La cabaña del guardabosques

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— Podemos estrellar la camioneta contra otro árbol después de llegar y que él espere a que aparezca la suya.

— Eddy — lo regañó Mabel en voz baja, aunque su expresión era divertida.

Estaban en un punto muerto. Dudaban si avanzar con Nolan sería un problema más adelante, pero dejarlo era... cruel, considerando que ya todos estaban hartos y listos para salir de allí. Mientras debatían qué hacer, apagaron las luces de la camioneta, dejando el motor encendido por si necesitaban huir rápidamente. Nolan alternaba la mirada entre ellos, instándolos a decidirse pronto.

— ¡Me escupió los tenis!

— Pero lo hizo de frente — replicó Mabel —. ¿Cuánto tiempo estuviste con Mónica sin saber que era una psicópata? — Se inclinó para susurrarle, tapándose su boca para que Nolan no pudiera leerle los labios —. Al menos sabemos que es un cerdo, no habrá sorpresas.

— ¿Y bien? — preguntó Nolan, con voz amortiguada —. ¿Están esperando que les enseñe mi credencial o que tengamos una maldita pijamada?

— No estás sumando puntos — le advirtió Eddy, fulminándolo con la mirada.

Nolan apenas podía creer que había terminado en manos de dos críos que debatían sobre él en su cara. Pero, aunque le doliera en el hígado, las llaves del carro las tenían ellos. No podían bajarlo, pero tampoco podía obligarlos a avanzar.

— Quizás podamos prometernos no hacernos daño unos a otros — sugirió Mabel.

Ambos fruncieron el ceño al mismo tiempo.

— ¿Y de qué nos va a servir decirlo si luego nos apuñala por la espalda? — gruñó Eddy, cruzándose de brazos y dándole la espalda a la ventana trasera.

— Son dos contra uno, ¿no debería ser yo el preocupado? — se quejó Nolan.

Mabel observó los brazos abultados por los músculos de Nolan, apoyados sobre la ventana, luego miró el bracito de Eddy y sus propias manos suaves y débiles. ¿Estaba bromeando o lo decía en serio?

— ¿Dónde quedaron todos esos valores que nos unen como humanidad? — continuó Mabel, sarcástica. Incluso el pajarito rodó los ojos. Los tres la miraron con exasperación, como si ella fuera tonta como una calabaza.

— Les doy mi palabra de boy scout — Nolan levantó una mano y se llevó la otra al pecho.

— No tienes cara de boy scout — Eddy lo evaluó de arriba a abajo con desagrado.

— ¿Y de qué tengo cara según tú, niñito privilegiado?

— Cliente frecuente de la correccional — masculló como respuesta.

— Cliente de tu...

— Mucha testosterona, ya entendimos — Mabel gritó por encima de los insultos de Nolan, aplaudiendo acallar el ruido —. Vamos a prometer en voz alta no lastimarnos los unos a los otros y nos daremos la mano y asunto arreglado.

— ¿Tengo que hacerlo por qué lo dices tú? — La arruga entre las cejas de Eddy se profundizó.

— Sí, porque parece ser que soy la única adulta por aquí.

— Te doblo la edad, muñeca — señaló Nolan.

— ¿En serio? No lo parece con esa actitud de niño de dos años.

— Quizá tres años, pero no dos. Los de dos son bebés que solo sonríen y babean tu brazo.

Eddy y Mabel casi juntaron cabezas cuando giraron a verlo, preguntándose qué mosca le picó. Al apoyar ambas manos sobre el techo de la camioneta, sus muñecas quedaban fuera de la manga, por lo que pudieron ver la liga de flor naranja que Nolan usaba como pulsera. Intercambiaron una mirada, cargada de compresión.

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