Capitulo 22: Los Vientos Cambian

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El aire en The Arbor se había vuelto pesado, cargado de tensión y desconfianza. La desaparición de Daemon Graegoris había sacudido a la familia hasta sus cimientos. El rumor de que Daenerys Targaryen, la Reina Dragón, estaba detrás de este acto no había hecho más que agitar aún más las aguas ya turbulentas. Pero entre las paredes del castillo, una duda insidiosa comenzaba a crecer, sembrada por la incertidumbre y la ausencia de pruebas claras: ¿y si Jon Snow no era el aliado que pensaban?

Aelyria, la regente de los Graegoris, permanecía de pie junto a la ventana de su cámara privada, observando el puerto donde los barcos de su familia comenzaban a prepararse. Las velas negras y plateadas de la Casa ondeaban al viento, listas para partir en busca de su hermano perdido. Sus pensamientos eran un torbellino de posibilidades. Cada fibra de su ser deseaba lanzar toda su fuerza contra los enemigos que habían arrebatado a Daemon, pero la cautela la mantenía contenida.

Kaelen, su hermano mayor, se acercó a ella. Su presencia siempre había sido un consuelo, una fuerza tranquila en tiempos de tormenta.

—Nuestros espías han vuelto, y las noticias son inciertas —dijo Kaelen, con voz grave—. No hay rastro de Daemon en King's Landing, y Daenerys no parece estar moviéndose contra nosotros directamente. Sin embargo, algunos de los movimientos de Jon Snow no concuerdan con lo que nos ha dicho.

Aelyria cerró los ojos, dejando que las palabras de su hermano se asentaran. La idea de que Jon, el hombre que habían considerado su aliado, pudiera estar detrás de todo esto era casi imposible de procesar. Jon había luchado junto a ellos, compartido su visión de un Westeros unido y pacífico. Pero también era cierto que el poder tenía la capacidad de corromper incluso a los más honorables.

—Si Jon nos ha traicionado, el precio será alto —dijo Aelyria, finalmente, con una voz que parecía contener todo el peso del mundo—. Pero aún no podemos acusarlo sin pruebas. Debemos ser más astutos que él.

Kaelen asintió.

—He comenzado a movilizar a nuestras fuerzas en secreto. No podemos esperar más. Si Daemon está en peligro, debemos actuar. He convocado a las tropas de nuestra casa y algunas de nuestras alianzas más cercanas. Pronto marcharemos hacia el Norte.

Aelyria giró su cabeza, mirándolo con una mezcla de aprobación y determinación. Los Graegoris no podían esperar a que los acontecimientos se desarrollaran por sí solos. Necesitaban tomar el control de la situación, y recuperar a Daemon era una prioridad absoluta.

—¿Y Thalion? —preguntó Aelyria.

—Está en el campo de entrenamiento, preparando a los hombres —respondió Kaelen—. Ha estado entrenando a los guerreros día y noche. Está impaciente, ansioso por ir a la guerra. Pero sabe que debemos actuar con inteligencia.

Aelyria asintió, sabiendo que Thalion era el más impulsivo de los hermanos. Su habilidad en el combate era indiscutible, pero su corazón ardía con una pasión que a veces lo cegaba. Aelyria y Kaelen habían aprendido a equilibrar su energía, pero en este momento, necesitaban la furia de Thalion tanto como su propia estrategia.

—Prepara los barcos y reúne a nuestras tropas —ordenó Aelyria—. Mañana al amanecer, partimos hacia el Norte.

Kaelen inclinó la cabeza en señal de respeto y salió de la habitación, dejando a su hermana sola una vez más. Aelyria sabía que la decisión que había tomado los llevaría por un camino peligroso, pero no podían permitirse más demoras. Daemon estaba allá fuera, sufriendo quién sabe qué horrores, y ella no podía permitir que su hermano cayera en las garras de enemigos invisibles.

***

El sol aún no había salido cuando los estandartes de la Casa Graegoris comenzaron a moverse. Decenas de barcos estaban anclados en el puerto de The Arbor, y los guerreros se alineaban, preparados para embarcarse en una misión que muchos sabían podría ser su última. Las tropas habían sido movilizadas en un silencio disciplinado, el brillo de las armaduras y las espadas destellaba bajo la tenue luz del amanecer.

Thalion, con su armadura negra adornada con el emblema de la casa, estaba en primera línea, revisando cada barco, cada soldado. Su mirada estaba fija, resuelta, pero había una furia en su interior que no podía ocultar. La desaparición de Daemon lo había dejado marcado, y el deseo de vengarse de aquellos que lo habían secuestrado lo consumía.

Aelyria se acercó a él, observando cómo manejaba a los hombres con la destreza de un comandante.

—Estamos listos para partir —dijo él, sin mirarla directamente, su atención aún en los preparativos.

—Lo sé, pero recuerda, Thalion. No vamos solo a desatar una guerra. Vamos a salvar a Daemon, y la estrategia es tan importante como la fuerza —le advirtió Aelyria, su tono suave pero lleno de autoridad.

—Lo sé, hermana —contestó él, finalmente girándose hacia ella—. Pero si Jon nos ha traicionado... Si Daenerys está detrás de esto... Nada me impedirá verlos arder.

Aelyria asintió. Entendía la rabia de Thalion, pero también sabía que necesitaban tener la mente clara. Había demasiados factores en juego, y una guerra abierta contra Daenerys o Jon Snow podría significar la ruina de su casa. Necesitaban ser más inteligentes que sus enemigos.

Kaelen apareció a su lado, vestido con una armadura más ligera pero igualmente imponente. Su espada descansaba a su lado, pero sus ojos, serenos y calculadores, mostraban que estaba listo para cualquier cosa.

—Nuestros exploradores han encontrado rastros de mercenarios moviéndose al norte. Pueden ser la clave para encontrar a Daemon —informó Kaelen—. Si seguimos sus huellas, nos llevarán hasta su paradero.

—Entonces, partimos al norte —dijo Aelyria, tomando el mando—. Pero primero, necesitamos una estrategia más allá de la fuerza bruta.

El consejo de guerra se reunió rápidamente, Aelyria, Kaelen y Thalion, rodeados de sus capitanes más confiables. La estrategia era clara: enviarían una pequeña avanzada de exploradores para seguir las pistas de los mercenarios, mientras el grueso de sus fuerzas seguiría con cautela. No podían arriesgarse a una emboscada o a caer en una trampa.

Pero si Jon Snow había jugado con ellos, si él era el responsable, entonces la ira de los Graegoris caería sobre él con todo el poder de los dragones. Sin embargo, los Graegoris no sabían que Jon estaba jugando un juego mucho más oscuro, utilizando su propio conocimiento de la política y la guerra para enfrentar a sus enemigos entre sí.

***

En una celda oscura y húmeda, Daemon Graegoris colgaba encadenado, su cuerpo cubierto de heridas y su mente tambaleándose entre la desesperación y la furia. No sabía cuánto tiempo había pasado desde su captura. El dolor era constante, pero lo que más lo atormentaba era la incertidumbre.

Mientras el eco de pasos resonaba por el corredor, una sombra familiar se acercó. Jon Snow, con su manto negro, lo observaba desde la entrada de la celda.

—No tienes por qué sufrir más —dijo Jon, su voz grave pero firme—. Solo dime dónde están los dragones.

Daemon levantó la cabeza con esfuerzo, su mirada llena de odio y desdén.

—¿Dragones? —rió amargamente—. ¿Eso es lo que quieres? No los obtendrás.

Jon se acercó, su expresión impenetrable.

—Los necesito. Westeros necesita equilibrio. Y si Daenerys sigue siendo una amenaza, no dudaré en usarlos contra ella.

Daemon lo miró fijamente, comprendiendo, finalmente. Pero no diría nada. Moriría antes de traicionar a su familia.

Jon Snow había elegido su lado, y los Graegoris aún no sabían que la verdadera batalla no era contra Daenerys, sino contra el hombre que creían su aliado.

En el horizonte, las velas negras de la flota Graegoris ondeaban al viento, moviéndose hacia el Norte. La guerra que se avecinaba sería brutal, y las piezas en el tablero de Westeros estaban a punto de cambiar para siempre.

Hijos del Fuego y de la SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora