Autobús 4666

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Después de un momento, Mabel asintió. Se limpió las mejillas húmedas y regresó fingiendo tranquilidad al frente. También comprobó que, aunque le sudaban los pies, las botas cumplían con todas sus necesidades. Esta vez, Lumière animó a Mabel a subir primero.

— ¿Y el conductor? — preguntó Mabel, permaneciendo de pie en el primer escalón.

Lumière le cerró el paso, evitando la posibilidad de otro escape.

— En su lugar, claramente. Oh, olvidaba eso. Javier es un fantasma; no podrás verlo sin las herramientas adecuadas.

La radio cambió rápidamente de estaciones como una especie de saludo improvisado. Lumière comenzó a golpetear una pezuña sobre el suelo, impaciente.

— ¿Puedes comenzar a moverte, por favor? ¡Vamos tarde!

El autobús estaba iluminado por una luz azul y artificial, el espacio era amplio y los asientos se veían en mejores condiciones de lo que la fachada exterior revelaba. Supuso que, al ser aparentemente manejado por un fantasma, era normal que la temperatura fuera muy baja. Sin embargo, el satén, aunque deliciosamente cómodo para dormir, no era la mejor tela para protegerla del frío. Intentó no pensar en eso, concentrándose en otras cosas importantes, como las dieciséis personas que dormían dispersos sobre los asientos. Giró a ver Lumière llena de dudas.

— Son jugadores también — respondió la cabra rápidamente —. No te preocupes por ellos.

La animó a tomar asiento en los sitios desocupados más cercanos. Mabel arregló la manga enrollada de su pijama esperando que ayudara en algo con el frío y se tomó un momento para observar con desagrado los dos puntos rojos que quedaron sobre su codo.

— Oh, no pongas esa expresión fea — Lumière se acomodó en el asiento del otro lado del pasillo, dejando su maletín en el sitio a su lado, una forma discreta de decir "no me quiero sentar contigo" —. Las arañas fueron creadas para agilizar el trabajo de suministrar medicamentos y extraer muestras, ¿Cuánto tiempo perderíamos si lo hiciéramos manualmente? No hay nada que temer con ellas, es más, fue un proceso tan rápido que el MS04 pudo surtir efecto casi inmediato y salvarte de algunos efectos secundarios desagradables.

— ¿Hablas del medicamento experimental? — Mabel recalcó el "experimental".

— Bueno, sí, pero no lo juzgues por un par de palabras. Sus efectos son impresionantes, un orgullo para el laboratorio. Alégrate, también fue pensado para servir como un antiviral de amplio espectro. Felicidades, has sido inmunizada contra un inmenso abanico de virus. ¿Cuántos novatos, no, cuántos jugadores no desearían esa inmunidad? Te ahorraste muchísimos puntos. De nada.

— ¿Virus, cómo, enfermedades? ¿Hay epidemias aquí? — Mabel no escuchó nada de lo que dijo después de "antiviral de amplio espectro". ¿Cómo era posible que en este lugar mágico todavía existieran cosas como las enfermedades? Entonces, sintiendo cómo la epifanía iluminaba sus pensamientos, se dio cuenta: claro que habría, ya que son situaciones a las que la gente les temía. Por supuesto que ese miedo formaba parte de otros que se filtraban hacía los huecos de los que tanto hablaba Lumière. El problema, si se amoldaban a la imaginación de los humanos, que tendía al dramatismo, ¿qué tan exageradamente estarían siendo representados dentro de los juego?

— Oh, los hay — Lumière asintió energéticamente —. Pero no te preocupes por ellos de momento, son parte de los niveles intermedios a superiores, nada que una novata deba temer. Especialmente tú, ahora.

La puerta se cerró con otro rechinido, las palancas comenzaron a moverse y el autobús avanzó de regreso a la oscuridad. Mabel le dedicó una última mirada a la parada, despidiéndose de su vida ordinaria y triste. Se marchó sin imaginarse que, cuando el juego que acababan de dejar inició, los restos de su vómito fue la causa de una feroz discusión sobre el motivo de su existencia, provocando un fuerte dolor de cabeza a cinco jugadores y una alegría inmensa al sexto. El pobre chico víctima de Mabel se convirtió en el principal sospechoso por su apariencia desaliñada y las más que evidentes barras de oro que se desbordaban por sus bolsillos. El jugador 928109 nunca supo el por qué perdió sus botas o qué se supone que debía hacer con los lingotes.

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