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Después de la despedida en los andenes de la estación del tren, seguí a Kara por un estrecho pasillo hasta encontrar la puerta de los camarotes que Alex había reservado para nosotras.

El lugar era un pequeño cuarto donde solo había una litera y los portaequipajes a un lado.  No viajaban con muchas cosas. Cada una llevaba una mochila con un poco de ropa que me encargadé de empacar. Por alguna razón, a poco menos un año de conocernos, ya había ropa de Kara guardada en mi closet.

En cuanto Kara entró, se acostó sobre la colchoneta baja de la litera y se acurruco dándome la espalda.

No quería atosigarla con preguntas, aun cuando no podía sacármelas de la mente. Pensé que era mejor darle su espacio. Si finalmente Kara se animaba a hablar de lo sucedido, yo iba a estar ahí para escucharla. Si no, también estaría junto a ella para ayudar a superarlo.

Acomodé las maletas, cerré la puerta con seguro para mantenernos a salvo y subí a mi propia cama para tratar de dormir. Estaríamos cuatro horas en ese tren y descansar un poco no parecía mala idea.

Me costó mucho conciliar el sueño, porque repetía una y otra vez en mi mente la despedida con Diana, pero finalmente me quedé dormida.

Desperté en medio del silencio después de dos horas. Miré el celular y aun tenia señal y el GPS seguía funcionando. Faltaba bastante camino.

Me moví con cuidado sobre la cama para no despertar a Kara. El estómago me gruñía por el hambre, no habíamos desayunado nada, ni habíamos traído algún bocadillo, pero en el tren había un vagón comedor. Podía despertar a Kara e ir por algo de comer.

Luché con la idea durante algunos minutos, pero cuando mi estómago gruño de nuevo, entendí que no tenía nada que pensar.

Bajé de la litera de un salto y llamé a Kara que parecía seguía durmiendo y no se había movido de su posición.

— ¿Kara? — dije en lo que fue casi un susurro. Eso no la iba a despertar. Me aclare la garganta y hable un poco más fuerte — Kara, ¿estás despierta? — de nuevo no obtuve respuesta.

Me incliné sobre ella. Tenía el rostro tapado con los brazos, pero escuché su respiración acompasada y tranquila. Signo de que dormía profundamente.

Le escribí una nota, y la dejé pegada en la puerta antes de salir del camarote.
Regresé cuando estábamos llegando a la estación, justo a tiempo para despertar a Kara.

— ¡Kara, ya llegamos! — tomé las mochilas y esperé de pie junto a la cama a que terminara de despertar.
Cuando Kara se dio la vuelta hizo una mueca de profundo dolor. La ayude a incorporarse y me quedé sentada en la orilla de la cama junto a ella hasta que pudo respirar con normalidad.

Me di cuenta de que durante todo ese tiempo no había estado dormida. Tenía los ojos hinchados y rojos, y las mejillas húmedas. Kara había estado llorando. Las heridas en su rostro eran impactantes. Los moretones habían comenzado a aparecer, pero nada de eso hubiera llamado tanto mi atención, si Kara siguiera con su actitud combativa y alegre.

— Lle… — se me hizo un nudo en la garganta — Llegamos a Montebello.
El rechinido de las ruedas y el silbato del tren, lleno el silencio que se hizo en la pequeña habitación. Sin mirarme, Kara me pidió una de las mochilas. Pero la convencí de que no pesaban nada y que podía cargar las dos sin problema. No insistió. Se puso unos lentes negros, y salió al concurrido pasillo sujetándose un costado.

En cuanto pude mover los pies, fui tras ella.

— ¡Wow! — exclamé en el momento en que bajamos del tren y pisamos la estación. Había pensado que sería mucho más pequeña y menos abarrotada. Pero en Montebello, lugar del que poco me había interesado investigar, se juntaban varias rutas comerciales. Y el ajetreo de la pequeña ciudad era muy animado.

¿Verdad o reto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora