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— Buenas tardes, señora.

La madre de Kara estaba en el jardín de la entrada de la casa, trabajando en los rosales. Era tan hermosa y se parecía tanto a Kara que Imra decía siempre que simplemente había decidido copiarse a si misma en su hija.

Era imposible el parecido tan exacto que tenían.

— ¡Imra! Hacía mucho que no venias por aquí.

— Había estado un poco ocupada.
La mujer siguió trabajando en sus rosales, sin prestarle mucha atención a la recién llegada.

Imra sabía que no era una descortesía. Simplemente, la madre de Kara se distraía con mucha facilidad. Todos los que la conocían estaban acostumbrados a que de un mentó a otro, los dejara hablando solos, o cambiara abruptamente la conversación.

— ¿Sé encuentra Kara? — preguntó la joven.

— Sí, pasa.— respondió la mujer mientras cortaba algunas ramas del rosal — Esta en la casa del árbol.

La casa del árbol estaba en el jardín trasero. Pero en realidad no era una casa sobre un árbol. La casa, estaba sobre el cobertizo donde el padre de Kara guardaba todas sus herramientas, y para subir, tenía que trepar por las ramas de un joven árbol que jamás hubiera soportado el peso de una casa.

Cuando era niña, Kara insistió durante meses en que quería una casa del árbol, pero en su jardín no había más que flores. Por eso, su padre terminó construyéndola sobre el cobertizo, y plantó un castaño junto a la casa para que no fuera tan descabellada la idea de llamarla “la casa del árbol”.

— ¡¿Kara?! — llamó Imra desde debajo de la casa y en respuesta recibió una envoltura de chocolate — ¿Puedo subir?

Pensó que Kara no le respondería, pero pasados algunos minutos, una nueva envoltura de chocolate descendió de las alturas.

Tomaría eso como un sí.

Trepó por el árbol y al llegar arriba se encontró con Kara recostada sobre el piso de la casa. Había envolturas de chocolate por todas partes y una bolsa medio vacía sobre el vientre de la rubia. Tenía la mirada clavada en el techo y ni siquiera se molestó en mirar a la recién llegada.

Tampoco era como que Imra esperara un gran recibimiento.

No la culpaba por estar enojada.
Dejarla sola, mientras sus amigos las atacaban no había sido lo correcto, y lo sabía. Era simplemente que no supo cómo manejarlo.

Todo eso, era nuevo para ella.
Como Kara no parecía tener intenciones de levantarse, Imra se tumbó a un lado de ella en silencio. Hasta que se le ocurrió algo que decir.

— Si sigues comiendo tantos chocolates, se te llenara la cara de granos.

Kara destapó un nuevo chocolate y se lo metió a la boca.

— ¿Qué tal fue todo? — preguntó imra yendo directo al grano. No tenía sentido darle vueltas.

— Fue una mierda — respondió Kara con desdén — Y no mejoró después de que te fueras.

Kara se puso de pie, y se sentó en la entrada de la casa, con los pies colgando al vacío. Solo unos segundos después, Imra estaba a su lado.

— Perdóname. No sé qué me pasó. Yo solo… no podía seguir allí — esperó a que Kara dijera algo, pero parecía que era la única que iba a hablar — Estoy mintiendo — declaró después de soltar un suspiro — Tenía miedo. Aun lo tengo.

— ¿Miedo de que? — finalmente, Kara la miró.

— De lo que dirán. De lo que piensen. Ellos… son nuestros amigos.

¿Verdad o reto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora