Después del castigo, se deslizó por los pasillos como alma en pena, siguiendo el ruido de las voces hasta el comedor; pero una vez dentro, alzó la barbilla con dignidad y devolvió la mirada furibunda a Oslo para que no pensara que un castigo la doblegaría o evitaría que terminara de torcerle esa fea cara suya. Aunque, quizá, buscaría medidas alternativas a los puños. Solo Hazel tenía un asiento en la cabecera de la mesa, mientras que el resto de los jugadores se sentaban cerca de él, charlando animadamente sobre la tranquila vida en la mansión. Odalia ocupaba el lugar más cercano al anfitrión y era la más parlanchina; el asiento más lejano fue para Mabel, quien caminó en línea recta hacia él, ignorando el resto de las miradas curiosas.
Gustav, acompañado de otro par de chicas vestidas de mucamas, sirvió la cena una vez que Mabel se unió. El bistec, las verduras y el puré de papa se veían deliciosos y le hicieron agua la boca a más de uno de los presentes.
— Adelante, espero que disfruten su cena — dijo Hazel tomando el cuchillo y el tenedor.
Ya no tenía mangas largas para esconder sus movimientos, pero tampoco importaba, porque su asiento se convirtió en el rincón leproso del comedor, y nadie, ni siquiera las mucamas que observaban de reojo, se atrevieron a hacer algo más que dejar el plato frente a ella. Esto le hizo preguntarse si era un anticipo de su fatídico final a manos del moderador, ya que, de lo contrario, no entendía por qué la estaban tratando como un fantasma. Colocó la servilleta llena de comida en el regazo y esperó a que Cereza saliera a comer. Nada, el pajarito no salió sin importar cuánto tiempo esperara.
La cena transcurrió sin incidentes y los ánimos por los suelos. En palabras de Odalia, la única que no parecía capaz de leer el ambiente, la comida estaba buenísima y no le pedía nada a los mejores restaurantes. Mabel no pudo probar bocado y se la pasó revolviendo la comida hasta convertirla en una papilla extraña en el plato, observando la porción que se enfriaba sobre su regazo.
Lamentaba que su tolerancia al dolor hubiera aumentado en lugar de la fuerza en sus brazos. Si de todas formas iban a castigarla, ojalá lo hubiera golpeado más fuerte, hundido el hueso de su nariz hasta la nuca y borrado esa sonrisa boba de su rostro. Los nudillos cortados no le dolían tanto como el corazón estrujado en su pecho por la ausencia avergonzada de Cereza.
Como nadie le hablaba y no quería hablar con nadie, pasó el tiempo alternando la mirada entre su plato, fruncir el ceño a Oslo y observar el cuadro de un paisaje que llevaba a una villa. No podía dejar de mirar la pintura, pues se sentía identificada con una de las construcciones representadas en ella, apartada del conjunto central por varias filas de árboles. Se veía sombría y más como un manchón oscuro que una casa, ya que el artista no había querido agregarle detalles como al resto.
— ¿La cantidad de pobladores? — repitió Hazel, respondiendo a Vicent mientras se apoyaba en el respaldo de su silla para pensar —. Me parece que el número ha rondado consistentemente entre los doscientos desde hace un tiempo. Es una comunidad pequeña la que tenemos aquí; los forasteros son inusuales, y aún más las mudanzas. Es posible que mi familia fuera la última en trece años.
— ¿No le gustó la cena, señorita? — Gustav apareció junto a Mabel, con los labios fruncidos y una ceja arqueada.
Mabel se encogió un poco, al tenerlo tan cerca de repente.
— No, no, ¡quiero decir, está deliciosa! Solo que, yo... eh, no tengo hambre... — balbuceó, sintiéndose como una tonta.
— Si se encuentra cansada, puede retirarse antes — comentó Hazel amablemente. Aunque su tono fue dulce, sus palabras resonaron en el comedor como una expulsión, algo que hizo muy feliz a Oslo y que avergonzó aún más a Mabel.
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Rever Arcade
AventuraMabel quería dinero, una casa propia y felicidad. Aceptó entrar al mundo de juegos de Rever Arcade para buscar al hermano perdido de alguien, con la promesa de volverse ridículamente rica al terminar. Sin embargo, no esperaba acabar siendo dueña de...