Mabel finalmente salió del agujero, empapada en sudor. Con cuidado, dejó el bolso con Puro Hueso 2.0 en el suelo de la caverna y se desplomó a su lado, exhausta. El pajarito, que había pasado todo ese tiempo comiendo, bebiendo y vigilándola con más fervor que un guardia de seguridad, había recuperado fuerzas y trepó alegremente sobre el bolso deportivo, acomodándose sobre él. La bolsa estaba bien cerrada, y Puro Hueso 2.0 descansaba seguro en su interior.
Tras un breve respiro, Mabel decidió no perder más tiempo. Agarró la linterna y comenzó a hurgar entre los objetos esparcidos por la caverna. Muchas cosas resultaban absurdas: juguetes, libros y maquillaje... pero otras, como armas convencionales y no convencionales –cuchillos de cocina, navajas, espadas afiladas, trozos de madera y hachas, y demás– tenían algo más de lógica, aunque de poco servirían: todo estaba envejecido, desafilado, desgastado o roto. Usar algo de ahí era como enfrentar a una tormenta con un paraguas. No los juzgaba; si hubiera tenido la oportunidad, ella también habría traído su propia mochila con al menos un cambio de ropa decente y su neceser de viaje.
Antes de buscar la salida, trasladó todas sus pertenencias a la pila de abrigos más cercana y se enfrentó a otro dilema moral que amenazaba con dejarla calva: ¿usar o no usar esa ropa que, probablemente, había pertenecido a alguien que falló en ese juego? La idea le resultaba sumamente desagradable.
Encontrar cuerpos en diferentes etapas de descomposición era muy diferente a usar la ropa que quizá llevaban cuando eso pasó; era algo más personal, más íntimo e irrespetuoso. Pero la noche era lo bastante helada y los vientos terriblemente castigadores que no quería repetir la experiencia. Su cobija calentita había caído en batalla, y siendo sincera, tampoco era muy práctica: difícil de llevar y hasta peligrosa si se enganchaba con una rama, algo muy probable con la suerte de Mabel.
No quería pasar un segundo más en esos túneles, y por lo que podía ver, el pajarito tampoco. No podía quitarse de encima la sensación de estar siendo observada, a pesar de que solo ellos dos –seres vivos– estaban allí. Cada minuto la ponía más tensa, no le gustaba nada la malicia subyacente en el ambiente. Quedarse más tiempo era abusar de su racha de buena suerte, y Mabel prefería pecar de prevenida que de tonta. Cuando saliera de ese juego, iba a necesitar muchos inciensos y un baño con agua hirviendo y mucho jabón para borrar esa desagradable sensación. ¿Cuál era la diferencia entre ponerse esa ropa y cargar con un muerto? Más espeluznante no podía ser y estaba haciendo ambas.
Revisó entre los montones buscando prendas sin manchas ni desgarros para ponerse encima de lo que ya llevaba. Entre todos los abrigos, eligió una sudadera gris con capucha –muy parecida a la que usaba Joey– y una chamarra de mezclilla forrada de borrego por dentro. No solo la abrigaría, también podría colocar al pajarito en uno de los bolsillos frontales, donde estaría seguro, cómodo y con buena vista del panorama.
También se hizo con unos jeans para protegerse del frío y amortiguar posibles rasguños en caso de una caída. No encontró guantes, pero halló unas vendas que, aunque amarillentas, seguían selladas dentro de su envoltorio de plástico, a salvo entre los restos de un botiquín. Se las puso en las manos. Luego se volvió a hacer la trenza para sujetar los mechones sueltos, tratando de no lloriquear por la sensación de su cabello sucio y grasoso. Resignada con su apariencia, reunió algunos abrigos más para llevar al resto de los jugadores. Nadie estaba preparado para ese frío de mierda; correr ayudaba, sí, pero no podían huir toda la noche sin desfallecer de cansancio. No quería imaginar qué les había pasado esa noche a los otros, pero al elegir ropa para ellos, al menos les estaba deseando lo mejor.
Abrió la mochila y sacó el saco de dinero, dejando una barra de oro por cada prenda y objeto que tomó de la caverna. Un gesto simbólico para sus antiguos dueños, con la esperanza de que ningún espíritu chocarrero se sintiera ofendido y los siguiera para joderlos más tarde. Como la ropa no cabía en la mochila, Mabel la metió en el conveniente saco sin fondo, deseando que, en momentos de necesidad, a nadie le importara de dónde la había sacado. Lista, se dirigió al punto medio entre los dos túneles restantes, tratando de descifrar cuál era el correcto para salir de ahí.

ESTÁS LEYENDO
Rever Arcade
AventuraMabel quería dinero, una casa propia y felicidad. Aceptó entrar al mundo de juegos de Rever Arcade para buscar al hermano perdido de alguien, con la promesa de volverse ridículamente rica al terminar. Sin embargo, no esperaba acabar siendo dueña de...