Capítulo 3: Entre la amistad y la adversidad

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Los meses se convirtieron en años, y Nicolle se fue acostumbrando a su nueva vida en La Masia. El aire de Barcelona era diferente al de Madrid; vibrante, lleno de oportunidades y sueños. Cada día, su amor por el fútbol crecía, alimentado por los entrenamientos y las amistades que iba forjando. Conoció a muchos chicos talentosos, pero también hizo amigas en el equipo femenino, que le ofrecían un refugio donde podía ser ella misma.

Con el tiempo, su relación con Gavi se volvió más fuerte. A menudo se quedaban después de los entrenamientos, practicando penales y desafiándose mutuamente en pequeñas competiciones amistosas. Gavi siempre la animaba a seguir adelante, recordándole que el talento que tenía era especial y que no debía dejar que nadie lo apagara.

—¡Vamos, Nicolle! —le decía él, riendo mientras le lanzaba el balón—. ¡Eres más rápida que la mayoría de nosotros! No te dejes llevar por lo que digan los demás.

Con su apoyo, Nicolle empezó a abrirse más y a crear vínculos con otros jugadores. Se hizo amiga de Balde, un chico simpático que siempre tenía una broma lista para aliviar la tensión, y de Eric, que la sorprendía con su sabiduría a pesar de su corta edad. Juntos, formaron un grupo unido que compartía risas y sueños de un futuro brillante. Sin embargo, la felicidad en el campo no siempre se traducía a su vida fuera de él.

La situación en el orfanato se volvió cada vez más difícil. Las burlas y los comentarios crueles se transformaron en un maltrato psicológico más agresivo. Las niñas mayores, que antes solo hacían bromas, ahora la empujaban y la insultaban, dejando marcas que iban más allá de lo físico. Nicolle intentó ser fuerte, pero a veces sentía que el mundo se le venía abajo. No podía hablar con sus amigos del fútbol sobre lo que sucedía en casa; temía que no lo entenderían, que su dolor no se comparaba con el esfuerzo que todos estaban haciendo para alcanzar sus sueños.

Cada vez que regresaba al orfanato después de un día de entrenamiento, el ambiente pesado la esperaba. Los gritos y las risas burlonas eran el telón de fondo de sus noches solitarias. Sin embargo, siempre había algo que la mantenía en pie: el deseo de jugar al fútbol. Durante esos momentos oscuros, imaginaba los partidos que disputaría con sus amigos, las victorias y las celebraciones que les esperaban. En su mente, el fútbol era un escape, un lugar donde podía dejar atrás el dolor.

Con el paso de los años, varios de sus compañeros comenzaron a subir al primer equipo. La noticia de que Ansu Fati había debutado en un partido oficial llenó de alegría a La Masia. Nicolle lo había visto crecer y sabía lo duro que había trabajado para llegar allí. Sin embargo, también sentía un pequeño nudo en su pecho. La mezcla de felicidad por su amigo y la sensación de que ella aún no había alcanzado ese nivel la perseguía. Sabía que sus amigos la apoyaban, pero a veces la duda la invadía, haciéndola cuestionar si sería capaz de seguir sus pasos.

Un día, después de escuchar sobre la convocatoria de Gavi para un partido de la Champions, Nicolle decidió que debía hablar con él sobre cómo se sentía. Tras el entrenamiento, se sentaron juntos en la grada vacía del campo. La tarde caía suavemente sobre ellos, y la luz dorada envolvía el lugar.

—Gavi, ¿alguna vez has sentido que no eres lo suficientemente bueno? —preguntó, mirando el césped con tristeza.

Gavi la miró con seriedad, comprendiendo que sus palabras iban más allá del fútbol.

—Nicolle, todos pasamos por momentos difíciles, pero lo que importa es que sigas adelante. El talento es solo parte del viaje. La mentalidad lo es todo. Si te rindes, nunca sabrás hasta dónde puedes llegar.

Su respuesta fue un bálsamo para el alma de Nicolle. Era la motivación que necesitaba para continuar luchando, tanto en el campo como en su vida personal.

Los días siguieron fluyendo, y mientras sus amigos iban subiendo al primer equipo, Nicolle se sintió dividida. Quería celebrar sus logros, pero cada vez que veía a Gavi, Ansu o Balde con la camiseta del primer equipo, la presión de no ser suficiente se intensificaba. Sin embargo, en esos momentos de duda, recordaba las palabras de Gavi, y una chispa de esperanza comenzaba a encenderse en su corazón.

Al final del día, el fútbol seguía siendo su refugio, el lugar donde podía dejar las sombras atrás, aunque a menudo las llevaba consigo. En su mente, se prometió a sí misma que no dejaría que el maltrato y la adversidad la detuvieran. Tenía un sueño, y estaba dispuesta a luchar por él, sin importar lo que el futuro le deparara.

Con el tiempo, Nicolle se dio cuenta de que el camino hacia el éxito estaba lleno de obstáculos, pero también de momentos de amistad, pasión y un profundo deseo de superarse. A medida que el sol se ponía sobre el campo, ella sonrió, sintiendo que cada día era un paso más hacia su destino.

"Silencio en la cancha" (Pablo Gavi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora