Epílogo.

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Narra Uma. 5 años después.

Amaba por fin escuchar su llanto, sin importar las pocas horas de sueño y la somnolencia con la que luchaba para levantarme de la cama, escucharla y ser consciente de que estaba realmente ahí era una recompensa tan gratificante que ni siquiera podía quejarme de lo desgastante que llegaba ser la maternidad.

Me giré en el colchón ignorando toda la pesadez de mi cuerpo y extendí la mano para sentirla, cuando no lo hice me di cuenta que el llanto no estaba tan cerca como creí y fruncí el ceño con un atisbo de preocupación que me aceleró el corazón, así que levantándome de inmediato en la oscuridad me guié desde dónde provenía el sonido que confirmaba que tenía unos pulmones súper fuertes: Su cuarto.

Alec la sostenía mientras intentaba calmar su llanto meciéndola y antes de que se diera vuelta y me viera, me quedé en el umbral de la puerta guardando en mi cabeza la hermosa imagen que tenía por delante que me llenaba el pecho de orgullo y me hacia sonreír enternecida. No podría haber deseado el mejor papá del mundo porque sin hacerlo, lo tenía, mi hija lo tenía.

Al darse vuelta, sin dejar de tararear una canción y mecerla con suavidad, con una sonrisita piadosa por no poder hacer más, me dijo lo que los dos sabíamos que en realidad provocaba ese llanto un tanto desesperado.

—Quiere a su mamá para que le dé su comida.

—Creo que sí. —sonreí y me acerqué para que él pudiera pasarme con mucha delicadeza en brazos, el cuerpito chiquito de nuestra hija. Ella llevaba un mes con nosotros y aunque cada vez nos adaptábamos más a su tamaño, aún era como si nos pasáramos un cristal con el que nuestra vida dependía solo de agarrarla bien.

Me senté en el sillón que habíamos puesto al lado de su cuna y Alec lo hizo en el apoyabrazos, corriéndome el pelo y acariciando mi espalda cuando la pude acomodar y finalmente que se prendiera a mi pecho para que su llanto cesara.

—Tenía hambre eh.

—Mucha, toma desesperada. —nos reímos por lo bajo al notarla ansiosa por succionar. Lo miré y él no podía dejar de observarla orgulloso y con una hermosa sonrisa que le iluminaba toda la expresión hacía un mes, incluso cuando estaba cansado. —Amor andá a descansar, mañana viajas.

—Estoy bien, no te preocupes.

—Yo me encargo, puedo, en serio. —afirmé y él asintió sabiendo que lo lograría, pero no dejaba de demostrar su apoyo hasta con las caricias que me hacía.

—No quiero dejarlas, y aparte no voy a poder dormir sino están a mi lado.

—Te malacostumbraste eh.

—Y espero hacerlo por un tiempito más. —sonrió tocando la manito de nuestra princesa que automáticamente encerró el dedo de su papá en ella. Yo miré ese pequeño acto enternecida, con la simpleza que significaba que estuvieran aferrados el uno al otro. —ves, queremos estar juntos todavía.

Con una risita, confirmé que así era y acaricié la suave mejilla de mi bebé.

—Es tan hermosa.

—Su mamá es hermosa, no podía salir de otra manera. —me dijo y yo sonreí sintiendo esas tontas mariposas en mi estómago con cada cosa que me decía, nunca cambiaba esa costumbre y desde que mi sensibilidad estaba a flor de piel el último mes, que siguiera conquistando con sus palabras era maravilloso.

—Su papá ayudó mucho más para que sea lo hermosa que es ahora.

—Puede ser, un poquito. —aduló y yo me reí. Unos minutos después, le saqué el pecho cuando confirmamos que se había dormido, me acomodé la ropa y con su ayuda innecesaria pero tierna y eficiente, me levanté besándole la frente a mi hija así volvíamos a nuestra habitación para que pudiéramos acostarnos. Alec sonrió ampliamente cuando nos unimos en la con ella en el medio de los dos. —sabía que no te ibas a resistir.

El partido más Difícil.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora