Calidad legendaria 10, habilidades de venta 0

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— Entonces... quemamos, ah, quemamos parte de la casa de Blaz.

"Su recámara y cuarto secreto con sus más preciadas pertenencias, sí."

— Su...sus más preciadas pertenencias... que, eh, no son tan importantes, ¿no? jajaja...

"¿Sus "más preciadas" pertenencias? Lele cree que le importará... mucho."

La muñeca buscó en su botiquín, sacando otro ungüento y más vendas. Ya había tratado las quemaduras menores, los raspones y aplicado crema en todos los moretones que las patadas accidentales y la caída al llegar al claro le habían causado. Ahora, Lele, con un hisopo nuevo, untaba el ungüento en el moretón azul rojizo de su ojo. El sombrero de duende, que había requerido mucho tiempo, forcejeo y lágrimas para quitar, descansaba junto a ella, sobre la capa doblada. Lele también la ayudó a quitarse los zapatos y colocó las plumas caídas de Cereza en el nuevo nido que construyó después de trepar a los árboles para recolectar ramas. La trenza pelirroja, de la cual no recuerda ni un carajo de dónde la tomó, estaba frente a Mabel, acrecentando su culpa y vergüenza.

— ¿Podemos... podemos mandarla por correo?

"No existen oficinas de correo en los juegos, y si tienen un poquito de instinto de supervivencia, ningún jugador dejará jamás un paquete extraño en Dientes de Oro."

— Mierda.

"No necesitas sentirte mal, el juego de Blaz no lleva registros; no pueden saber quién ingresó ni qué fue lo que hizo."

Pero Mabel lo sabía, más o menos. Mientras dormía la borrachera, la muñeca clasificó la basura, separándola en tres grupos – importante, no tan importante, menos importante – y por clase y calidad. Cambió la ubicación de su base de la orilla del lago a la sombra de los árboles, estableciendo un campamento en toda regla: aplanó el suelo, montó una casita de campaña y creó una cama muy cómoda con colchas y almohadas amontonadas.

Cuando despertó en su nueva casa de campaña, el rostro perfecto de Sasha la saludó. Como le gustaron tanto las fotos de los vampiros a Mabel, Lele improvisó un tendedero y las colgó dentro de la tienda. Aunque se asustó por un momento ante su expresión severa, las fotos eran mejores que un café por la mañana, la despejaron inmediatamente. Cuando salió de la tienda, la esperaba una ducha improvisada con cortinas entre los árboles, donde, benditas las manos que la hicieron, había productos de primera necesidad como jabón.

"Lele tiene la impresión de que te da miedo el agua; te pones pálida después de verla y tiemblas cuando te sumerges. Lele pensó que preferirías controlar la cantidad en lugar de ir al lago."

Mabel recogió a Lele del suelo y la llenó de besos, luego, sin pensarlo mucho, la arrastró con ella a tomar un baño. Lele se dejó restregar, aunque las manos bruscas de Mabel la trataran como si fuera ropa sucia en lugar de una muñeca fina.

— Tantas cosas, ¿y no hay hilo ni agujas en ninguna parte? – se quejó Mabel, evaluando los agujeros en el cuerpo de Lele.

"Lele está hecha para resistir."

Mabel frunció el ceño, pero lo dejó pasar porque, en verdad, no había nada que pudiera hacer en ese momento. A falta de regadera no les quedó de otra más que bañarse con un pequeño bote y, al terminar, Lele le entregó una pila de prendas que pensó que le gustarían. ¿Y qué si casi la sofocaba con su cuerpo de trapo y fue la principal instigadora para que la emborracharan a más no poder los duendes? ¡Lele era un ángel! ¡Un ángel que robó ropa indiscriminadamente! Mientras bebía té en bata, escuchaba sus anécdotas más recientes y recibía tratamiento, Mabel mantuvo en brazos sus prendas favoritas de las pilas que Lele había organizado para ella, provenientes de su bolsillo mágico, temerosa de que la espiral la asaltara y tuviera que ir desnuda al siguiente juego.

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