El laberinto en la mansión

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Miya abrió el gabinete, apartó las cajas y carpetas almacenadas, y se apretujó en el espacio, cerrando la puerta lo más silenciosamente posible. Sin embargo, aún encogida en la postura más pequeña que podía, todavía quedó una abertura que daba al ventanal tras el escritorio. Miya esperaba que, en la oscuridad, esa abertura pasara desapercibida entre todo lo que había en la oficina. El olor a tabaco era asfixiante, impregnado en la madera y los documentos. Había alcanzado a divisar su nombre en el fajo de papeles sobre el escritorio de John William, junto a una carpeta con el nombre de Ethan, justo antes de que él regresara. No tuvo tiempo para tomar los documentos ni escapar. La evidencia que los incriminaba a ambos, con el grosor de dos palmas, había sido difícil de encontrar, ya que no solo habían desaparecido de los lugares donde se supone que habían sido escondidos, dejando únicamente una hoja con el índice del contenido que se llevaron, sino que las sombras parecían solidificarse, cazandolos por los pasillos.

Primero se cerraron las ventanas y los pasillos laterales, empujando a los jugadores hacia al centro. La cantidad de pruebas que podrían encontrar no estaba clara, pero Miya empezaba a sospechar que había dos tipos: fotografías que los ubicaban en la escena del crimen y documentos que lo confirmaban. Lo pensó al hallar un marco con tres fotogramas de una cámara de seguridad, donde se veía a Mabel entregando un fajo de imágenes a una mujer postrada en una cama. La mujer, claramente enferma, arrugaba las fotos y las arrojaba al suelo mientras observaba impotente cómo Mabel se llevaba las joyas del tocador. Después de eso, Miya buscó más fotos, pero no esperaba encontrarlas sobre su propia cama, en el ala de John Michael. En ella, se la veía robando el celular de una distraída Clover, y junto a la imagen habían dejado el índice de un estudio comparativo entre las propuestas de inversión del Corporativo Clow y su competencia directa, sugiriendo espionaje corporativo. Alguien había escrito "Traidora" con grandes letras rojas sobre la página.

Miya corrió tan rápido como pudo cuando sintió que unas manos la acechaban, pero no había invertido ni un solo punto en mejoras a su condición física, por lo que era más lenta que Ethan. Él la dejó atrás y, aunque intentó seguirlo, terminó topando con zonas cerradas de la mansión.

Al otro lado de una reja recién cerrada, el mayordomo se burló de ella al verla llegar.

— Es hora, las puertas se cierran, los caminos se acortan — graznó con su voz ronca y quebradiza —. ¡Aquí está, ella traicionó a la familia! — gritó, señalándola con su dedo huesudo antes de irse con pasos cortos y tambaleantes —. ¡Una traidora!

La oscuridad que se solidificaba lo dejó ir con tranquilidad, mientras intentaba tragarse a Miya.

Con la mansión comenzando a dividirse en secciones, Miya tuvo que adivinar quién de los hermanos había dejado esa advertencia y robado sus puntos. John Michael la necesitaba, y John Joseph era sumiso en comparación con sus hermanos, así que solo quedaba uno. Sin embargo, aunque lo vio irse, parecía que había caído en una trampa muy obvia.

— ¿Ratones en mi casa? — la voz indiferente de John William resonó en la habitación cerrada.

Observando el reflejo en la ventana, Miya vio acercarse la luz rojiza de la punta de un puro y el reflejo plateado de un palo de golf.


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