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Capítulo Cuarenta

—¡No Pablo! No podes decir eso —gritó María indignada— . Entendé que estamos en un proceso.

—Como te lavan la cabeza a vos eh...

—Por lo menos no lavan plata como el otro gobierno ¡Eso es lavar!

Rodé los ojos y agarré mi cerveza para darle un buen trago, soportar sus discusiones sin un poco de alcohol era algo intolerante. Estábamos en una pizzería, era viernes y nos dirigimos a ella cuando salimos de trabajar, aprovechando que la hija de María se encontraba con su padre y ella tenía la noche libre.

—¡Bueno, basta de hablar de política! Me tienen cansada. Hablemos de otra cosa.

—Está bien. Podemos de hablar del potro que te buscaba el otro día y no lo quisiste atender.

—Ya te dije María, es el novio si el otro día...

—No es mi novio —fruncí el ceño negando. No habían dejado de hablar de eso en toda la semana, prefería que hablen de política a que vuelvan a tocar el tema—. Es un pelotudo, nada más.

—Pablo no me contó eso.

—Yo creo que Pablo debería callarse.

—¡Ves! ya la pusiste de mal humor.

—No estoy de mal humor, estoy cansada.

Alrededor de las dos de la mañana, me dirigí a casa cansada. Había sido un día largo, y necesitaba descansar lo más que podía. Me sorprendí cuando subí las escaleras que daban a la puerta del departamento, ya que estaba impedida por un cuerpo, Matías. Él estaba durmiendo plácidamente en ella, tenía dos botellas chiquitas de cerveza a su alrededor, no lo iba a despertar porque no quería soportarlo. Así que lo esquivé y entré sin hacer ruido. Dejé la cartera en la mesa y caminé hacia el cuarto, me puse algo cómodo y tiré de las sabanas para acostarme.

Lo pensé mejor. Negando, dejé las sabanas como estaban y abrí el placard para sacar una frazada. Fui hacia el comedor, abrí la puerta y tapé a Matías con cuidado, para que no se despierte. Volví a cerrarla y fui a la pieza para sacar una sabana, dormiría en el living, por las dudas.

Unos ruidos insistentes me despertaron, golpes brutos y secos inundaban la habitación. Me desperecé y fruncí el ceño al acordarme quién se encontraba detrás de la puerta. Caminé hacia ella, no sin antes mirar la hora. Las cinco de la mañana.

Enojada, abrí y lo primero que sentí fue un líquido derramarse en los pies, fruncí el ceño con asco, ya que no se trataba precisamente de agua, este era salido de la boca de un Matías que había tomado hasta olvidarse su nombre.

—Male... —dijo con un hilo de voz.

—¡¿Qué haces?! —pregunté frustrada. Estaba enojada y en mi voz dura, se notaba.

—Yo,tenía que... —no pudo terminar la frase, ya que volvió a descargar todo lo que había tomado, nuevamente en mis pies.

—A ver... —con un suspiro, lo ayudé a incorporarse para entrar a la casa—. Camina despacio y guarda tu vomito hasta que... —tarde. Volvió a vomitar en mi piso. Podía rescatar que por lo menos no lo había hecho en mis pies.

—Tenía que venir a verte, porque tengo que decirte algo... —nuevamente, no pudo terminar de hablar.

—¡Ah, dale! —lo solté e hice una ademán con las manos— , bendecime la casa con tu vómito que no pasa nada.

Llegamos al baño de invitados que estaba más cerca y no tardó en abalanzarse al inodoro para descargar todo lo que su cuerpo contenía. Rápidamente, corrí a la pieza para agarrar uno de mis cigarrillos y prenderlo, volví al baño y me sentó en el bidé. Estaba temblando. El vómito hacía que de espasmos a su cuerpo, por lo que no dudé en acariciar su espalda levemente para tranquilizarlo un poco.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora