Capítulo 13: El nombre de la traicion

437 40 1
                                    

Ambos dormían. Los observaba desde la cocina mientras mis dedos jugaban con un pequeño papel que decía "Empanadas al mejor precio".
Había algo dentro de mí que no me dejaba dormir. Tenía, sin embargo unas profundas ganas de cerrar los ojos y dejarme llevar entre sueños,  olvidarme de todo algunas horas. Sentía pánico, una opresión en el pecho que amenazaba con matarme cada vez que respiraba. Tomaba agua para ver si el dolor cesaba pero no funcionaba. Estaba dispuesta a despertar a Glenn si empeoraba pero parecía estar plácidamente dormido y me daba pena tener que despertarlo. Me distraje algunos minutos mientras observaba una vieja revista de cocina, probablemente de mi madre, hasta que oí un ruido en el pasillo. Mi corazón se detuvo y por un momento olvidé el dolor. Tomé un cuchillo de cocina y me acerqué al pasillo. Una silueta se dibujaba junto a una de las puertas. Era Mía. Suspiré aliviada y coloqué el cuchillo en la repisa debajo del televisor cubierto de  polvo. Ella notó mi presencia y se dio vuelta. Su rostro repleto de lágrimas me miró fijamente, sus ojos parecían arder de furia, tristeza y culpa. Lo sentía. Podía notar en mi cuerpo la tensión que nos separaba.

-¿Por qué están aquí?-dijo señalando la habitación donde se encontraban los tres caminantes que yo trataba de olvidar cada minuto. Sin saber que decir me la quedé mirando, tal vez pensando que al no darle una repuesta dejaría de preguntar. La realidad era que no sabía que decirle. Contarle a un adulto, como Glenn, por ejemplo era más sencillo, pero a una niña de su edad, en especial Mía, con todo lo que había vivido, era imposible explicarle y que todo sonara lógico, aunque ni siquiera lo era.
-¿Por qué los tienes encerrados?- preguntó nuevamente. - Nos estás traicionando- concluyó y dejó de llorar, nada más seguía mirándome con sus ojos llenos de sentimientos. Sus palabras impactaron en mi tanto como una bala en el cuerpo. Sentía dolor, ganas de decirle lo que sentía, el miedo, el terror que me provocaba pasar junto a esa puerta. Era débil, probablemente más que esa niña que me miraba fijamente. Fue tanta la ira que recorrió mi cuerpo que esta vez fui yo la que comenzó a llorar. Me agaché a su altura. Era una niña, lo sabía, pero ese mundo no estaba hecho para ellos, por lo tanto opté  por hablarle como lo hubiera hecho con cualquier otra persona. Las palabras, al fin y al cabo en esos tiempos eran lo que menos dolía.
-Mia, los caminantes que están allí adentro fueron en algún momento mi familia- ella miraba atentamente y sus lágrimas ya habían terminado de caer. - ...Si yo abro esa puerta tendré que matarlos antes de que ellos me maten a mi, y no estoy preparada, así que cuando sea el momento adecuado yo misma abriré esa puerta.
-Uno de ellos se comió a mi madre, yo lo vi, ella gritaba que me fuera pero no lo hice, me quedé observando cómo se la comía y yo no hice nada, solamente me quedé mirando.
-Esta bien, Mia. Tú no podías hacer nada...
-Tenía el arma de mamá, ella me decía que disparara que le disparara al caminante y a ella, me lo pidió hasta que dejó de respirar y yo no lo hice, tiré el arma a su lado y corrí, le quiero pedir perdón y ya no puedo...- dijo y desbordó el llanto.
Sus palabras estaban llenas de dolor, todavía no podía creer lo que estaba escuchando, lo que ella había vivido, era una situación totalmente insoportable incluso para mí, entonces entendí que ella ya no era una niña, ya no.
Un grito me hizo recordar mi dolor en el pecho.
Sentí una mano en el hombro que heló todo mi cuerpo. Sabía que no era Glenn, lo intuía, aquello que estaba detrás de mí presionaba mi brazo como si quisiera evitar algún movimiento. Observé el rostro de Mia repleto de miedo, me miró y busco en mi solución pero al parecer yo no la tenía. Me levanté de golpe y me puse delante de ella. Quedé  de enfrente a aquel hombre, un desconocido, no era un caminante, tenía vida, era humano, aún era persona. Llevaba una campera negra y parecía estar lastimado en el rostro. Nadie pronunció ninguna palabra, esperaba que Glenn apareciera. El hombre me tomó del brazo violentamente y me apartó de Mia.
-Lamento decirles que se tendrán que ir- dijo mientras sacaba un arma de uno de sus bolsillos. La niña comenzó a gritar de horror mientras yo pensaba como había entrado ese hombre a la casa. Colocó el arma en mi cabeza y luego en la de Mia. Me separó dándome un empujón. Caí en el piso y un dolor inmenso en la cabeza me hizo recordar al día en que mi familia se convirtió. Mia lloraba sin consuelo, había un arma en su cabeza. El hombre le dio una bofetada al ver que ella no paraba de gritar. Fue en ese momento que todo se detuvo, Glenn le disparó al hombre por detrás, no lo mató, le dio en la pierna, me pregunté en ese instante porque no lo había matado. Estaba deseando que una persona muriera, ese mundo estaba consumiendo mi cabeza, quería matar a ese hombre con mis manos, por lo que me había hecho a mi y sobre todo a Mia. Cayó desplomado en el piso de dolor pero seguía sosteniendo su arma así que decidí sacar toda la rabia dentro de mí y le di una patada en la cabeza y fue recién allí cuando quedó algo inconsciente. Recuperé el aliento, me apoyé contra la pared  y suspiré. Había un silencio distinto, giré  mi cabeza y noté como Glenn se revolcaba en el piso de la sala. No podía moverse, por eso no había podido matar al hombre. Un charco de sangre lo rodeaba y pensé lo peor. Le dije a Mia que se encerrara en mi habitación mientras me ocupaba de Glenn. La niña obedeció y corrió al cuarto, me di la vuelta luego de escuchar como ella giraba la llave trancando la puerta. Llegué  a la sala y me arrodillé al lado de Glenn.
Seguía consiente pero había un cuchillo en su abdomen, estaba mal, muy mal. Levanté su cabeza sin saber qué hacer y nada más comencé a llorar, como una completa inútil.
-Maggie...Tendrás...-pronunciaba ente sollozos- tendrás... Que quitarlo-dijo.
-No puedo hacerlo. Podría herirte más...- dije desesperada.
-No hay más opciones, necesito que lo hagas ya, por favor.
Su rostro pedía a gritos ayuda. El dolor paralizaba su cuerpo y lo dejaba temblando algunos segundos. Había sudor en todo su cuerpo y la adrenalina del momento me asustaba cada vez más.
Coloqué ambas manos en el cuchillo. Me aseguré de tomarlo correctamente, respiré profundo y tiré con todas mis fuerzas. El grito que pronunció me hizo saber que ya estaba afuera. Llevé algunas toallas y una remera que estaba cerca y lo coloqué arriba de la herida. La sangre no paraba de cubrir su abdomen y ya se encontraba impregnada en la alfombra de flores azules. Lo ayudé a levantarse y se acostó en el sillón.
Tomé el arma que estaba en la mesa de la sala. Le quité el seguro. Apunté a la cabeza del hombre. Dispara cuando sea necesario, recordé. Apreté el gatillo y una bala impactó en su cabeza. Lo peor no era que había matado a una persona, sino que al hacerlo no había sentido nada. ¿En qué me estaba convirtiendo?

CUANDO LOS MUERTOS VIVEN -The walking dead (Maggie y Glenn)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora