Capitulo 24: Sueños, Guerra y ¿Amores?

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Daenerys se encontraba en el salón principal de Rocadragón, un lugar donde las antiguas piedras aún respiraban la historia de sus ancestros, los Targaryen. Desde lo alto de las ventanas abiertas, la brisa del mar azotaba las paredes, haciendo ondear las banderas con el estandarte de su casa, el dragón tricéfalo. Drogon descansaba en la cima de la fortaleza, su respiración lenta y profunda, como si compartiera la inquietud de su madre.

Una sensación inquietante había estado revoloteando en el aire. Los sueños que la atormentaban noche tras noche seguían con la misma intensidad, y la presencia de la misteriosa mujer de cabello blanco ya no era una simple imagen pasajera en su mente. Había algo real detrás de esas visiones. Daenerys no podía evitar sentir que todo lo que había construido estaba en peligro, pero lo más desconcertante era que no lograba descifrar de dónde provenía la amenaza.

Los rumores comenzaron a filtrarse como gotas de veneno. Varys, el Maestro de los Susurros, había traído noticias inquietantes. En algún lugar al oeste, algo se movía. Un ejército. Una flota. Tropas desconocidas que comenzaban a desplazarse con un propósito claro. Los Graegoris. Al principio, el nombre le resultó apenas una sombra lejana, pero no tardó en recordar las historias, los susurros sobre los descendientes de la antigua Valyria que habían sobrevivido, escondidos durante siglos.

—Los Graegoris se movilizan —dijo Varys, con su voz suave pero grave, mientras cruzaba el salón con las manos entrelazadas bajo su pecho—. Han estado preparando una ofensiva, aunque sus intenciones aún son inciertas.

Daenerys frunció el ceño al escuchar el nombre de aquella casa. Sabía poco de ellos, pero lo que había escuchado no era algo que pudiera ignorar. Los Graegoris eran valyrios, como los Targaryen, pero habían estado aislados, distantes. Y ahora, parecían moverse con un propósito que no lograba descifrar.

—¿Cuántos son? —preguntó Daenerys, sintiendo que la respuesta podría decidir el curso de sus próximas acciones.

—Tienen una flota considerable. Los informes sugieren que están movilizando tropas en The Arbor, una isla bajo el control de la Casa Redwyne. Pero no solo eso... se habla de dragones, mi reina. No uno, ni dos, sino tres jóvenes dragones que acompañan a sus líderes —contestó Varys, mientras su mirada escudriñaba cada reacción en el rostro de Daenerys.

El silencio que siguió fue sofocante. Dragones. Esa palabra siempre había sido sinónimo de poder, de destrucción, de la historia que ella misma había reclamado como suya. Durante tanto tiempo, había creído que los únicos dragones en el mundo eran Drogon, Rhaegal y Viserion, y que ella, como su madre, era la última de la sangre del dragón. Pero ahora, esa certeza se desmoronaba como las olas que golpeaban Rocadragón.

—¿Dragones? —repitió, su voz en un susurro apenas audible. Sus pensamientos viajaron rápidamente a los sueños, a las figuras desconocidas que surcaban el cielo, oscuras y majestuosas, que no pertenecían a ella—. No puede ser...

Tyrion, que había estado en un rincón observando la conversación, dio un paso adelante. Sus ojos brillaban con preocupación, pero también con la agudeza de alguien que había aprendido a ver el juego político desde una perspectiva amplia.

—Si los Graegoris tienen dragones, y si están movilizando tropas... —empezó Tyrion, pero Daenerys lo interrumpió.

—Quieren recuperar lo que creen que es suyo —dijo ella con firmeza, cruzando los brazos frente a su pecho. Caminó hasta una de las ventanas, observando el horizonte oscuro, más allá del mar—. Quieren reclamar el legado de Valyria, igual que yo.

La revelación cayó sobre ella como una tormenta. Los Graegoris no solo eran un nombre más en el tablero de Westeros. Eran una amenaza. Eran valyrios, como ella. Y si lo que decía Varys era cierto, si tenían dragones... su monopolio sobre el poder de los antiguos dioses se estaba desmoronando. Los dragones eran el arma definitiva, y si ellos los controlaban, entonces su reinado no estaba tan asegurado como había creído.

Horas más tarde, el salón de Rocadragón estaba lleno de tensión. Daenerys había convocado a sus principales consejeros para discutir la noticia. Missandei estaba junto a ella, ser Jorah a su lado, y Tyrion, como siempre, a la cabeza del consejo. Todos habían sido testigos de las consecuencias de desafiar a la Madre de Dragones, pero esta vez, el desafío no venía de Westeros, sino de aquellos que compartían su misma sangre.

—Si tienen dragones, debemos movernos con rapidez —dijo ser Jorah, su voz firme y leal—. No podemos dejar que lleguen a las costas de Westeros antes que nosotros.

Tyrion asintió, aunque en su rostro se dibujaba una expresión de duda.

—Sin duda, movernos rápido es importante —intervino—. Pero no podemos subestimarlos. Si los Graegoris han permanecido en las sombras durante tanto tiempo, no habrán revelado sus dragones sin una razón de peso. No sabemos cuántos apoyos tienen ni qué tipo de alianzas han formado en Essos.

Missandei, siempre cuidadosa en sus palabras, tomó un respiro antes de hablar.

—Mi reina, ¿crees que ellos... que los Graegoris podrían estar relacionados con los sueños que has tenido? —preguntó con suavidad, sabiendo que tocar el tema de los sueños era un terreno delicado.

Daenerys se tensó al oír la pregunta, pero no la desechó de inmediato. Sabía que los sueños tenían un peso en la historia de su familia, un poder casi profético. Y aunque no le gustaba admitirlo, esos sueños con la mujer de cabellos blancos y los dragones desconocidos la estaban guiando hacia una conclusión que preferiría evitar.

—Es posible —admitió después de un momento de silencio—. Los sueños... me han mostrado cosas que aún no entiendo del todo. Pero si los Graegoris tienen dragones, entonces lo que he visto podría estar relacionado con ellos. Esa mujer... —su voz se apagó momentáneamente—, podría ser una de ellos.

El salón quedó en silencio. Nadie se atrevía a contradecirla. Sabían que los sueños de los Targaryen a menudo estaban cargados de significado, de advertencias. Y si Daenerys estaba convencida de que los Graegoris eran parte de esa visión, no podían ignorarlo.

—¿Qué sugieres, entonces? —preguntó Tyrion, sus ojos observando atentamente a la reina.

Daenerys giró sobre sus talones y los miró a todos con determinación.

—Nos preparamos para la guerra. Movilizaremos nuestras fuerzas, y si es necesario, los enfrentaremos antes de que pongan un pie en Westeros. No podemos permitir que otra casa valyria reclame el poder que nos pertenece por derecho.

Drogon rugió desde las alturas, como si hubiera escuchado las palabras de su madre y estuviera de acuerdo.

Los Graegoris se estaban moviendo, y Daenerys sabía que no tenía mucho tiempo. La guerra por el legado de Valyria no había terminado. Solo estaba comenzando.

Hijos del Fuego y de la SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora