Lo único que no hizo Gavril fue orinar sobre los restos y bailar. Mabel lo observaba desde su posición privilegiada: una silla junto a la cabaña, con un abrigo en el regazo y una taza de agua caliente. No había té porque los hombres salvajes comían sopa de remolacha y verduras, pero, al parecer, no bebían té. Fue un poco anticlimático, a decir verdad. Hollywood había hecho mucho daño al hacer pensar que todo debía terminar con una batalla épica. Suficiente sangre, sudor y lágrimas había derramado por otros en esas veintitrés horas de tormento, en las que parecía haber hecho todo por todos, menos conducir. Dijeron que ya había pasado por suficiente y la dejaron sola y en paz, mientras ellos... En realidad, no sabía qué estaban haciendo, y tampoco le interesaba. Ya no quería saber nada de nadie. Bueno, casi nadie. El pajarito en su regazo disfrutaba del espectáculo junto con ella. El hilo dorado había desaparecido, pero Mabel se aseguró de dejar a Puro Hueso y su mochila junto a la silla. El cuchillo que le había dado a Eddy también descansaba en su regazo, por si otro graciosillo se le ocurría aparecer para saludar.
—¿Crees que se aburra pronto? —le preguntó Kiran, regresando de fuera que hubiera ido.
Aún no amanecía, pero faltaba poco; el cielo ya comenzaba a aclararse. Mabel sacudió la cabeza lentamente, sorbiendo el agua caliente como si fuera la mejor de las bebidas, mientras miraba a Gavril, de pie junto al pozo de plata hirviendo. La pregunta de cómo lo había hecho y cuánto tiempo le tomó rondaba en sus pensamientos, pero su conciencia, con su propio cuchillo imaginario, desinflaba esos globos de curiosidad cada vez que empezaban a formarse. Había tenido suficiente de los problemas ajenos y haría exactamente lo que Lumière le dijo: preocuparse por sí misma y solo salir de los juegos; sus ganancias vendrían de él. ¿A quién le importan los puntos cuando ya tenía asegurados oro, joyas y tesoros grandiosos?
—No —Mabel se encogió de hombros.
Si creyó que ella era rencorosa, bueno, Gavril había fermentando odio en su corazón durante años. En ese momento, mientras derrumbaba los últimos cimientos del granero y empujaba todo dentro del pozo, su cuerpo comenzaba a transformarse, perdiendo altura y masa muscular, dejando atrás su lado animal para siempre. La maldición de la luna se disipaba y su deseo más profundo volvía realidad. Era comprensible que quisiera disfrutar al máximo. Mabel apoyaba la idea de que se orinara sobre la tumba del monstruo; el ex guardabosques era un sádico y miserable bastardo.
—Bastet ha acompañado al niño a buscar a sus amigos —dijo Kiran, recargándose a su lado.
Después de haber sido atacada por detrás, Mabel ya no confiaba en dejar su espalda expuesta, por lo que le pidió a Eddy que colocara su silla contra la cabaña. Kiran podía ser un idiota y no mover un dedo más que para arrastrarla a una situación cuestionable, pero no la golpearía de repente. La segunda versión de su contrato, bellamente detallada, prometía no hacerle daño de ninguna forma: ni física, psíquica, emocional, espiritual ni metafóricamente, bajo ninguna razón, motivo o circunstancia. Además, estaría disponible para ella en cualquier momento que lo quisiera o necesitara; básicamente, era una carta de un solo uso donde Kiran era algo así como su matón personal. Mabel quedó muy satisfecha, pero seguía enojada con él.
—Aún quedan tres horas —murmuró Mabel para consolarlo, pero su voz sonó bastante apática. Ya no le quedaban fuerzas para preocuparse por nada relacionado con él, aunque aún le deseaba la mejor de las suertes al hermano.
Kiran sonrió de lado, divertido, y sacó un cigarrillo que encendió con su elegante mechero.
—Sobre lo que me preguntaste —dijo, exhalando humo—, es como cualquier otro contrato, simplemente dilo.
Mabel tardó un momento en comprender a qué se refería, cuando lo hizo, un leve sonrojo cubrió sus mejillas.
—¿Quieres más agua caliente? —preguntó Kiran con una gran sonrisa. Se fue con la taza medio llena hacia el horno de pan, donde las hojas de su guía seguían ardiendo. Su forma de darles privacidad era tan obvia que resultaba dolorosa. El pajarito ya había dado media vuelta antes de que se fuera y miraba a Mabel con sus grandes ojos negros, sin parpadear.

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Rever Arcade
AventureMabel quería dinero, una casa propia y felicidad. Aceptó entrar al mundo de juegos de Rever Arcade para buscar al hermano perdido de alguien, con la promesa de volverse ridículamente rica al terminar. Sin embargo, no esperaba acabar siendo dueña de...