Borş

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Eddy sujetaba con firmeza el cuchillo de plata en una mano mientras, junto con Nolan, apartaban las hojas en llamas lejos de la cabaña. Aunque el arma le estorbaba un poco y fuera muy probable que no pudiera usarlo, llevarla consigo - que Mabel hubiera recordado dársela pese a estar tan enojada que rechinaba - lo reconfortaba más que cualquier palabra de aliento. Cada dos pasos, lanzaba una mirada al borde del claro, hacía los árboles por donde Mabel había desaparecido minutos antes. No era el único que vigilaba con atención el bosque, esperando con ansias su regreso. El pajarito reposaba en el centro de la fogata, disfrutando de ser atendido por ellos. Aún parecía exhausto y su respiración seguía entrecortada, pero mantenía la cabeza alta, con orgullo.

- ¿Vas a ayudarme o a esperar a que un maldito incendio forestal nos cargue a todos? - le soltó Nolan desde un costado, donde una hoja se había colado peligrosamente bajo un arbusto lleno de pinchos.

Eddy se acercó a regañadientes y, entre ambos, despejaron la maleza hasta alcanzar el trozo de papel que amenazaba con desatar el desastre.

-Entiendo lo del perico, lo cuida como su hijo y no deja de acariciarlo, ¿pero y tú? - comentó Nolan, con un tono burlón - ¿Por qué andas suspirando a cada rato?

- ¡No estoy suspirando!

Nolan soltó un silbido, divertido.

- Entonces, ¿por qué estás sonrojado? - dijo, señalándose el rostro con una sonrisa tan socarrona que Eddy estuvo a punto de golpearlo.

- No, yo... ¡No estoy sonrojado! - se cubrió la cara, alejándose de allí. Que la hoja se quedara donde estaba, sería culpa de Nolan si todos terminaban hechos cenizas.

- Venga, Romeo, a Julieta no le va a gustar que no cumplamos con nuestra parte del trabajo.

- ¡Cállate!

- Algunos regalan flores, pero tú puedes darle las cadenas que quitemos. Seguro que le encantan, parece que tiene una fijación con las cosas amarradas. O mejor aún, hará un arma mortal con ellas.

Eddy huyó lejos, mientras Nolan seguía riéndose al ver el rubor en la punta de sus orejas. Parecía que había mejorado en cuestión de compañeros - Christopher era tan inteligente como una piedra, esa parte no era difícil de vencer-, pero aún existía una brecha generacional y un puñado de prejuicios que superar para saber si podrían completar juntos los nueve juegos obligatorios que quedaban.

- ¡Ya que estas de aquel lado busca escarabajos para machacar! - le gritó, sonriendo.

Eddy le mostró el dedo medio.

Mónica llevaba puesta la gorra de Dave. ¿Era un trofeo de guerra o algo así? Se miraban fijamente, esperando que la otra hiciera el primer movimiento. Mabel tenía claro su plan: aplicar la vieja confiable, quedarse tan quieta como pudiera para no darle motivos para exaltarse. Solo eran dos desconocidas que habían coincidido en el mismo lugar y estuvieron juntas menos de cinco horas, sin historia entre ellas y ni un solo rencor. Mabel no había mirado a Dave más de lo que miró una piedra en el camino. La voz balbuceante de Eddy resonó en su cabeza, repitiendo la trágica escena que había presenciado, mientras su conciencia le recordaba que John tampoco tenía ningún rencor con ella. Comenzó a rezar en silencio para que resultara ser una psicópata; al menos con uno de ellos se podía razonar, prometerle consejos amorosos - aunque Mabel no hubiera tenido pareja en años, había leído mucho sobre amor -. Pero si era una loca... los locos no negocian.

La desesperación tenía su propia creatividad, Mabel lo sabía bien, pero, justo en ese momento, las opciones a su alcance eran trágicamente escasa.

- ¿Por qué no estás hecha pedazos? - preguntó Mónica.

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