Somos malas personas, pero Mabel es peor

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Fuera, la tormenta azotaba la isla con fiereza. Los truenos eran ensordecedores, y el mar embravecido rugía como una bestia furiosa. Mabel gritó por un momento, sintiendo que la caída no terminaba nunca, pero cuando se atrevió a abrir los ojos y mirar alrededor, se dio cuenta de que la silla modificada de Ellis era increíblemente estable. Se deslizaba con facilidad por el suelo, sin importar si era pavimento, roca o arena. Derrapaban colina abajo, levantando agua y la tierra a su paso, mientras Ellis, con una risa maliciosa, disfrutaba del momento. La sensación de caída eterna se debía a lo suave del movimiento; la silla se deslizaba sin sobresaltos. Ojalá Javier, el conductor fantasma del autobús 4666, hubiera conocido a Ellis para que le recomendara al chico que transformó su silla en un auto de carreras.

Mabel se cubrió el rostro con las manos, protegiéndose del viento y la lluvia, mientras miraba de reojo cómo se acercaban cada vez más a las feroces olas. Se resignó a esperar a que Ellis decidiera dónde detenerse, esperando que no fuera bajo el mal o tener que descubrir si la silla fue también modificada para andar sobre el agua. Al parecer, a Ellis le encantaba la velocidad, tomando cada giro brusco con la misma emoción con la que había atravesado la ventana. Su entusiasmo ponía a Mabel muy nerviosa. Sabía que estaba tan segura como podía estarlo, sujeta por los brazos robóticos, pero aun así, aferrada al respaldo de la silla por sí acaso salía despedida. Finalmente, la velocidad disminuyó al llegar a un pequeño puerto, probablemente destinado a los barcos de la familia, pero que en ese momento estaba vacío. El océano inmenso y tormentoso inquietaba a Mabel, pero Ellis solo se rió mientras se dirigía a una cabaña que parecía ser una caseta.

Uno de los brazos robóticos forzó el cerrojo de la puerta, permitiéndoles entrar. Mabel saltó rápidamente de su regazo, corriendo hacia su espalda con urgencia.

- ¿Puedes abrir esto? - señaló la bola de metal en donde estaba Cereza. Le preocupaba que se acabara el aire o que el movimiento hubiera volcado la lámpara. Pero cuando los brazos se abrieron, Cereza gorjeó feliz, agitando sus minúsculas alas pidiendo más -. Oh, no, cariño - Mabel negó con la cabeza -. No más paseos como este.

- Vamos - se rió Ellis -. ¿No fue divertido?

Mabel negó efusivamente con la cabeza.

- Aún me hormiguean las manos y tengo vértigo. Los paseos en vehículos en movimiento se han terminado para mí. Para nosotros - corrigió rápidamente al ver a Cereza emocionarse.

- No es un vehículo - Ellis retrajo los brazos, transformando la silla de nuevo a una silla de ruedas común.

Mabel le lanzó una mirada incrédula. Caminó a su alrededor, pero no pudo encontrar en dónde se había escondido todo el metal de las garras metálicas.

- Eder es el mejor - respondió Ellis, leyendo el pensamiento de Mabel.

Ella asintió, anotando mentalmente el nombre. Solo con ver lo que había hecho para Ellis, podía decir que era sí muy bueno.

- ¿Sabías de este lugar?

Ellis asintió, observando a su alrededor.

- Lo ví desde una ventana cerca del vivero de John Joseph. Esta zona debe ser la parte trasera de la mansión.

La cabaña era muy simple, de madera, con una pequeña cocina al fondo, un baño y un cuarto con dos camas tipo litera. En la sala, donde estaban, había un escritorio frente a una ventana que daba a la costa de la isla.

- ¿No debería un puerto como este estar en la parte frontal de la casa? - murmuró Mabel mientras se paseaba por la cabaña con el fin de estirar las piernas entumecidas, hacer que la sangre volviera a circular y también para poder chismear alrededor.

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