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Capítulo Siete

—¿Qué haces acá? —pregunté cuando me tranquilicé. Sabía que era muy poco higiénico, pero de todas formas no me importó en el momento.

—Vi que saliste y te seguí. Estabas pálida cuando llegamos...

—Estoy bien, podes irte.

—No seas tan dura...

—No quiero hablar con vos ahora —me levanté, a pesar que seguía mareada— . Podes decirle al cagón de mi hermano que estoy bien.

—No vine por tu hermano.

—Que raro, porque siempre justificas que lo haces por él...

—¿El preocuparme? —levantó una ceja. Rodé los ojos, mientras caminaba al lavado para mojarme la cara. No tenía ganas de hablarle—¿Volviste a tu casa ayer?

—Decile a mi hermano que me venga a hablar él si quiere saberlo.

—¡¿Podes entender que no te lo pregunto por tu hermano?!

—¿Y por quién entonces? Si yo no te importo...

—No ¡Claro que no me importas! —dijo enojado—. Es más, seguramente estés vomitando porque estás embarazada...

—¡¿Te estás escuchando?! —grité, olvidándome donde estaba— Sos un pelotudo flaco. No te metas en mi vida, sé lo que hago.

— Sé lo que digo, no me sorprendería que lo estés... Coges con uno distinto todos los días—escupió.

Lo miré asombrada, con mi instinto a flor de piel, caminé hacia él y le pegué una cachetada.

—¡Que sea la última vez que me decís algo así!

Ambos nos quedamos mirando con odio. Odio puro. Pero no duró más de cinco segundos ya que otro chico había entrado al baño. La facultad era muy liberal en ese sentido y al haber muchos estudiantes transgénero, decidieron sacar la selección de sexo en los baños, causó mucha controversia la decisión, pero había sido una de las primeras en votar para que se realice. Solo era cuestión de una estúpida costumbre social.

Desvié bruscamente la mirada de él y me fui antes que pueda salir. Entré al aula, agarré mis cosas y bajé a al escritorio de la profesora para firmar el presente. Al ser la facultad, la mujer no se inmutó y siguió con su clase, no le importaba lo que realmente hagan sus alumnos, lo había aclarado el primer día.

La semana de parciales estaba comenzando, por lo que por un lado, agradecí el silencio que había en mi casa, ya que ninguno de los dos apareció. A pesar que sabía que mi hermano iba a buscar ropa cuando no estaba. Con respecto a mi venganza, todo iba perfecto, los lunes y miércoles aprovechaba para estar con Nahuel en el descanso que él se otorgaba después de la clase, mi auto se había convertido en nuestro más preciado lugar. Los martes y jueves después que Ezequiel salga de trabajar, nos reuníamos en el hotel de siempre para repetir lo que nos unía, sexo. Los fines de semana a pesar que la mayoría de veces me dedicaba ese tiempo para mí, Santiago se hacía presente para brindarme un sexo adolescente, que no estaba mal después de todo.

Cuando no estaba con mis amantes o estudiando, estaba en la facultad cursando, cada día se hacía más difícil y no solo por el hecho de estar a mitad de año, sino también porque era en el único lugar en donde podía ver a Valentín. Lo extrañaba a horrores y aunque no quería aceptarlo, lo necesitaba.

Salí de rendir y por fin pude respirar, la tensión que me daban los parciales me agotaban. Caminé con paso apresurado al estacionamiento para poder irme. Una vez fuera, prendí un cigarrillo y cerré los ojos, lo había necesitado esas dos horas que estuve escribiendo. En el auto, saqué mi celular de la cartera para conectarlo al estéreo, pero antes lo desbloqueé para ver los mensajes.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora