Capítulo 4

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William Mitchell


Mi respiración se ha acelerado y no encuentro las palabras exactas para disculparme, sé a la perfección que merezco un par de gritos por mi osadía pero que lo merezca no significa que lo soporte. Él apoya una mano en la pared y creo que está respirando hondo buscando la manera de calmarse. Oigo que carraspea y se voltea, aún sigo en la cama en medio de mis nervios. Rompí una regla, lo sé.

No sabía que tenía otros tatuajes.

― ¿Qué carajos me ves? ―pregunta con rudeza.

Miro hacia otro lado y recuerdo cuando lo escuché decir mi nombre en el baño. Eso merece una explicación pero vamos, hay muchas Grace en el mundo.

― ¿Qué. Coño. Hacías. En. El. Armario? ―pregunta conteniendo su rabia.

― Yo, d-discúlpame. ―farfullo mirando hacia el piso buscando inspiración para hablar sin tartamudear.

― Una disculpa no es suficiente.

― Lo sé pero debo disculparme, rompí una de tus reglas.

― ¿Una? Has roto más de una.

Tiene toda la razón. Lo admito, esto es muy vergonzoso.

― Quítate de mi cama. ―gruñe y me pongo de pie de un salto.

― Solo quería hablar contigo, entonces entré sin tocar porque pensé que si tocaba tu no me ibas a abrir, ya sabes cómo eres de odioso, pero después tu madre entró entonces me escondí en el armario para que ella no me viera porque sé que iba a pensar mal las cosas. ―explico rápidamente, mis nervios no me dejan ser.

Lo miro y me está mirando, sus ojos se han oscurecido y parece que quiere incinerarme. Dios mío ¡Me quiere matar con todas las razones del mundo!

― No me mires así, por favor, siento que vas a hacerme estallar con sólo mirarme, admito que soy una grosera. ―le suplico nerviosa.

― ¿Cómo quieres te mire después que te encontré en mi armario escondida como una rata? ―pregunta en voz ronca y baja pero dejando grandes rastros de enojo.

Una rata. Genial.

― Yo iba a salir pero me hice un manojo de nervios...

― ¿No podías pasarle seguro a la jodida puerta y esperar a que yo saliera del baño? ―pregunta enfurecido―. ¡No hubiera dejado entrar a mi mamá! ―exclama tratando de no alzar la voz pero fallando catastróficamente.

Bien, tiene la razón.

― No lo pensé, ¡No lo pensé! ¡Te estoy pidiendo disculpas! ―miro la puerta y camino disimuladamente hacia ella.

― ¿Cuánto tiempo llevabas en la habitación? ―indaga sin apartar su mirada de mí.

― Espera que te diga lo que vengo a decir...

― No, responde la maldita pregunta. ¿Cuánto tiempo?

―Harry...

― No me cambies la conversación. ―me pone de pie con suave jalón―. Compórtate como una adulta y responde. ―eso dolió.

― Suéltame y te diré. ―intento soltarme pero es en vano.

― ¡Responde! ¿Cuánto tiempo?

― Lo suficiente para escucharte jadear mi nombre en el baño. ―mascullo sin poder evitar que las palabras salgan de mi boca. Él me suelta.

Quizás lo hice porque me está zarandeando, o porque simplemente quería ver su reacción. Y fue una mala idea.

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