Capítulo 24

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― ¿No piensas decirme nada? ―pregunta mi padre desde la puerta. Estoy acostada en mi cama, mirando hacia el techo.

― Sólo estaba estresada. ―hablo―. Elena exageró todo. ―murmuro.

― No mientas.

― Estoy bien ya te lo he dicho. ―espeto.

― Te llevaré al doctor...

― Por favor, papá. ―hablo con desdén―. No exageres.

― Sé que estás enojada conmigo, pero aun así estás bajo mi tutela y debes...

― Sólo fue síntomas de la menstruación.

―Eres tan terca, Grace Schneider.―murmura y luego sale de la habitación.

Bueno, la terquedad lo saqué de él. ¿Por qué ahora sí está preocupado por mí? Es decir, me mandará a la boca del lobo y todavía quiere preocuparse por mí, eso es el colmo.

Resoplo con exasperación y me arropo de pies a cabeza. Sólo tengo que dormir, mañana tendré un día muy incómodo.

********

A las seis y media de la mañana ya estoy lista. No sé a dónde vamos a ir pero, me llevo un jeans oscuro, una camiseta y escogí un chaleco de mezclilla color negro, con botines no tan altos y mi cabello... no le hice nada especial, sólo lo llevo suelto. Elena y mi padre aún están durmiendo y bueno apenas son las siete de la mañana.

¿Será que me pongo otra cosa? ¿O me recojo el cabello? Mi teléfono vibra y rápidamente contesto. Ya era hora.

― ¿Bueno?

― Buenos días, Grace. ―dice―. Estoy afuera, ¿Estás lista?

― Sí, ya salgo. ―le digo y cuelgo.

Bueno, allá voy.

Sólo espero que Jake sea tan agradable como su padre. De lo contrario, se ganará mi cara seria durante todo el paseo.

Salgo a la calle y Jake está recostado en su camioneta Range Rover negra, está... realmente atractivo. Tiene las manos metidas en los bolsillos y al ver que me está mirando, desvío la mirada.

― Perfecta. ―dice.

― No lo creo. ―le digo deteniéndome a dos metros de él.

Me abre la puerta del copiloto y me monto. Cierra la puerta y me muerdo el labio. Bien, mi experimento empieza con Jake. Veré si puedo confiar en alguien sin hacerle caso a las alarmas de mi subconsciente.

Por más que insistí en saber a dónde íbamos no me quiso decir. Empiezo a hacerle preguntas, las cuales la mayoría responde y las otras las desvía preguntándome a mí. Por lo menos es inteligente.

― ¿Nunca has montado a caballo? ―me pregunta y frunzo el ceño mientras dobla hacia la derecha.

― No. ―respondo―. Gracias a Dios. ―agrego y él se ríe.

― ¿En serio? ―pregunta―. Pues, hoy montarás...

― ¿Qué? ―espeto.

― ¿Le tienes miedo?

― No.

― ¿Entonces por qué dijiste: gracias a Dios?

― Para que te sintieras mal por haberme traído aquí. ―digo sonriendo.

― Que mala eres. ―susurra y no dejo de sonreír.

Efectivamente vamos a montar a caballo. Algo nuevo e interesante, además.

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