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Capítulo Cinco

—No puedo creer que seas vos —habló con voz entrecortada a causa de su llanto— . Estás distinta, no sabes... cuanto te extrañé.

Las palabras de Luna Sosa, me estaban dejando confusa, no entendía su hipocresía.

Finalmente, cuando pude recuperarme, hizo algo que a me dejó mucho más atónita de lo que estaba. Me abrazó. Fuerte. De una manera que siempre lo hacía. Habían pasado dos años desde que no sentía sus brazos, desde que no me transmitían el cariño que estaba sintiendo en ese momento. Me sentía ahogada, vulnerable, perdida.

—Soltame —dije con voz firme, cuando logré recuperarme—¿Qué haces?

—Sí, perdón—balbuceó secándose sus lágrimas— . No tenes idea de cuanto te extrañé. No puedo creer que estés acá —negó con una sonrisa en su rostro— . Cuando tu mamá me avisó que te habías ido al Sur no pude creerlo yo... pensé que te había perdido para siempre y ahora...

—¿Y ahora qué? —levanté la ceja, interrumpiéndola.

—Estás acá y... estás hermosa —suspiró, volviendo a sonreír.

Sus palabras cada vez me causaban más sorpresa, nunca esperé una situación así. Cuando volví, tenía claro que en algún momento las volvería a ver, pero que me demuestren palabras de afecto, no era algo que imaginaba.

—Malena, vamos —apareció Matías, interrumpiendo.

Nunca había agradecido tanto la presencia de Matías como en ese momento. La confusión y las ganas de desmoronarme en el lugar cada vez eran más grandes, por lo que agarré fuerte del brazo al amigo de mi hermano y lo empujé para que comience a caminar, dirigiéndome lejos de Luna. Pero me había olvidado de algo importante, que ella era muy insistente y que yo, no tenía suerte.

—Banca Male, pasame tu número —me impidió el paso.

—¿Escuchás lo hipócrita que sos?

—No entiendo, yo...

—No podes ser tan cínica, boluda. Hacete ver.

—Malena, espera. Nos debemos una charla.

—Yo con vos no tengo nada que hablar —negué.

—Te estás equivocando.

—Malena... —insistió Matías, interrumpiendo nuevamente.

Esta vez, él tomó las riendas, y me empujó para que quede delante de él y de la cintura me fue guiando para salir del lugar. Una vez afuera, Matías me agarró fuerte del brazo y caminó hasta el auto, esta vez él no tenía tanta suerte. Me quejé.

—Pará Matías, me estás lastimando —él aflojó su agarre, pero no lo soltó.

—Vamos.

—Lo estás repitiendo hace veinte minutos y estamos caminando al auto.

—Basta, cortala.

—¿Y Valentín? —frené en seco.

—No sé, se fue con una mina.

Cuando llegamos al auto, Matías se subió del lado del conductor y no me quedó otra opción que subirme del lado del copiloto. Frustrada, lo miré de la misma manera que él lo había hecho antes. La pregunta del porqué me había mirado de esa forma apareció, pero estaba de mal humor como para preguntárselo, parecía enojado y sabía que no lo iba a contestar aunque quisiera, iba a tener que conformarme a esperar a que se le pasara.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora