Epílogo

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—Muchas gracias.

Mi felicidad era extrema. Oficialmente, era Licenciada en Administración de Empresas, me había recibido. Después de tantos años y esfuerzo ahí estaba, escuchando como había aprobado la tesis de grado. La sonrisa no la pude evitar y estaba segura que mis ojos estaban a punto de aguarse. Si no fuera por el director de tesis y los distintos docentes que se encontraban presentes, estaba segura que me pondría a bailar.

Salí del aula con una sonrisa. Cuando cerré la puerta, miré a todas las personas, conocidas, que se encontraban en los pasillos de la facultad, esperándome expectantes. El primero en acercarse, fue Valentín, no hizo falta que le dijera absolutamente nada, su cara ya me delataba y él me conocía como nadie. Saltó hacia mi y me abrazó levantándome por los aires.

—¡Te felicito, sos la mejor del mundo! —susurró en mí oído, claramente emocionado.

—Todavía no sabes si aprobé —reí, separándome de él, para saludar a las demás personas que se habían acercado.

—Tu cara me lo dice todo querida —contestó autosuficiente—. Es como si fuéramos mellizos.

—¡No puedo creer que mi bebé ya sea una linda Licenciada! —chilló Ana abalanzándose, con lágrimas en sus ojos, que hizo que comience a llorar de emoción.

Seguí con la ronda de abrazos con Enrique, que fue sacado casi al instante por una emocionada y temperamental embarazada Luna. Ella prácticamente, sin importarle su peso, me saltó encima como si se hubiera recibido ella. Julia, como siempre, destacó cuán fuerte y maravillosa era, cómo había demostrado que todo se podía, haciendo que me emocione más de lo que estaba, esa mujer ya era como mi segunda madre. Tanto, Luciana como Débora, me abrazaron a la par, apretando y dejándome sin aire en el medio, chillaron, saltaron y rieron, haciendo todo un festejo. Milagros fue la última en saludar, ya que a sus once años, la debilidad con Juan Cruz no se le había ido, así que ambos estaban muy concentrados mirando algo en el celular de ella, hasta que se dió cuenta lo que estaba pasando, no por ella misma, sino porque Ana la retó.

—¡Te felicito tía! —me sonrió Juan Cruz mostrando sus muy pocos dientes. No tardé en embobarme mirándolo, la debilidad nunca se fue.

—¡Gracias hermoso! Te amo —le dije agachándome para quedar frente a él y abrazarlo como merecía. Mi sobrino rió alegremente.

—Trajimos muchas cosas para tirarte —dijo Débora entusiasmada, levantando sus cejas en gesto de maldad.

—Sí y no vamos a decirte —aportó Milagros, mientras que Juan Cruz tenía sus cosas riendo. Ya entendía de qué se trataba.

—Son divinas eh... —dije sarcástica.

Unos chillidos comenzaron a retumbar por los pasillos de la facultad, haciendo que me sobresalte y mi instinto volteé hasta donde se escuchaba, pero no veía nada.

—¡Pero, veni para acá! —la voz de Matías riendo, hizo que sonría, a pesar que no veía completamente ya que estaban subiendo las escaleras. Cuando logré ver, mi sonrisa se ensanchó mucho más.

Y ahí estaban las razones de mi existir. Nina ya había terminado de subir las escaleras, y se reía de su padre, que la venía corriendo, sabía lo que estaba haciendo, lo estaba gozando, haciéndole creer que podía atraparla, eran cuatro puros años de inteligencia. Y eso hizo, cuando Matías estaba lo suficientemente cerca, volvió a correr, todos los presentes comenzaron a reír de su habilidad. Cuando él me vió, se detuvo y sonrió. Él me había transmitido mucha confianza y cuando leyó la tesis, al instante dijo que la aprobarían, además que me ayudó en lo que más pudo. Estaba feliz de tener su apoyo y confianza.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora