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Caminé rápido hacia mi nueva entrevista de trabajo, ¿lo feo de eso? Iba tarde. Casi corriendo entré al estadio de San Lorenzo, algo muy loco ya que hoy es día de partido y debe estar todo muy lleno y eso me ponía nerviosa. Corrí hacia donde supuse estaban las oficinas y me llevé a alguien por delante y caí al suelo mirando como mis papeles caían también.
—no... —susurré y me levanté rápidamente a juntarlos. La otra persona hizo lo mismo.
—perdoname, te juro que no te vi.
—no, está bien. Venía muy apurada y ni siquiera vi nada, perdoname vos. De igual manera ya estoy llegando tarde y seguramente ni siquiera pueda lograrlo. —comencé a hablar rápido y nerviosa.
—ey, tranquila, respira ¿si? Estas bien, y si sos quien yo creo que sos, vengo de ahí y todavía no hay nadie.
— ¿no hay nadie? —pregunté y negó.
— ¿Señorita Magdalena? —escuche y mire nerviosa. Comencé a caminar hacia las grandes oficinas no sin antes susurrar un gracias.
. . .
— ¿se conocieron acá?
—si, mi amor. Papá me había ayudado ese día. —le conté a Olivia, mi hermosa hija de cinco años.
—y mamá no podía sacar su vista de mí. —agregó mi esposo y mis hijos rieron. Ellos son Olivia y Jerónimo. Estábamos tirados en el gran campo de juego luego de que Ezequiel les este dando –otra vez– un tour por el precioso estadio.
