El ocaso bañaba las torres de Rocadragón con una luz dorada y melancólica. Daemon Targaryen, aún envuelto en el luto por la pérdida de su esposa Laena Velaryon, observaba el horizonte desde los parapetos de la fortaleza ancestral. Había en su pecho una furia contenida que solo el vuelo de Caraxes, su dragón, podía calmar. Pero incluso las alturas no habían disipado el pesar que lo acosaba. El destino de su linaje, ahora más incierto que nunca, le pesaba en la mente.
Las historias sobre el apogeo y caída de Valyria, la tierra de su estirpe, parecían más cercanas que nunca. Rocadragón, con sus cimientos volcánicos y salas llenas de secretos, siempre había sido un eco de esa gloria antigua, pero ahora resonaba algo más. Rumores habían llegado a sus oídos; susurros sobre una casa que se creía perdida en la destrucción de Valyria: **los Graegoris**.
Esta casa, cuyos estandartes no se veían desde la Maldición, llevaba el símbolo de un dragón plateado de cuello largo sobre fondo negro. Decían que en tiempos antiguos, los Graegoris eran una de las casas más poderosas de Valyria, rivales en poderío con los Targaryen. Sin embargo, mientras los Targaryen huyeron a Rocadragón antes de la catástrofe, los Graegoris fueron tragados por el fuego y la ceniza de su patria. O al menos eso creían todos.
Daemon había recibido noticias de dragones desconocidos avistados al este, dragones con escamas plateadas y alas tan oscuras como la noche. Se rumoreaba que no solo sobrevivieron algunos de los Graegoris, sino que habían mantenido su sangre pura y su dominio sobre los dragones durante siglos en secreto.
El viento sopló fuerte desde el mar, trayendo consigo el olor de la sal y el hierro. Daemon cerró los ojos y respiró hondo. El rugido lejano de Caraxes le recordó su conexión con la antigua Valyria, y con eso vino una sensación inquietante de lo inevitable: si los Graegoris realmente habían regresado, significaría que el equilibrio de poder en Westeros estaba a punto de cambiar.
Aquella misma noche, mientras cenaba con Viserys, su hermano y rey, Daemon decidió mencionarlo. Viserys había envejecido rápidamente, y sus ojos reflejaban el cansancio de un hombre que había pasado demasiados años en el trono, peleando con consejeros más que con ejércitos.
—He oído cosas, hermano —dijo Daemon, rompiendo el silencio mientras un sirviente les llenaba las copas de vino. —Historias de dragones desconocidos. Casas que se creían extintas.
Viserys levantó una ceja, apenas interesado. Su salud estaba debilitada, y las preocupaciones del reino lo tenían agotado.
—Historias de pescadores y mercaderes cansados —respondió, restándole importancia. —Los dragones de Valyria están muertos, salvo los nuestros.
—No todos. —Daemon se inclinó hacia adelante, sus ojos resplandeciendo con una intensidad peligrosa. —Los Graegoris han regresado.
El silencio que cayó sobre la sala fue absoluto. Viserys, normalmente reacio a las fantasías, pareció afectado por esas palabras.
—Los Graegoris... —murmuró, recordando las historias que se contaban en su juventud. —Eran casi tan poderosos como nuestra casa, pero desaparecieron.
—No desaparecieron —interrumpió Daemon—. Se ocultaron, como las brasas de un fuego que nunca se apagó del todo. Y ahora están reclamando lo que creen que es suyo. Su estandarte ondea con un dragón plateado, y no puedo evitar pensar que buscan algo más que paz.
Viserys apoyó su copa en la mesa y se levantó, dirigiéndose a una de las ventanas que daba al mar. Su rostro, antes relajado, se tensó de preocupación.
—Si es cierto lo que dices... si realmente han sobrevivido... —El rey parecía estar hablando más consigo mismo que con Daemon—. Entonces esto no es solo una amenaza para nosotros, sino para todo el reino.
Daemon sonrió con amargura.
—El fuego de Valyria nunca muere, hermano. Y parece que sus fantasmas han venido a recordárnoslo.
El eco de sus palabras quedó flotando en el aire. Si los Graegoris realmente habían vuelto, no había duda de que reclamarían su lugar entre los señores de dragones. Y los Targaryen, en su reinado incierto, se enfrentarían a un desafío que ni siquiera los Siete Reinos estaban preparados para enfrentar.
Daemon sintió el peso del destino caer sobre ellos. La Maldición de Valyria, pensó, nunca había sido solo una tragedia del pasado. Había sido el preludio de una guerra que aún no había terminado.

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Hijos del Fuego y de la Sombra
FanfictionTras la caída de Valyria, los Targaryen se erigen como los últimos señores de dragones. Sin embargo, en las sombras de la historia, una casa valyria desconocida resurge, reclamando su lugar y su legado. Con dragones olvidados y secretos ancestrales...