Extra 2: Misión de espionaje al payaso

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— ¡Ese maldito demonio panzón me tiene hasta los huevos!

Brava pateó la puerta de su oficina, arrojó su abrigo de plumas morado al suelo y fue directo al escritorio.

— Ñiñi alegría navideña, ñiñi los niños quieren divertirse... ¡me importa un carajo! No-entres-a-mis-jodidos-juegos, ¡¿qué es tan difícil de entender?!

Se dejó caer en su trono, abrió el primer cajón y buscó su cajetilla a tientas. Su encendedor favorito tenía forma de patito; le encantaba apretar la cola para que el fuego saliera del pico. Se llevó el cigarrillo a la boca, subió los pies al escritorio y empezó a leer el informe urgente que lo esperaba.

El cigarrillo sabía a chocolate.

— ¡¿Qué demonios es esto?! — Brava observó, furioso, la barrita deshacerse entre sus dedos por el calor.

Agarró la cajetilla, y, en lugar de su marca habitual, solo encontró un mensaje escrito dentro de un corazón: "Fumar es malo para la salud, mejor come chocolate."

— ¡Estúpido mimo bastardo! — gritó, con las venas saltando en su cuello y frente — ¡Busquen a esos malditos conejos!

Los pingüinos patosos que trabajaban para él comenzaron a corretear por la tienda, buscando bajo los congeladores y en los gabinetes. El agente Malvavisco ya había salido exitosamente del local, y para cuando los pingüinos corrieron fuera a buscarlo, él ya estaba muy lejos, llevándose el costal de cajetillas de Brava para cumplir la segunda parte de su misión: deshacerse de esa basura.


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El agente Colita Esponjosa y el agente Copito ingresaron al Jardín. Se movieron veloces entre la hierba, adentrándose en el corazón del mercado. Su objetivo llevaba lentes oscuros durante la noche, una gabardina amarillo mostaza y un sombrero de ala ancha a juego. Aunque intentara cubrirse el rostro, era ridículamente fácil de distinguir, incluso a esa hora de la madrugada. Los jugadores que paseaban le abrían paso en cuanto lo veían; los más lejanos daban media vuelta y corrían asustados, mientras que los cercanos solo podían congelarse, sudando frío, y continuar lentamente con lo que estaban haciendo. Si había algo que Nova Brava detestaba y amaba a la vez, era que huyeran de él; darle motivos para que jugara contigo era algo que nadie, en ninguna parte del Jardín, quería hacer.

Brava, con apenas la nariz pintada de azul asomando sobre el cuello de su gabardina, evaluó su entorno mientras se acercaba lentamente a Dientes de Oro. Al no ver nada sospechoso, se movió con la rapidez de un gorrión hasta la caja, donde un duende uniformado sudaba frío.

— Soy yo — levantó sus lentes para que el duende pudiera ver sus ojos con lentillas verdes y su nariz azul —. ¿Tienes mi paquete? — volvió a colocarse los lentes y a cubrirse.

En la ventana tras él, dos conejitos de bombón descendieron por una soga. Uno llevaba un cuchillo grande y afilado que brilló con la luz de la calle, mientras el otro levantaba un letrero para que el duende pudiera leerlo: "No te atrevas", firmado: Nimbo. Nemo Nimbo el Mimo, no era aficionado a la violencia ni buscaba pelea porque sí, pero era un campeón invicto en la arena y un cliente VIP de Blaz, a quien no podían molestar bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, si Brava era conocido por algo, era por su mal humor sangriento.

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