Daenerys Targaryen, la Madre de Dragones, se encontraba en sus aposentos en Rocadragón, recostada sobre un lecho de sábanas negras que se ondulaban bajo su cuerpo como las olas del mar que rodeaban la fortaleza. Afuera, la noche se había apoderado del cielo, y solo la tenue luz de la luna rompía la oscuridad. Pero, incluso en la quietud de la noche, Daenerys no encontraba paz. Los sueños, esos mismos que la habían atormentado durante semanas, volvían a ella con una intensidad cada vez mayor.Una vez más, cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño, esperando encontrar algo de claridad en lo que su mente le mostraba. Pero en lugar de los vislumbres de poder o de victoria que alguna vez había anhelado, lo que vio fue un paisaje inquietante. Un fuego que rugía, pero no bajo su control. Y lo más perturbador: un niño llorando. Su llanto resonaba como un eco interminable, atravesando los muros de Rocadragón, clavándose en su mente. Esta vez, sin embargo, no era solo un bebé. Había alguien más en el sueño, una figura alta, envuelta en sombras, que la miraba desde la distancia.
El sueño cambió de repente. Ahora estaba en medio de una llanura inmensa, rodeada por un mar de hierba que se mecía bajo el viento. Delante de ella, un bebé de piel pálida y ojos violetas la observaba desde el suelo. Sus diminutas manos se alzaban hacia ella, como si pidiera su protección, su ayuda. Daenerys, como en tantas otras noches, intentó acercarse, pero sus pies parecían pesados, como si estuviera atada al suelo.
Sin embargo, algo era diferente esta vez. Junto al bebé, una mujer apareció en su visión. Era alta, más alta que ella, con una presencia que la hacía parecer casi irreal. Su cabello blanco brillaba bajo la luz de un sol que Daenerys no podía ver, y sus ojos, del mismo tono que los suyos, la miraban con una mezcla de desafío y compasión.
—¿Quién eres? —preguntó Daenerys en el sueño, sintiendo que la respuesta estaba a un suspiro de distancia, pero la mujer no respondió. En su lugar, extendió una mano hacia el bebé y lo levantó en brazos. Luego, con un paso firme, comenzó a alejarse, llevándose consigo al niño que, hasta ese momento, parecía necesitar a Daenerys.
La reina intentó moverse, correr detrás de ella, pero algo la retenía. Cada paso que daba parecía desvanecerse bajo sus pies. La figura de la mujer, envuelta en luz, se alejaba cada vez más, dejándola sola en esa llanura infinita.
De repente, un rugido llenó el aire. Daenerys reconoció de inmediato el sonido: era el grito de Drogon, su dragón más leal. Pero había algo distinto en su voz, un tono de desesperación que nunca había escuchado antes. Giró sobre sus talones, esperando verlo descender del cielo como un dios vengador, pero en lugar de Drogon, lo que vio fueron otros dragones, enormes y majestuosos, surcando el cielo con alas que oscurecían el sol. Dragones que no eran suyos.
Daenerys se despertó de golpe, su cuerpo cubierto de sudor frío. Su respiración era errática, y sus manos temblaban ligeramente. El eco del rugido de Drogon aún resonaba en su mente, pero lo que más la perturbaba no era el sonido de su dragón, sino la imagen de esa mujer.
Durante días, el sueño se repetía, cada vez con más claridad. La misma llanura, el mismo bebé, la misma mujer que parecía llevarse lo que más deseaba proteger. Y lo más desconcertante: la mujer se parecía a ella. No en los detalles, no en la forma exacta de su rostro, pero había una similitud innegable. La piel, los ojos, el cabello plateado que solo los descendientes de la antigua Valyria portaban con orgullo. Pero esta mujer era diferente. Era más alta, más imponente, y su presencia era tan poderosa que parecía envolverlo todo a su alrededor.
Daenerys trató de ignorar los sueños al principio, enfocándose en los movimientos de sus ejércitos, en los planes para consolidar su poder sobre Westeros. Pero la repetición constante de esa figura femenina la comenzó a inquietar. ¿Quién era? Era como si el sueño le estuviera advirtiendo de algo, como si esa mujer fuera clave en lo que estaba por venir.
Intentó hablar con Tyrion al respecto una noche, pero las palabras no salieron como esperaba. ¿Cómo explicarle que estaba siendo atormentada por una visión de una mujer que se parecía a ella, pero que no era ella? Aún más, ¿cómo podía revelar sus miedos cuando necesitaba proyectar fuerza frente a sus consejeros?
En su interior, sabía que esta mujer no era una simple alucinación o un producto de su mente cansada. Era algo más. Algo real. Y lo más perturbador: en esos sueños, cada vez que la mujer se llevaba al niño, el rugido de los dragones resonaba en el cielo. Pero no eran Drogon, Rhaegal o Viserion. Eran dragones que ella no
En las noches que siguieron, Daenerys comenzó a notar una extraña frialdad en Rocadragón. Aunque sus leales soldados y dragones seguían cerca, la incomodaba la sensación de que algo se movía en las sombras, algo que ella no podía ver del todo. El rostro de Jon Snow se le vino a la mente más de una vez, y aunque había creído en su lealtad, las palabras de Tyrion, de Varys e incluso de Missandei la hacían dudar.
¿Qué estaba sucediendo en el Norte? ¿Por qué sus ejércitos no se movilizaban con la misma urgencia? Algo dentro de ella le decía que Jon le estaba ocultando algo. Y los sueños, con sus dragones desconocidos y la mujer misteriosa, solo avivaban esa sospecha.
Al amanecer, después de otra noche inquieta, Daenerys decidió que no podía seguir ignorando lo que su instinto le decía. La imagen de la mujer, cada vez más clara en su mente, era una señal de que algo más grande estaba en juego. Pero antes de actuar, debía descubrir quién era esa figura que la atormentaba en sus sueños.
—Dracarys —murmuró para sí misma, observando a Drogon desde la ventana de su aposento.
Sabía que algo se acercaba. Sabía que los dragones no eran solo criaturas de poder, sino presagios del destino. Y si esa mujer de cabellos blancos era una amenaza, si tenía dragones que no pertenecían a Daenerys, entonces se avecinaba una guerra de proporciones épicas. Una guerra no solo por Westeros, sino por el verdadero legado de Valyria.
Los sueños continuaban, y la reina dragón, ahora más vigilante que nunca, se preparaba para enfrentar lo que vendría.
ESTÁS LEYENDO
Hijos del Fuego y de la Sombra
أدب الهواةTras la caída de Valyria, los Targaryen se erigen como los últimos señores de dragones. Sin embargo, en las sombras de la historia, una casa valyria desconocida resurge, reclamando su lugar y su legado. Con dragones olvidados y secretos ancestrales...