Tormenta tropical

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Mabel ignoró los gritos chillones de Evie y la aparición de su panel, que estaba actualizando la información del juego, para intentar ver la carta negra que sostenía el hombre a su lado. La sujetaba con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, a punto de partirla en dos. Mabel se inclinaba cada vez más en la silla, intentando disimuladamente ver el contenido del mensaje que lo había alterado tanto en tan poco tiempo, mientras fingía estar concentrada en abrir su propia carta y observaba de reojo la ajena.

— Hija.

Mabel estuvo a punto de protestar cuando logró divisar las letras doradas justo antes de que el hombre, con la expresión de alguien que podría echar vapor por la nariz en cualquier momento, arrugara la carta en una bola y la guardara en su pantalón.

— ¡Mabel Crow! — rugió una voz que intentaba, sin éxito, contener su molestia.

Mabel pegó un brinco, y las patas de su silla provocaron un chasquido al golpear el suelo, resonando por todo el comedor. El hombre que le hablaba era el NPC que estaba sentado a la derecha de cabecera. Era un hombre mayor y reservado, con una marcada sensación de distancia con los demás, la última persona en esa mesa que Mabel hubiera esperado que le hablara. Y, para hacerlo aún más extraño, acababa de llamarla "hija". Por supuesto que Mabel lo había escuchado, con los nervios de punta, pero no pensó que le estuvieran hablando a ella.

— Recuerda tus modales — dijo apretando los dientes, mirándola con tanta ira contenida como el hombre junto a ella a la carta.

Mabel, incapaz de encontrar palabras para expresar su sorpresa, solo pudo asentir. Reacomodó la silla y se sentó recta, quedándose tan quieta como un adorno más, esperando volverse invisible ante la mirada irritada que la observaba. Alguien soltó una risita; Mabel apostaba entre Miya y Ethan, pero ambos fingían estar entretenidos en sus propias asuntos. Los jugadores miraban sus paneles o cartas mientras esperaban la cena, y los NPC revisaban sus celulares. Es decir, en una mesa llena de gente, nadie se miraba ni hablaba. Mabel jugueteó con la carta entre sus manos mientras echaba un vistazo a su panel también, intentando entender mejor lo que estaba pasando.

Como el sistema ya le había informado antes de lanzarla a la espiral, el juego se llamaba "Familia Clow", tipo laberinto, nivel seis. La tarea escrita en el panel era destruir la evidencia de sus crímenes, salvando su reputación como nieta y heredera de la dinastía familiar. En el sobre encontró un dibujo de Evie Boo vestido de policía, mostrándole un reloj y advirtiéndole que solo tenía doce horas para evitar ser encarcelada. También había una tarea secundaria escrita con tinta roja, llena de brillitos, con una letra infantil y torcida que claramente era la de Evie: si quería enmendar sus errores, debía ayudar a la esposa del señor Crow a escapar.

Evie también había añadido un "+20" y "Opcional" bajo esa única frase. Según el panel, destruir la evidencia le daría 10 puntos y ayudar a la esposa, 20, lo que sumaba 30 puntos. En Paseo Nocturno, si tenías suerte, podías obtener un tope de 27 puntos, y con la Familia Clow serían 57 puntos por dos juegos. ¿Qué se podía comprar con 57 puntos? Como no había llegado a conocer la Central de Juegos, y mucho menos el supermercado del que Kiran le había hablado, no tenía una idea de si era mucho o poco. De todos modos, no importaba, porque ¡su panel seguía bloqueado! ¡No le dieron ni un solo punto por su sangrienta y dolorosa aventura en San Lázaro! ¡Ni uno!

No podía ver los contratos que había firmado con su alma, pero sí el enorme cero que acompañaba a la frase " Puntos acumulados" en una esquina del panel. Repitió como un mantra las palabras de Lumière: su premio se lo daría él, no había de qué preocuparse. Aunque era muy probable que hubiera perdido su oro y la basura que Gavril le dio, podía conseguir más, mucho más. Lo que no podría recuperar era a Puro Hueso, pero no quería admitirlo, esperando que Cereza no se diera cuenta. Desde que cayó en el baño, una parte de su mente planeaba cómo decirle que, bueno, existía ese problema. Un plato de salmón con espárragos y papas fue colocado frente a ella. La boca de Mabel se hizo agua, y tuvo que cubrirse el rostro como una señorita educada para que no la vieran salivar. Había comido muy poco; el agua y las uvas ácidas ayudaron, pero no había nada como un buen plato de comida.

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