaciable de venganza.

De un movimiento rápido, saqué la navaja de mi bolsillo y la abrí con un clic siniestro que resonó en la habitación. Jean y Harper se tensaron, alertados por el peligro inminente. Me acerqué más a Daniel, con la navaja brillando en mi mano.

—Mira lo que ha hecho tu jefecito —escupí, mi voz temblando de ira y repulsión—. ¡Mírame!

Le pateé el estómago de nuevo, y él gimió, un sonido que solo sirvió para alimentar mi furia.

—¡Por tu pequeña broma, yo las pago! —grité, y con un movimiento preciso, hundí la navaja en su pecho. La sangre brotó, caliente y roja, manchando mis manos mientras lo miraba fijamente—. ¡Abre los malditos ojos, gusano infeliz! —tomé su cabello con fuerza, tirando de él para abrirle los ojos de manera violenta—. ¡MIRA LO QUE TU JEFE ME HA HECHO!

Mis puños comenzaron a golpear su cara, una y otra vez. Me subí a él, sentándome sobre su abdomen mientras descargaba toda mi ira, cada golpe era una descarga de odio y dolor acumulado.

—¡Casi me viola por tu puta culpa! —gritaba, mi voz resonaba en la habitación mientras seguía apuñalándolo frenéticamente. La navaja se hundía en su carne una y otra vez, mis movimientos eran salvajes y descontrolados.

A la sexta apuñalada en su pecho, sentí la mano de Jean en mi brazo, intentando detenerme.

—Tn, tranquilízate —me dijo, su voz era un intento de calma que no podía alcanzar mi mente en llamas—. Aún no ha dicho nada.

Levanté la cabeza, mis ojos encontrándose con los suyos. La frialdad en mi mirada era suficiente para helar a cualquiera.

—Suéltame antes de que termines peor que él, Jean Castellano —le advertí, mi tono era bajo pero lleno de una amenaza palpable.

La sorpresa en sus ojos me dio una satisfacción oscura. Jean titubeó, sus manos se apartaron de mí como si hubieran tocado una brasa ardiente, y se retiró con frialdad, el miedo palpable en su cuerpo. Había conocido a la verdadera Tn, y ese encuentro le había helado los huesos.

Me liberé salvajemente de su agarre y volví hacia el cuerpo moribundo de Daniel, la ira aún rugiendo dentro de mí. Seguí golpeándolo, cada puñetazo resonaba en la habitación, un eco de mi dolor y frustración. La navaja seguía su danza mortal, perforando su pecho, su rostro, sus ojos. Perforé sus ojos, dejando su rostro irreconocible, y el torso un amasijo de carne destrozada.

Durante 10 minutos, no me detuve. El tiempo perdió su significado mientras apuñalaba y golpeaba, mi mente completamente desconectada del mundo que me rodeaba.

Cuando finalmente me cansé, me levanté con una tranquilidad que contrastaba con la violencia anterior. Miré mi obra de arte, un cuerpo destrozado, irreconocible, un testimonio de mi furia incontrolable. Mi gabardina, mi ropa, mis manos, incluso mi rostro, estaban cubiertos de sangre, rojo carmesí.

Me giré hacia Jean y Harper, quienes seguían en la puerta, sus rostros eran una mezcla de miedo e impresión. Les dirigí una fría mirada antes de hablar, mi voz cortante como un cuchillo.

—Encárguense.

Mi tono no admitía discusión. Sin más, me giré y salí, dejando atrás un baño de sangre, y a dos hombres que ahora sabían que habían visto a la verdadera Tn. Afuera, la noche fría seguía envolviendo la ciudad, pero dentro de mí, solo quedaba la ira y la frialdad que ahora me definían.









Cortito pero necesario.

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Hasta la próxima emisión <3

Sinfonía de la muerte (Alastor x Tn)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora