Lumière

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—El MS04 debería estabilizar su condición rápidamente —dijo una voz extraña, ronca y con un acento peculiar cerca de donde se encontraba Mabel. —No estaba seguro sobre la cantidad de dosis administrada, ya que es un medicamento experimental, pero parece que todo va bien. Sigue respirando.

No eran las palabras más alentadoras que uno podía escuchar al despertar, pero Mabel también se alegró de seguir respirando. Pensó que estaría débil y fatigada debido a la forma en que su visión se desenfocó y su cuerpo se debilitó, pero fue todo lo contrario. Al abrir los ojos, más consciente que nunca, ya no quería reír sin parar y definitivamente ya no quería casarse con Davian. Seguía siendo absurdamente guapo, digno y ascético, pero sus ojos, de un intenso color naranja, le hicieron recordar un dato curioso que había leído en una revista: los animales y las plantas más tóxicas a menudo tienen los colores más brillantes. Por supuesto, pondría un póster de él en su pared, hasta tres, pero la persona real era inquietante.

Pero el dinero no lo era. Junto a su cabeza descansaba la pila de lingotes de oro perfectamente organizados. Quería jugar a los legos con ellos, cubrir el suelo y acostarse encima para tener dulces sueños. ¿Ser una cazarrecompensas, autónoma y fabulosa, o volver a servir mesas, esperando juntar dinero suficiente para espantar la arrogancia fuera de su ex jefe cretino? O, peor aún, quedarse esperando un cambio y seguir llorando todas las noches. No había suficientes correctores en el mundo del maquillaje para solucionar los estragos que la espera le estaba causando. Oh, no. Este era su milagro y lo iba a tomar con uñas y dientes. ¿A quién le importaba la perturbadora y cuestionable manera en que había llegado a ese punto? El dinero era real y no tuvo que vender un órgano para obtenerlo. No más pensar de más ni matarse días y noches terminando presentaciones y documentos por un sueldo triste y deprimente.

—¿Necesitas un poco de agua? —preguntó la voz graciosa.

—Sí, por favor —dijo Mabel, carraspeando e incorporándose. La habían recostado en el suelo mientras esperaban que recuperara la conciencia.

Se escucharon cristales chocando entre sí y una botella siendo descorchada.

—Aquí tienes —le dijo la voz mientras le pasaba una botella de cristal, redonda y pequeña. —Solo queda darte un elixir más para asegurarnos de que tu cerebro no vaya a salir por tus orejas. Colocaron un opioide y un sedante espolvoreados sobre las alas de las mariposas para ser liberados con cada sonido de las campanas —explicó. —Doble dosis en cantidades absurdas de ellas, magnífico; es como si hubieran intentado deshacerse de ti. ¿Pero todo ese esfuerzo en traerte para terminar así? —suspiró. —En todo caso, ya está hecho; solo podemos trabajar con lo que tenemos.

Mabel asintió y terminó de un trago el contenido de la botella. De repente, sintió algo frío y muy ligero subiendo por su brazo. Se quedó completamente paralizada, girando el cuello lentamente para ver qué estaba ocurriendo.

Era una araña, pero no cualquier araña; era una hecha de metal, con patas largas y afiladas como agujas. No resultaba tan desagradable como una real, ya que su aspecto liso y metálico suavizaba la primera impresión. Sin embargo, su abdomen redondo y cristalino, junto con su cabeza con dos colmillos afilados, eran difíciles de mirar. Fue solo debido a que Mabel estaba muy sensible tras despertar que pudo sentir el débil movimiento de la araña subiendo hasta la parte interna del codo, donde descubrió, aterrada, que ya había otra adherida a su piel. La manga de su pijama –de seda rosa con un hermoso estampado de fresas– había sido enrollada hasta el hombro, dejando al descubierto la suave superficie de su brazo.

—¡Santo Dios! —gimió, con el rostro pálido. Consideró seriamente gritar en ese momento, pero temía que las arañas se asustaran y terminaran cortando una vena o algo así.

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