Jon Snow estaba en sus aposentos en Invernalia, observando el crepitar del fuego en la chimenea mientras las llamas danzaban en su lucha contra el frío invernal. Era una de esas noches en las que la soledad lo envolvía con más fuerza que nunca. A pesar de ser Rey en el Norte, el peso del título no era lo que había esperado. Con cada día que pasaba, sentía que las responsabilidades y las decisiones difíciles lo alejaban más de las personas que amaba, especialmente de Arya, su hermana, a quien no había visto desde hace mucho tiempo. Su mente siempre volvía a ella, a sus ausencias y a la incertidumbre que la rodeaba.La paz que el fuego ofrecía fue bruscamente interrumpida cuando la puerta de sus aposentos se abrió. Un guardia entró con rapidez, la preocupación marcando su rostro.
—Mi señor, ha llegado algo para usted. —dijo con voz firme.
Jon frunció el ceño. No estaba esperando nada, al menos no nada urgente. Se levantó lentamente de su asiento, acercándose al guardia que sostenía una pequeña caja de madera en sus manos, algo pesada por su forma y tamaño. Había algo inquietante en la simpleza del paquete, en la manera en que el guardia lo sujetaba con evidente incomodidad.
—¿Quién lo envió? —preguntó Jon, su voz grave, mientras tomaba la caja.
—No lo sabemos, mi señor. Fue dejado por un jinete desconocido en las puertas de Invernalia. No habló, simplemente entregó la caja y se fue.
La sospecha comenzó a invadir a Jon. El simple hecho de que alguien pudiera acercarse tanto a Invernalia sin ser detectado ya lo perturbaba, pero el desconocido había logrado entregar algo. Mientras sus dedos se deslizaban por la tapa de la caja, una sensación de incomodidad se apoderó de él. No sabía por qué, pero podía sentir que aquello no traería buenas noticias.
Abrió la caja lentamente, el crujido de la madera resonando en el silencioso cuarto. Lo que vio dentro le heló la sangre.
Dos dedos. Dos dedos humanos.
El estómago de Jon se revolvió, su mente luchando por comprender lo que veía. Pero el impacto de la escena fue inmediato. Reconocía esos dedos, o al menos quería negarse a creerlo. Su respiración se volvió pesada mientras apartaba la mirada por un segundo, tratando de mantener la compostura. Al fondo de la caja, doblado con cuidado, había un pequeño trozo de pergamino. Tomó la nota con manos temblorosas y la desdobló.
**"Ya fue Arya. Ahora adivina quién será el siguiente."**
El corazón de Jon se aceleró, el pánico y la ira creciendo dentro de él como una tormenta. La caligrafía era elegante, casi burlona en su perfección, como si el autor se hubiera regodeado en el dolor que causaría. Cada palabra era una daga directa a su corazón. Su hermana, Arya, la joven intrépida que había sobrevivido tanto, que había aprendido a pelear, a sobrevivir, estaba en peligro, o peor aún... había caído en manos de sus enemigos.
—¡No! —Jon exclamó, golpeando con furia la mesa cercana. La madera crujió bajo el impacto de su puño, pero no sintió el dolor en sus nudillos. Su mente estaba consumida por lo que acababa de leer.
El guardia dio un paso atrás, claramente alarmado por la reacción de su rey. Jon cerró los ojos por un momento, tratando de recuperar el control. Pero era imposible. Las imágenes de Arya, lastimada o peor aún, muerta, inundaban su mente. No podía permitirlo. No permitiría que algo más le ocurriera a su familia.
Con una rapidez que sorprendió incluso a su guardia, Jon se levantó, dejó la caja sobre la mesa y se dirigió hacia la puerta.
—Convoca a los comandantes —dijo con voz firme, intentando controlar el temblor en su tono. —Necesitamos movilizar a nuestras tropas de inmediato. Que todos estén listos. Nos movemos hacia Aguasdulces.
El guardia asintió rápidamente, abandonando la habitación para cumplir la orden. Jon se quedó solo, respirando pesadamente, mirando fijamente los dedos en la caja. Su mente volvía una y otra vez al mensaje. ¿Quién podía estar detrás de esto? Sabía que Aelyria Graegoris, la misteriosa regente de Rocadragón, estaba involucrada de alguna manera, pero ¿qué tan profunda era la implicación de Arya en todo esto? ¿Cómo había terminado su hermana en manos de aquella mujer?
Sabía que no tenía tiempo para respuestas ahora. Si la nota era una amenaza, Arya ya podría estar... Muerta. Apretó los dientes, reprimiendo esa idea. No podía permitirse pensar de esa manera. No hasta que tuviera pruebas. Y si Arya aún vivía, la rescataría, cueste lo que cueste.
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En cuestión de horas, la fortaleza de Invernalia bullía con actividad. Los estandartes del lobo huargo ondeaban en el frío viento del norte mientras los soldados se preparaban para la marcha. Jon caminaba entre sus hombres, con su rostro duro y determinado. Cada paso que daba lo acercaba a la realidad de lo que tendría que hacer. No era simplemente una misión de rescate, era una declaración de guerra. La tensión entre él y Daenerys había ido en aumento desde que se conoció su verdadero linaje, pero ahora, con Aelyria y Rocadragón involucrados, las líneas estaban más que trazadas.
—Mi señor, los comandantes están listos para partir —informó uno de sus hombres, deteniéndose ante él.
Jon asintió, dirigiéndose hacia el consejo improvisado que había convocado en el patio del castillo. Alrededor de una mesa de madera desgastada, sus comandantes más confiables discutían las rutas y estrategias. La preocupación en sus rostros era evidente, pero sabían que debían mantenerse firmes.
—Marchamos hacia Aguasdulces al amanecer —anunció Jon, sin perder un momento. —Los informes indican que los ejércitos de Rocadragón se están movilizando, y no podemos dejar que nos tomen por sorpresa. Si esta es la guerra que desean, entonces eso les daremos.
Uno de los comandantes, un hombre veterano con cicatrices de innumerables batallas, intervino.
—¿Sabemos cuántas tropas están involucradas? ¿Qué hay de Daenerys? ¿Estará ella en el campo de batalla?
Jon negó con la cabeza.
—No lo sé. Pero no podemos subestimar su fuerza. Si Daenerys y Aelyria están involucradas, debemos esperar todo. Dragones, soldados élite... no hay espacio para errores.
Otro comandante, un joven prometedor, se inclinó hacia adelante, su rostro lleno de preocupación.
—¿Y qué hay de Arya, mi señor? ¿Qué sabemos de su paradero?
El nombre de su hermana fue como un puñal en el pecho de Jon. Cerró los ojos por un momento antes de responder.
—No sabemos si Arya está viva —dijo, su voz baja pero firme. —Pero si lo está, la rescataremos. Y si no... nos aseguraremos de que los responsables paguen por ello.
La decisión estaba tomada. No había vuelta atrás.
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Horas después, cuando la luna ya se encontraba alta en el cielo, Jon se encontraba solo en las murallas de Invernalia, mirando al sur. El frío viento del norte agitaba su capa mientras las estrellas titilaban sobre él. Se sentía abrumado por la responsabilidad, pero también lleno de una furia que no podía contener. Había perdido demasiado en su vida. Su familia, su identidad, incluso su amor por Ygritte. Pero Arya... Arya era una de las pocas cosas que le quedaban. Y si alguien la había dañado, no habría perdón.
Al amanecer, marcharían hacia Aguasdulces. La guerra había comenzado. Y Jon Snow estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para salvar a su hermana o vengarla.
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Hijos del Fuego y de la Sombra
FanfictionTras la caída de Valyria, los Targaryen se erigen como los últimos señores de dragones. Sin embargo, en las sombras de la historia, una casa valyria desconocida resurge, reclamando su lugar y su legado. Con dragones olvidados y secretos ancestrales...