Cicatrices

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Viendo la sonrisa apenada de Kiran, que no parecía dispuesto a retractarse, Mabel recordó el por qué finalmente había decidido empujarse a sí misma al primer puesto de sus prioridades. Vio su hogar convertido en un tablero, en un juego que trataba de quién era la víctima más grande. En esas partidas, los jugadores - su propia familia - no dudaban en pisotear su corazón hasta desgarrarlo, no porque fueran malas personas per se, sino porque cada uno jugaba por su cuenta, buscando únicamente su propio bien, sin advertirle que, aunque estuviera rodeada de gente, estaba sola. Personas que sonreían como lo hacía él, ignorando su dolor, y aunque dijeron lo contrario, repetían el mismo juego día tras día, atrapados en un círculo vicioso, un espiral decadente en el que solo ella parecía estar perdiendo su vida.

Tuvo que recoger sus pedazos del suelo muchas veces con sus propias manos hasta entender que, de la misma manera, sus sueños solo se contruirían con ellas. Las palmaditas en la espalda que la impulsaran debían venir de sí misma y, las palabras de aliento más sinceras, de su propio reflejo en el espejo. Alimentó su espíritu con lo que anhelaba para su futuro y empezó a repetirse palabras bonitas que al principio sonaban vacías, hasta que las creyó. Hasta que su esfuerzo dio frutos, y cosechó victorias que eran únicamente suyas. Aunque los odiara hasta llorar, lo que hicieron no convertía a los demás en malas personas - a menos de que de hubiera un atropello con alevosía y ventaja, tan descarado como el de un político en funciones, como, por ejemplo, su ex jefe -; ellos movían sus fichas para avanzar, persiguiendo sus sueños y asegurando su futuro.

Lo entendía, aunque no le gustara, y como no podía obligarlos a actuar como ella quería, tuvo que forzarse a soltar ese rencor para poder respirar de nuevo. Sin embargo, aún era muy pronto para dejar ir el resentimiento contra Kiran. Lo miraba con disgusto desde su asiento en la mesa, revolviendo su plato de borş lentamente. El desconocido había exigido que se sentarán a comer, sirviendo primero el plato más cargado a Mabel y arrojando el resto sin cuidado a los demás.

— No te enojes — suplicó Kiran — no tienes que hacer nada que no quieras...

No quería rodar colina abajo, dos veces, chocar, dos veces también y una de ellas terminando en una colisión que descompuso la camioneta; caer de todas las alturas y formas posibles, romper completa y parcialmente - o siquiera ver - ninguno de sus huesos, rasgarse la piel, forzar sus músculos a soportar más dolor y peso del que jamás había tenido; pelear, azotar contra todas las superficies planas en ese bosque, ser golpeada por la espalda, quemarse, ser arrastrada por la corriente y casi ahogarse... todo en apenas dieciséis horas. En esa mesa, era la única que parecía recién llegada de la guerra. Los demás estaban cansados, despeinados y polvorientos, pero no heridos al punto de parecer momias de tanto vendaje como ella.

— Bien, ¿qué te parece otra promesa?

El poco ánimo que le quedaba a Mabel terminó de hundirse. Irritada, apuñaló su papilla.

— ¿Por qué no mejor te...

— Bien, niños — Nolan los interrumpió, apoyando los codos sobre la mesa y cubriendo su boca con los puños para que el leñador no lo escuchara —. Ha sido divertido ver su alegre intercambio, y sería aún más divertido ver a Mabel insultarte, pero uno de los dos debe empezar a explicar qué carajos está pasando aquí.

— No necesitas saberlo — Kiran se recostó en su silla, mirando el dedo medio que Mabel le mostraba.

— Claro que sí. Si la quieres a ella, ¡sorpresa! venimos en paquete.

Eddy y Mabel intercambiaron miradas, sentados juntos de un lado de la mesa, luego observaron a Nolan en la cabecera. Estaban trabajando en equipo, en medio de la noche, con la cabaña asegurada por una interminable fila de cadenas y la incertidumbre de ser atacados en cualquier momento. En ese preciso instante, la arcade se encontraba detrás de ellos, perfectamente accesible para quien quisiera levantarse e ir hacia ella. Kiran no se iría sin exprimir hasta la última pista de ese juego, y Mabel tampoco, pues también tenía algo que le interesaba lograr antes de marcharse, y claro, el estúpido contrato entre ellos. Ni Eddy ni Nolan parecían tener nada más que hacer.

Rever ArcadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora