La familia Clow

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A diferencia de su anterior caída en el lago, esta fue desde menor altura, pero más dolorosa, porque los azulejos la recibieron con un golpe seco. Mientras gemía, despotricando contra todos y todo, su mochila aterrizó en la encimera junto a ella. Alcanzó a ver de reojo cómo la espiral se encogía lentamente mientras desaparecía. Para despedirla, Mabel le levantó el dedo medio. Cereza saltó fuera de su cuerpo para inspeccionar el entorno con mucha curiosidad. El baño era muy elegante: todo superficies lisas, frías e impersonales, adornado con detalles dorados y ostentosos. Apestaba a dinero y lujos, tanto que parecía que no sabían qué hacer con él. Solo había que ver el retrete, montado sobre un podio con una alfombra de terciopelo y una estatua de serpiente que sostenía el papel higiénico, el cual tenía el escudo familiar impreso. Tener suficiente dinero como para mandar a hacer tu propio papel parecía divertido, pero quizá poner el escudo de tu familia - la "C" entrelazada con serpientes - no era el mejor lugar para lucirlo.

Pero, ¿quién era ella para juzgar a los ricos cuando no tenía dinero para excentricidades como esas? Quizá, con un poco más de presupuesto, también terminaría con papel higiénico rosa y dibujitos. Al ponerse de pie y ver su reflejo en el espejo, se asustó. Había dado lo mejor de sí para lograr una apariencia decente y, desde su reflejo en el lago, pensó que lo había conseguido, pero viéndose ahora, con una luz perfecta y desde otro ángulo, la realidad era que parecía la señora loca, gruñona e incoherente que aparecía en las películas, en lugar de la misteriosa protagonista. Había intentado tercamente mantener su cabello en una trenza, desde San Lázaro hasta el claro, pero los mechones simplemente no cooperaban. Además - y lo peor de todo -, su cabello empezaba a verse pajoso y crespo por la falta de shampoo y las mascarillas que solía usar. Cuando comenzaba a verse así, solía dormir con gorros de satén por un tiempo, pero ahora no tenía nada de eso. Dormir ocho horas seguidas ya era un golpe de suerte. La ropa no estaba tan mal, solo que no terminaba de ajustarse a ella. Alisó las arrugas invisibles, mirándose desde todos los ángulos, pero seguía siendo raro verse con colores tan oscuros, casi deprimentes.

— Qué desastre — se lamentó, intentando no llorar. Era tonto, cómo se veía debería ser lo de menos, pero ¿qué podía hacer? Era importante para ella. Quizá por eso parecía que los juegos impedían que se mantuviera limpia y arreglada, como si fuera un sacrificio por su presencia en Rever Arcade. Cereza pió junto a su pie, pidiendo subir. Mabel lo colocó en la encimera mientras revisaba la mochila. Había dejado varías cosas al aire libre para que se secaran y no las volvió a guardar porque, bueno, ¿cómo iba a saber ella que esto iba a pasar? El saco y sus lingotes de oro se quedaron en el claro, pero la linterna y la guía estaban dentro, junto con las dos piedras con las que intentó hacer fuego, la lámpara de aceite y el feo collar que nunca desaparecía. Mantenía la esperanza de que al salir regresaría al claro por sus cosas. Si no, era probable que gritara hasta quedarse sin pulmones y muriera de coraje. No arrastró ese saco hasta sus últimas consecuencias en San Lázaro para perderlo así, se negaba a aceptar algo como eso. El patrón parecía repetirse: su nombre se encontraba brillando sobre su cabeza, al igual que en el campamento.

Al apartar la vista de sí misma, alcanzó a ver una fila de caras botellas al fondo, en la zona destinada a la bañera. El baño no era grande, quizá por eso intentaban compensarlo arrojando tantos adornos pomposos y estampados floridos como podían. El retrete simulaba ser un trono, y el área de la tina de mármol, un teatro. Las pesadas cortinas rojas no eran aptas para un espacio húmedo como ese, pero si tenías el dinero para cambiarlas cada vez que alguien se bañaba, un detalle como ese no parecía importante. La parte superior, donde la cortina se sujetaba, estaba decorado con más nidos de serpientes doradas entrelazadas entre sí. A través del espejo podía ver parte de la regadera dorada con, sorpresa, más serpientes. Parecía que quien colocó las botellas de shampoo y jabón solo las dejó y se fue, sin volver a arreglar lo que movió.

Rever ArcadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora